Si algo caracteriza al mundo actual es la ausencia de líderes verdaderos. Tanto que, el que acaba de poner la Iglesia Católica en el escenario internacional, nadie se lo esperaba.
De tal contundencia fue el mensaje con que irrumpió el nuevo pontífice, que de inmediato las gentes sencillas de muchos rincones del planeta lo acogieron. Como caído del cielo, de repente les llegó un defensor.
La opción por los pobres no es solo la médula del fundamento religioso del papa Francisco, sino de la acción del propio Cristo en la tierra. Y es precisamente en la manera como Bergoglio planee devolver la esperanza a los desposeídos, en donde radicará la eficacia de su mensaje y de su obra pontifical.
Un papa que entiende que las ganancias y las leyes del mercado, parámetros absolutos del neoliberalismo, son la causa de la crisis económica y social que agobia al mundo y que arrasó con la dignidad de las personas, debe tener claro que ponerse del lado de los pobres no es consolarlos en su estado, ni continuar con la práctica cristiana primitiva de darles limosna. Eso es perpetuar su situación. Por el contrario, corresponde al Francisco de este tiempo renovar el enfoque de su iglesia para abordar el problema.
Los cambios que muchos prevén, deberían comenzar por revisar la eficacia de las encíclicas papales de carácter social, expedidas por distintos ocupantes del trono de San Pedro, desde tiempo atrás. El análisis es sencillo. El resultado del mundo no permite reconocer grandes logros a estos documentos rectores pero optativos. Todo indica que por lo menos los poderosos no los acatan. A herramientas que tengan dientes deberá entonces abrirse el rector del catolicismo si quiere cumplir una labor más efectiva.
Máxime cuando para privados y gobernantes, la guía sagrada, su biblia, son los indicadores que rigen el universo económico y las calificaciones de las agencias de riesgo. Organismos mundiales, instituidos por ellos mismos, velan con sus metodologías, no por el desarrollo del mundo sino por la preservación del modelo. A todos ellos les basta con el éxito económico que éste les prodiga, para sentirse a gusto.
Con un pecado muy grande. Ese éxito descansa sobre el detrimento del hombre y la naturaleza. Escencia misma de la Creación, que Francisco llamó a custodiar, el día del inicio oficial de su pontificado, en mensaje dirigido especialmente a quienes ocupan puestos de responsabilidad en los ámbitos político, económico y social.
Concretamente contra la pobreza, entre las herramientas eficaces impulsadas por Francisco, pueden estar las iniciativas de desarrollo humano sostenible que dan paso a la autonomía productiva y a la vida digna de los más vulnerables (tipo el experimento colombiano de desarrollo y paz del Magdalena Medio). Todo lo contrario de darles para que continúen siendo pobres. Cabida también debería tener un programa de indicadores que con inspiración cristiana y desde la preeminencia vaticana, dé cuenta de los logros sociales de los Estados y de los gobiernos.
El apremio de una nueva mentalidad para cuantificar los avances sociales no obedece a un capricho sino a una necesidad. El hecho de que el diseño y la aplicación de los métodos de medición que hoy imperan sean dictados desde el pensamiento neoliberal, impide que los registros de la realidad de los desfavorecidos sean objetivos. Como este modelo económico está concebido para ganar plata y no para alcanzar el desarrollo social, los indicadores implantados echan mano de fórmulas rebuscadas, para matizar verdades o engordar logros. Precisamente, es lo que pasa con el malabarismo estadístico a través del cual calculan la pobreza.
Ante tal situación, la idea es que los indicadores vaticanos se conviertan en el otro referente mundial de medición social, que eduque la mirada para evaluar a los gobiernos, que ponga en contexto y dimensión real los logros económicos, que presione la regulación estatal contra la avaricia del gran capital, y que induzca a la adopción de políticas públicas que permitan ese desarrollo de los menos favorecidos; cosa aún más difícil de alcanzar si continúa la pasividad frente a la inhumanidad del libre mercado. Pero, hay que recalcarlo: una emulación moderna del Santo de Asís se requiere para cambiar la manera como la Iglesia Católica ha abordado históricamente el problema de los pobres.
Los pobres necesitan un Francisco moderno
Lun, 01/04/2013 - 01:03
Si algo caracteriza al mundo actual es la ausencia de líderes verdaderos. Tanto que, el que acaba de poner la Iglesia Católica en el escenario internacional, nadie se lo esperaba.
De tal contunde
De tal contunde