Los Tutti Frutti son fruta podrida

Lun, 07/05/2018 - 05:24
Las palabras para calificar el horror del maltrato, la violación y el asesinato de niños en Colombia, parecen haberse agotado, porque no es fácil encontrar una que describa por si sola ese sentimie
Las palabras para calificar el horror del maltrato, la violación y el asesinato de niños en Colombia, parecen haberse agotado, porque no es fácil encontrar una que describa por si sola ese sentimiento de impotencia, dolor, aterramiento, indignación y muchos más, cuando nos enteramos de la forma como crecen la vejación a la que están siendo sometidos muchos menores en el país. En los tres primeros meses de este año se han denunciado en Bogotá 414 casos de maltrato infantil, según el ICBF y con seguridad la cifra es aún más alta porque muchos casos no se conocen, porque no hay denuncias, las mismas familias lo ocultan y los responsables caminan libres por las calles, tal vez en búsqueda de nuevas víctimas. Entre enero de 2015 y septiembre de 2017 también en la capital de la república se registraron 5563 agresiones a menores de edad, cifras que sobrepasan cualquier medición en el mundo y que ponen en aprietos a todos los habitantes de la ciudad, a las familias, a las autoridades, a la justicia y en especial a quienes deben velar por la seguridad e integridad de nuestros niños. Una pequeña de tres años lucha por sobrevivir en una unidad de cuidados intensivos en un hospital en Bogotá, a donde quien la golpeó y violó hasta dejarla al borde la muerte la entregó para luego huir sin dejar rastro. En la misma semana en Soacha otra pequeña de la misma edad fue torturada y asesinada a golpes por su padrastro. Noticias sobre la violencia contra estas y otras niñas al parecer solo pueden expresarse con marchas ciudadanas, recogidas en imágenes y fotografías de manifestantes con caras adoloridas y carteles que repiten “No más”, "Basta ya”, “Rechazo”, entre otras, aparecen casi siempre en primera plana en los medios de comunicación, como efectivamente ocurrió en esta semana que pasó, pero que no logran nada. Y mientras en zonas donde abunda la pobreza el crimen se ensaña contra estos seres indefensos, una profunda sensación de desconsuelo produce recorrer el mundo de cinco jóvenes, construidos por la mente y la brillante escritura de Laura Restrepo en su último libro Los Divinos, en el que solo uno de ellos, el Muñeco es fácilmente reconocible como el violador asesino de la pequeña Yuliana Samboní,  y que después de conocido el horrible crimen del 4 de diciembre de 2016, conmovió a la autora de esta obra, al punto que la llevó a narrar en solo 248 páginas, que se leen en una sola sentada, el oscuro mundo de cinco muchachos privilegiados, con todo su favor que desde niños ven crecer como su ídolo al monstruo que lleva por dentro su amigo, pero al que todos admiran por su descarada forma de enfrentar sus fallas. El desconsuelo no solo tiene que ver con la descripción de su conducta, en la que claramente se perciben instintos perversos y asesinos en los cinco miembros del grupo Tutti Frutti, como se bautizaron ellos mismos, sino porque efectivamente esa especie de banda existió en el colegio donde estudiaron y en el que le hicieron la vida insoportable a muchos alumnos que se retiraban a su paso por el pánico que generaban con sus acciones. El desconsuelo es aún mayor cuando se piensa que estos estudiantes de un colegio prestigioso y de clase alta, tienen un comportamiento, que al parecer en mucho de lo narrado en el libro se ajusta a la verdad, así los nombres hayan sido cambiados en la historia, de acuerdo con los testimonios de personas que conocieron al asesino de Yuliana y que en su momento se lo contaron a periodistas que los publicaron en medios de comunicación. Que le espera a esta sociedad en la que da lo mismo ser millonario y recibir la mejor educación en uno de los colegios más costosos del país, o haber nacido en una casita de lata y de cartón en los cerros del sur de la capital, porque la violencia contra los niños ya no tiene freno y los autores de los atroces crímenes contra los menores tienen la misma semilla del mal en su corazón y violan, asesinan y torturan sin que haya un castigo ejemplar como la cadena perpetua o la pena de muerte, ésta última prohibida porque el país ratificó la Convención Americana sobre Derechos humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su segundo Protocolo facultativo, que prohíben la aplicación de esta pena a los condenados y que una vez abolida en los mismos tratados se contempla la prohibición de restituirla. La cadena perpetua es viable a través de una reforma legislativa, pero para ello se requiere de la voluntad de quien gobierna el país y que haya apoyo en el congreso para aprobarla. Las penas que muchos quisiéramos para estos criminales no son posibles, los años de cárcel que se les impongan no restituyen los derechos de los niños colombianos violentados de la manera más cobarde e infame. No es hora de rendirse, hay que dar a conocer los abusos que se cometen contra los niños. Unamos voces y esfuerzos para denunciar, señalar y acusar a los abusadores, a los compañeros de colegio de nuestros hijos, hermanos, sobrinos, nietos que muchas veces tienen sentados a su lado en el salón de clases a un “Muñeco” atropellador que les hace la vida imposible, mientras los profesores y las directivas -no importa si es un colegio privado o uno público- hacen oídos sordos y se niegan a tomar medidas para frenar el abuso, o bullying, como se le conoce hoy. También desde nuestras casas o en el trabajo con nuestros colaboradores o compañeros, especialmente las mujeres que llegan al trabajo con signos de haber sido golpeadas y en ocasiones exteriorizan el miedo que les provocan sus parejas por el daño que les puedan ocasionar a ella y a sus hijos, apoyémoslas para que presenten las denuncias a que haya lugar. Si cada uno lo hace desde la posición que tiene en la sociedad, se puede lograr enlazar una cadena para cerrarle el cerco a los asesinos, abusadores y cobardes que cada vez con más frecuencia cobran la vida de los más indefensos seres humanos  y que en muchos casos sus delitos quedan en la impunidad.
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