En la pasada Feria de Cali tuve dos momentos de iluminación tipo satori pavorosos: nuestra sociedad y cultura están violando nuestros menores. Me tocó detenerme en el carro tras una chiva parrandera y observé una niña de no más de doce años bailando estilo perreo con un “caballero” mayor a sus espaldas. Luego me regalaron una antología musical que incluía un chachachá cantado por un hombre adulto que decía: “quédate conmigo, amorcito, que está lloviendo ¡no vayas al colegio!”.
Por supuesto que trabajando en el Hospital Departamental de la capital del Valle no debí sorprenderme. Todos los días veo embarazos ectópicos, abortos y placentas de pacientes en la adolescencia temprana. Pero no había “introyectado” como dicen los psicoanalistas o internalizado esa situación social. La chiva parrandera y el chachachá me pusieron a pensar en la biología e hipocresía de nuestra relación de adultos con los preadolescentes. Los maduramos biches.
La teoría psicoanalítica clásica describía ciertas etapas en el desarrollo de la personalidad: oral, anal, fálica, período de latencia y genital cuando se alcanzaba la madurez sexual. Una de las críticas más frecuentes a la perspectiva freudiana es que “sexualizó” el desarrollo humano. Y la etapa preadolescente de latencia no parecía muy importante tras los problemas de fijación oral, anal, Edipo y otras crisis del crecimiento. Los investigadores pareciera que dejaron de lado ese período de los 5-6 años a la pubertad, que también puede llamarse infancia media o preadolescencia. Y ella ha cobrado gran importancia en publicaciones recientes.
La revista Human Nature dedicó en 2011 todo un número especial a los problemas de la infancia media (Hum Nat. 2011:22 No.3). En medicina denominamos menarca al inicio de la menstruación en las jóvenes. En la infancia media (denominación de Piaget) o latencia freudiana ocurre otra importante y anterior eclosión hormonal llamada adrenarca cuando las glándulas adrenales, o suprarrenales por estar encima de los riñones, elevan el nivel de andrógenos en niños y niñas. Esta nueva situación hormonal parece fundamental para la completa interconexión de neuronas del cerebro que ya casi han llegado a su número adulto.
¿Y que está ocurriendo en la conducta del preadolescente? Sheldon White, psicólogo de Harvard experto en el desarrollo del aprendizaje, llamaba a esta edad la de la razón y la responsabilidad. El niño está aprendiendo a controlar sus impulsos, enfocar y planear el futuro, “manejar sus terrores” (New York Times, 26 de diciembre, 2011). Otros psicólogos subrayan como a esta edad se integra uno a grupos humanos del mismo género en el juego, los deportes y la escuela. De ahí lo triste y doloroso del bullying o matoneo me sugiere la psicóloga Lina Espinosa. Si a toda esta mezcla crítica de hormonas y problemas le mezcla usted la imposición temprana de conductas genitales imagine el resultado.
Y es que hay una evolución, anatomía y biología humana que no podemos menospreciar. El artículo del NYT cita a una investigadora de la Universidad de Nevada: “La edad adulta es definida entre otras cosas por madurez esquelética y genital, una niña puede tener su primer período a los doce años pero su pelvis no deja de crecer hasta los dieciocho años”. Es interesante que los paleontólogos han estudiado el desarrollo óseo de chimpancés, neandertales y hombres modernos y encuentran que los homínidos y monos superiores llegan a la adultez plena a los doce años. El hombre moderno, nosotros, no. Tenemos un largo período de preadolescencia y adolescencia temprana que permite prepararnos para llegar al estado de humanos adultos.
Para complicar más la situación actual la menarca femenina se ha hecho más temprana en los últimos decenios. Esto puede deberse a causas diversas: la obesidad infantil puede llevar a nivel más alto de estrógenos por la relación de estas hormonas con el tejido graso, la mejor nutrición también puede haber producido un nivel estrogénico más alto. También es conocida la posible contaminación de algunas carnes con hormonas usadas para hacer crecer aves y reses, además de la presencia de moléculas tipo estrógeno en suelos y vegetales. Lo que hay que grabar a fuego en el cerebro de ciertos salvajes “gavilanes” machos y machistas es que aunque una niña haya presentado sangrado menstrual no está capacitada por eso para conducta sexual y embarazo. Podríamos decir que estos criminales, como el del chachachá arriba citado, se comportan como un homínido Neandertal.
Debemos luchar porque niños y niñas vivan su infancia media, adenarca y preadolescencia en un equilibrio humano, social y familiar que permita el completo desarrollo de su personalidad y capacidad neurológica. No debemos imponerles ropas, bailes como el perreo, gestos y actitudes de coqueteo cual si fueran adultos. Nos los estamos tirando, en el sentido de dañar y en la acepción de “poseer sexualmente”. Puede sonar duro, pero la sociedad y la cultura podrían ser culpables de abuso de menores.