Mano Bellón y una tertulia con Álvaro Castaño Castillo

Sáb, 13/08/2016 - 03:04
Escrita por: Manolo Bellón.

Estoy sentado al computador para escribir mi primer artículo para KienyKe. Ah, cosa complicada.

Como hay libertad de tema, ¿entonces sobre qué es
Escrita por: Manolo Bellón. Estoy sentado al computador para escribir mi primer artículo para KienyKe. Ah, cosa complicada. Como hay libertad de tema, ¿entonces sobre qué escribo? Bueno, podría escribir sobre algún disco nuevo o especial que está por salir al mercado. Eso se espera de mí, ¿verdad? Púes bien, hay discos que están por salir, pero eso lo dejo para más adelante. Les hablaré pronto sobre el relanzamiento de un disco de Beatles, por ejemplo. ¿Le doy a otro tema musical? ¿Hablo sobre un tema relacionado con mi Bogotá? ¿Nostalgia? ¿Fútbol? ¿Santa Fe? Ese tema sí que sería bueno. Copa Suruga, esa copa internacional, ganada esta semana en Tokio, frente al Antlers, campeón de ese país. Pero claro, habrá quienes dicen que es un premio chichipato, insignificante. Lo que no es tan insignificante son los 700,000 dólares que se trae el equipo con la copa esa. Bueno, digamos que tarea chuleada por hoy. Finalmente hay que hechos a los que toca referirse. Y son de esos que llegan en el momento preciso, y más cuando uno va a arrancar a escribir. Esta semana nos ha dejado un grande, no, un gigante de la radio. Falleció a sus 96 años Álvaro Castaño Castillo, el creador de la HJCK, el hombre que en muchos sentidos representó la CULTURA, así con mayúsculas, en Colombia. Mi amistad con él arrancó hace muchos años. Por allá a mediados de los años 50 con mi padre iba a la emisora HJCK que tenía sus oficinas en la esquina de la calle 17 con carrera 7. La oficina de Papá quedaba bajando por la 17 en unos de esos viejos edificios que aún se resisten a ser derrumbado y ser reemplazados por estructuras más modernas, más altas, más actuales. Especialmente en épocas de vacaciones iba con él a esa oficina del noveno piso desde donde atendía los temas de periodismo que eran el medio de vida del matemático. Sí, Papá era matemático de profesión. Cruzábamos la calle para ir a recoger el correo aéreo en la calle 16 o subir hasta ese espacio esquinero donde una veleta indicaba la dirección del universo que gira por los aires de la emisora. Los grandes hablaban de esos temas misteriosos que hablan los adultos y que los niños no entienden bien. Pero me dio la oportunidad de conocer a una persona con su hablar articulado, claro, pausado y enfático. Tocaban temas de política, supongo, música desde luego y el diario acontecer. Pasaron los años y esa emisora era frecuentemente escuchada en casa que hallaban ese solaz de música clásica con la que ellos se habían criado. Disfrutaban mucho los espacios dedicados a los compositores del viejo continente que alternaban con los viejos discos de la Philips, Deutsche Gramophon, Angel y otros sellos que sonaban en la radiola en la sala. Mi padre fallece a una temprana edad y unos pocos años más tarde ese chiquillo crece y empieza a trabajar en radio. Inmediatamente se dio la oportunidad de volver a ver a aquel personaje que recordaba con afecto las charlas con mi viejo. Y retomamos una amistad que duró hasta el final. Claro que en esa interinidad, veía donde los amigos esos amenísimos programas de Gloria Valencia de Castaño, que sirvieron para mantener el vínculo. A mediados de los años 70, ya siendo lo que ahora elegantemente se llama label manager, el que maneja los sellos de la disquera, tuve la oportunidad de visitar la HJCK y sentarme a charlar con Álvaro. El hombre alto, impecablemente trajeado, de finos modales, elegantes movimientos me invitaba a su oficina, ese espacio que más bien parecía un pequeño museo.  Ahí le mostraba los últimos lanzamientos generalmente del jazz, aunque se filtraba uno que otro de rock y pop. Ya sabía que cuando nos encontrábamos mis otras visitas se pospondrían. Las charlas fueron extensas, amenas y sobre multitud de temas. Hablamos sobre música -¡por supuesto!- clásicas y populares. Totalmente versado en todos los temas, fluía la conversación con la emisora sonando de fondo. Pero podíamos hablar sobre la televisión (y su tema preferido, Gloria), sobre política, la actualidad noticiosa, anécdotas, el acontecer cultural del mundo, sobre fútbol y sobre nuestro Santa Fe. Hasta en un momento alcanzamos explorar proyectos que yo pudiera realizar en la emisora. Por esas cosas de la vida, nunca se dio, cosa que se me quedará atravesado por ahí… Con el paso de años a veces las reuniones se trasladaban a la casa de calle 85 y la charla se teñía del color del whisky o de un buen ron. Fluían los miles de temas serios o divertidos e incluso las naderías que a veces mezclaban. Lo vi por última vez hace un par de años. Me queda el recuerdo de su lucidez y su memoria. ¡Cuántas anécdotas se compartieron esa tarde que compartimos con Adriana Giraldo! Fluyó con naturalidad la conversación, como siempre sucedió. Los recuerdos quedarán. La cultura y la radio perdieron a uno de sus más icónicos personajes, ejemplo a seguir, aún en esta época en que el buen gusto, la cultura y el buen trato de la lengua y la música parecen ser del pasado.
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