Monarquía o democracia

Mié, 02/10/2013 - 01:54
Dijo De Gaulle: “Para los hombres, tener un guía es tan fundamental como comer, beber y dormir”. El liderazgo es esencial para la consolidación de nuevas maneras de hacer política con beneficio
Dijo De Gaulle: “Para los hombres, tener un guía es tan fundamental como comer, beber y dormir”. El liderazgo es esencial para la consolidación de nuevas maneras de hacer política con beneficios claros para el pueblo. Esa es la función primordial de quienes son elegidos como representantes de la comunidad para que rijan el destino de una nación. Algo tan elemental ha sido olvidado por la casi totalidad de quienes están actualmente en el poder. El presidente, sus ministros y gran parte del Congreso y del Poder Judicial, olvidaron su misión dejando de lado sus deberes como servidores públicos y se comportan como si hiciesen parte de una monarquía absoluta. Mientras con la marcha “Jaque al rey” los españoles exigen el fin del rezago de monarquía que aun soportan, los gobernantes en América Latina actúan como si fuesen reyes. En Colombia el presidente, con sus poses de rey, ha llegado a pretender pasar por alto la Constitución con la complicidad de los otros poderes, para alcanzar sus deseos. ¿Qué valor puede tener un régimen democrático en esas condiciones? Si hace dos siglos hubiesen existido las encuestas me atrevería a suponer que la impopularidad de Luis XVI habría estado muy cercana a la que arrastra Juan Manuel Santos en los últimos tiempos. En ese momento histórico el descontento del pueblo trajo como consecuencia una revolución que transformó el mundo. En cambio ahora, en pleno Siglo XXI, pareciera que no trajese ninguna consecuencia, no se plantean correcciones en el plan de gobierno ni se derroca al mandatario. Pero mirando con un poco más de atención la reciente encuesta hay un dato que me hace pensar que si se está gestando un cambio fundamental. Aunque se evidencia una inconformidad general, hay una gran diferencia en el descontento entre los estratos altos y los estratos bajos. En los estratos altos la popularidad del presidente llega a un lánguido 34% pero lo que causa desconcierto es que su aprobación es mucho más alta que la de los estratos bajos en los que tan sólo el 27% aprueba al presidente (ni la demagogia, cuyo ejemplo más claro es el de los anuncios de viviendas gratis, ha sabido engañarlos. Ya aprendieron a detectar las trampas del tahúr). Esto indica que los pobres son quienes van a impulsar el cambio ya que, como en el reinado de Luis XVI, sufren con mayor crudeza el mal gobierno en lugar de ser los más protegidos por el Estado en los momentos de crisis. Aunque en todos los estratos las cifras de esta encuesta son terriblemente bajas, esa clara diferencia muestra como los privilegiados, al estar más cercanos al poder y a sus dádivas, no expresan un contundente rechazo al presidente, indicando así que han sido de alguna forma unos beneficiados del presente gobierno. Lo curioso es que un 34% de este sector de la población no demuestre preocupación cuando tiene mucho que perder en el caso de que las FARC logren sus objetivos o en el de que la economía siga en caída libre. Algo similar ocurrió durante el reinado de Luis XVI cuando la aristocracia se mostró ciega ante las posibles consecuencias del mal gobierno. De todas maneras los resultados de la encuesta se acercan a un consenso y una mayoría abrumadora demuestra que se ha tomado consciencia sobre la situación actual en la que se han cernido tantas amenazas y se vive un clima de zozobra como nunca antes. Estamos sobre la cuerda floja y vemos con ansiedad el final de ella y por eso, a pesar de que el país esté pasando por momentos tan difíciles, la luz de la esperanza brilla con más intensidad. Somos muchos quienes vemos en la próxima contienda electoral una verdadera esperanza de cambio. Paradojas como esta pocas veces se han visto en la historia. Al escuchar a los candidatos de la bien llamada por Fernando Londoño Generación del 14: Paloma Valencia, Daniel Cabrales, Fernando Nicolás Araujo, Carolina Holguín y tantos otros que a través de entrevistas han mostrado quiénes son y con qué país sueñan y se comprometen a construir, podemos alimentar una ilusión largamente postergada, la de un país democrático, en paz, sin pobreza y lleno de prosperidad. Que un gobierno con un nivel tan bajo de aceptación -muy cercano a cero estadísticamente-pretenda reelegirse es el colmo del cinismo monárquico. Y que los medios patrocinen esa desfachatez es muy  vergonzoso. Argumentos traídos de los cabellos como el de que por unos pocos puntos Juan Manuel Santos lidera la contienda electoral, no sólo es una aberración del pensamiento sino también un atentado a la democracia. Se me ocurre que en una democracia plena un mandatario con tan poca aceptación entre los ciudadanos debería renunciar. Esto no es una monarquía.
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