Negarse a ver algo que se ve

Mié, 07/05/2014 - 15:11
El peor de los engaños, el que nos hacemos a nosotros mismos, Frederick Nietzsche lo definió como la tendencia a “negarse a ver algo que se ve y negarse a ver algo cuando se ve”. Como tantas otr
El peor de los engaños, el que nos hacemos a nosotros mismos, Frederick Nietzsche lo definió como la tendencia a “negarse a ver algo que se ve y negarse a ver algo cuando se ve”. Como tantas otras frases de este filósofo alemán, esta invita a una reflexión particular desde una perspectiva tanto pública como privada. Nietzsche pensaba que su pensamiento encontraría su público luego de por lo menos un siglo y ahora, en la época del Twitter, pareciera que se cumpliera su premonición cuando vemos renacer el interés por los aforismo en los que era todo un experto. Otro amigo de las sentencias cortas, pero llenas de humor, fue Groucho Marx quién salía con cosas como esta: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”, que pareciera ser la consigna de quienes consideran que los hechos, al ser relatados en palabras o imágenes, pueden tergiversarse hasta el punto de poner en entredicho a la misma verdad. La incapacidad de ver correctamente ha sido un defecto que nos debilita y nos hace vulnerables. El periodismo malintencionado, el que acostumbra manipular la información, ha sabido aprovecharse de la terquedad humana que nos lleva a negarnos a ver lo que se ve debido a que “el hombre tiene una invencible tendencia a dejarse engañar” como lo enunció el mismo Nietzsche. El ejercicio de la observación es fundamental en todas las actividades en cada una de las edades del hombre, por eso no deja de ser curioso que no se le dé una mayor importancia a este aspecto en la formación de los niños y jóvenes. La observación atenta puede llegar a ser nuestro salvavidas ante los peligros que nos acechan y es muy raro que sea tan poco apreciada en un mundo en el que debemos estar en un estado de atención constante. En el trascurrir diario podemos detectar mensajes e informaciones que nos permitirán superar obstáculos y peligros. El manejo de la información ha sido una poderosa arma política que está siendo contrarrestada por las trasformaciones en la manera de observar los acontecimientos. Esto es gracias a la cantidad de accesos a la información y a la posibilidad que se nos brinda de divulgarla y comentar sobre ella. Interactuamos y alteramos los hechos ya sea intencionalmente o llevados por otros. Lo hacemos cuando decidimos qué dejamos de lado voluntariamente o cuando nos negamos a ver lo que se ve, pero también cuando tenemos puntos ciegos en nuestros cerebros. Por lo anterior presenciamos que el lugar hegemónico ocupado durante décadas por los medios de información ha comenzado a resquebrajarse poco a poco. Todavía ostentan un  poder inmenso sobre muchos de quienes se informan a través de ellos. Paradoja singular, ya que en principio quienes los sustentan terminan siendo tratados con arrogancia por parte de quienes tienen el privilegio de ocupar un lugar en los medios ya sea como directores, editores, columnistas de opinión, cronistas, fotógrafos, etc. Hace diez años nació La Hora de la Verdad, un programa radial que despierta grandes simpatías pero también inmensas antipatías que en ocasiones van más allá de cualquier límite - como se constató con el vil atentado del que fue víctima su director, Fernando Londoño-. En una semana se cumplirán dos años de ese acto terrorista que no fue repudiado, como se esperaría, por la prensa libre y menos por los que hoy se atreven a calificarlo de “periodista de alcantarilla”. En vísperas de ese aniversario trágico, nos llena de perplejidad el editorial del diario El Tiempo que cuestiona severamente a Fernando Londoño por su artículo “El ocho mil de Santos”. Me pregunto qué fue lo que lo hizo merecedor de tamaño cuestionamiento si no ha hecho nada distinto a lo que nos tiene acostumbrados, y por lo cual lo admiramos, compartir sus pensamientos, sus reflexiones, sus especulaciones y sus conclusiones con quienes lo leemos y escuchamos a diario. Dice ese editorial que “mal haríamos en volverlo mártir de la libertad de expresión”, refiriéndose a quien durante diez años -los mismos de La Hora de la Verdad- ha escrito su columna de opinión, con profesionalismo pero también con la pasión propia de quién tiene el valor de denunciar, sin tener en cuenta los riesgos que acarrea, los graves delitos que se están cometiendo en estas épocas preelectorales. Cada día, quienes tenemos consciencia de que estamos pasando por el momento más crítico de nuestra historia, nos encontramos con familiares o amigos que nos toman por locos y apagan nuestros argumentos tildándonos de extremistas y sectarios sin tener en consideración que  también expresamos una esperanza: la de que esta crisis, como toda crisis, trae consigo una oportunidad. Los días de zozobra que quedan por delante, hasta definir quién dirigirá el país en los próximos años, se podrían reducir si quienes se niegan a ver algo que se ve y a ver algo cuando se ve, decidieran abrir sus ojos antes de que sean otros los que decidan nuestro destino. Notamos cada día con mayor claridad que quienes detectan el poder se están jugando sus restos pretendiendo a toda costa conservarlo, sin importarles el daño que le infringen a la nación. Con estrategias burdas y maquinaciones de toda especie, pretenden desprestigiar y armar un zaperoco que podría desembocar en la suspensión de unas elecciones que tienen totalmente perdidas. Ojalá la votación por Óscar Iván Zuluaga sea tan arrolladora que no deje campo al fraude y nos evite una segunda vuelta que estaría más minada que esta primera. Nos ahorraría muchos sufrimientos y nos permitirá comenzar a trabajar, desde el 25 de mayo, en el país que soñamos.
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