Los opositores al proceso de paz repiten continuamente: “Queremos la paz, pero no estamos de acuerdo con el actual proceso”, “No somos enemigos de la paz, pero tampoco queremos una paz a cualquier precio”. La verdad es que la paz en Colombia, no va a caer del cielo. Prometo aplaudir a los opositores del proceso en La Habana, cuando presenten una fórmula de paz que supere a los diálogos del actual gobierno. Por el momento, los considero como parte del problema y no de la solución.
La existencia de oposición política es un elemento fundamental para que funcione la democracia. Sin embargo, la oposición cerrada y total, que a todo le dice “no” y busca impedir el funcionamiento institucional, nada le aporta a un país que lleva más de 50 años de conflicto. Si la crítica, por parte del Centro Democrático fuera constructiva, en cambio de querer generar inestabilidad, solicitando que se dé por terminado de forma definitiva el proceso de paz, estarían dedicados a formular alternativas para acelerar el proceso y que un posible acuerdo, contenga los máximos niveles de justicia posibles. Un posible acuerdo de paz, requiere de una suma de elementos, ajenos a nuestras posibilidades. El cese al fuego definitivo, el reconocimiento de los crímenes y la reparación a las víctimas son hechos que sólo competen a la voluntad de la guerrilla. Si a esto le sumamos el descontento y la frustración que conlleva vivir en medio de una violencia tan cruda, las circunstancias se vuelven propicias para la apatía y el individualismo. Sin embargo, nuestro deber no se fundamenta en lo que esperamos que hagan los demás, sino en cumplir con lo que nos corresponde como ciudadanos. Para que haya paz, primero debemos estar en paz con nosotros mismos. Hacen falta acciones y propósitos por parte de la sociedad para que un acuerdo de paz se aclimate y se convierta en un anhelo sentido y sobre todo vivido. Lo único que puede evitar que haya más víctimas y que el tejido social del Estado continúe descompuesto es la reconciliación. Personalmente considero que lo que verdaderamente motiva a deslegitimadores del proceso de paz, es el miedo a otro eventual fracaso, basados en las experiencias anteriores. Si bien esta postura es comprensible, resulta bastante equivocada. Si por evitar el fracaso, se deja de lado uno de los propósitos esenciales de nuestra nación, el conflicto se prolongará y en el peor de los casos se agudizará. Lo que hay que tener muy claro, es que el problema no es el fracaso del proceso de paz en sí mismo, sino en la barbarie de la guerra. Así las cosas, no perdemos cuando buscamos la paz, perdemos cuando la dejemos de intentar. Así como todos queremos que la guerrilla por fin asuma una actitud distinta a la destructiva, a nosotros también nos corresponde construir una cultura de paz. Cualquiera, haciendo detonar un explosivo puede destruir cualquier tipo de cimentación, lo que resulta imposible es edificar a bombazos. Mientras que el acto constructivo se fundamenta en la razón y la creatividad, el acto destructivo se fundamenta en la fuerza y la irreflexión. Los diálogos en La Habana pueden terminar con un acuerdo de paz o con la prolongación del conflicto. Mientras que la no existencia de estos, solo deja como opción la continuación del enfrentamiento militar. De lograr un acuerdo todos nos beneficiamos, de no alcanzarlo, seguirán habiendo miles de víctimas. Por lo tanto, un día en medio de la búsqueda de la paz, vale mucho más que un día en medio de la guerra. Un muerto más por el conflicto es demasiado.No construyamos la guerra y destruyamos la paz
Jue, 17/10/2013 - 15:37
Los opositores al proceso de paz repiten continuamente: “Queremos la paz, pero no estamos de acuerdo con el actual proceso”, “No somos enemigos de la