Durante los ocho años desastrosos del gobierno, a todas luces ilegitimo, de Juan Manuel Santos fuimos muchos los que mantuvimos una mirada critica que se expresó en palabras, manifestaciones, plantones y, especialmente, en diálogos y debates que no dejaban pasar desapercibidas las bellaquerías de Santos y sus compinches. Eso le significó una desaprobación inmensa que no pudieron tapar los medios enmermelados, como tampoco las encuestas amañadas, ni el robo de elecciones. No queda duda que en el imaginario colectivo -o como se le quiera llamar a la apreciación de una mayoría sobre unos hechos o personajes- Álvaro Uribe, de manera exclusiva, está a las antípodas de Santos, en cambio este si comparte el desprecio de su pueblo con tipos como Samper, por nombrar sólo uno con el que sobra y vasta.
¿En qué lugar quedará históricamente Iván Duque? Sus niveles de aprobación se acercan dramáticamente a los de Santos y los de aprobación se alejan melancólicamente de los de Uribe… y sin terminar su primer año de mandato. Si las cosas continúan como hasta ahora, la perspectiva no podía ser más oscura, pero también se abre una posibilidad de reivindicación si Duque da un giro fundamental a sus actuaciones.
Dentro de los que llevamos a Duque al poder, un gran número ven con preocupación la manera como ha conducido el país desde el 7 de agosto de 2018. El Duque de antes. de esa memorable fecha. es otro muy diferente al que esperaban llevaría inmediatamente al país por la senda perdida durante los ocho años pasados. Para otros, el Duque que conocemos hoy no difiere del Duque candidato del pasado. La diferencia radica en que encontró un país en estado terminal por obra y gracia de las acciones de un traidor corrupto vinculado con los más temibles criminales que han asolado el país durante décadas. Narcotráfico, terrorismo, corrupción se unieron bajo la bandera de una falsa paz implementada bajo las ordenes de Cuba e instrumentada por Chávez dentro del Foro de Sao Paulo, como ha quedado claramente evidenciado desde que se iniciaron los diálogos que, como se sabía de antemano, llevarían a la rendición del Estado ante el narcoterrorismo.
No nos podemos dejar confundir ante estas dos visiones. Tenemos que ver las cosas de la manera más ajustada a lo real para poder imaginar nuevos escenarios. Pongo como ejemplo la labor de Fernando Londoño en La Hora de la Verdad, valerosa y sin tapujos, que se ajusta a la de quienes ven un Duque presidente que no concuerda con el Duque candidato. Por otro lado están los defensores del Duque presidente que desconfían de los análisis que desarrolla La Hora de la Verdad.
Me pregunto, con preocupación, sí es Fernando Londoño el que se toma los problemas demasiado en serio o si es Duque quien se los toma a la ligera. Hay que tener en cuenta que son dos generaciones muy diferentes con visiones del mundo que no siempre coinciden, así estén en la misma orilla. Preferiría que Londoño mantuviera su seriedad y que Duque supiera atender la preocupación que, en estos momentos, embarga a buena parte del país, pero especialmente a quienes seguimos confiando en que no todo está perdido sino que está todo por ganarse en los tres años que tenemos por delante. Ruego por que el 7 de agosto de 2019 sea la fecha en la que se le de un nuevo rumbo a esta nación con firmeza y determinación.
