Valdría la pena tener muy presente, cuando nos corresponda decidir quiénes nos van a gobernar en el futuro próximo, la tan citada frase de Cicerón: “De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error”.
Hace cuatro años me preguntaba si los colombianos volveríamos de nuevo a caer en la equivocación de elegir como presidente a alguien surgido de la rancia aristocracia bogotana y, paradójicamente unos meses después, si los bogotanos optaríamos por un alcalde del Polo Democrático luego de haber pasado varios años gobernados por mediocres y corruptos miembros de esa colectividad. Pero así fue y estamos pagando muy caro esas equivocaciones.
En Bogotá, a pocos metros de distancia, se encuentran los despachos de Juan Manuel Santos y Gustavo Petro, quienes actualmente tienen en sus manos dirigir los destinos del país y de la capital. Estos dos poderosos gobernantes tienen más cosas en común de la que se esperaría y una que salta a la vista es su inmensa vanidad.
José Ingenieros en El hombre mediocre dice: “Donde medran oligarquías bajo disfraces democráticos prosperan esos pavos reales apampanados, tensos por la vanidad: un travieso los desinflaría si los pinchase al pasar, descubriendo la nada absoluta que retoza en su interior.” Y esa vanidad se manifiesta hasta en los gestos más triviales como del que nos enteramos al leer en distintos medios que “el presidente Juan Manuel Santos se practicó una cirugía que busca rejuvenecer los párpados” y que por esa razón “la orden para los periodistas de la Casa de Nariño fue no hacer primeros planos mientras el presidente cumple con su recuperación”. Esta es una muestra clara de los extremos a los que lleva la vanidad a quien debería por el contrario mantener los ojos bien abiertos ante los graves sucesos que empañan el día a día de los colombianos. Por eso no es raro que hechos tan graves como el helicóptero derribado por las FARC o las manifestaciones promovidas con dineros públicos por Gustavo Petro en plena Plaza de Bolívar, a pocos metros de Palacio, no hayan sido percibidos por el mandatario -no querríamos pensar que se hizo el de la vista gorda-. Mientras el alcalde se pavoneaba en el balcón arengando a sus seguidores, el presidente se recuperaba de la cirugía estética que le obligaba a ponerse lentes oscuros.
Según se puede deducir por acontecimientos recientes, hay varias cosas en común entre estos dos personajes. El 9 de abril del año pasado, en la llamada Marcha por la paz, se comenzaron a despejar dudas sobre lo que se estaba fraguando en la Cuba de Castro y ahí vimos a Juan Manuel Santos y a Gustavo Petro sembrar arbolitos y, junto a otros, montar un teatro para hacer creer al mundo que con una marcha por la paz se podría convalidar lo que se firme en Cuba.
Unas semanas después -en un momento en el que cada acto al que asistía Juan Manuel Santos se caracterizaba por la bajísima asistencia del público y era con frecuencia abucheado- el presidente aceptó con beneplácito una invitación de Gustavo Petro quien, muy al estilo chavista, le tenía un nutrido número de asistentes que aplaudían y sonreían obedientemente. Ahí pudimos escuchar al presidente referirse a Gustavo Petro con un “querido alcalde” que no dejó de sorprendernos.
Una posible explicación de las afinidades de estos dos personajes se puede hallar en un artículo reciente de Ricardo Puentes en donde dice que: “los ochentas también vivieron una de las peores épocas de horror que se hayan conocido. La guerrilla terrorista urbana del M-19 –creación de las FARC y el Cartel de Medellín- azotó a Bogotá como nunca antes, mientras Enrique Santos, uno de los fundadores de la banda, usaba el diario El Tiempo, de propiedad de su familia, para hacerle publicidad y mostrar a los asesinos como si fueran jóvenes soñadores que luchaban por un mundo mejor.”
Por cierto, algo que ha caracterizado tanto a Juan Manuel Santos como a Gustavo Petro es la amplitud con los medios, atiborrándolos de inútil y empalagosa publicidad que les garantiza fidelidad, pero que termina carcomiendo un oficio tan exigente como el del periodismo.
Tanto la nación como Bogotá se equivocaron en las pasadas elecciones pero queda la opción de no persistir en el error.
No persistir en el error
Mié, 15/01/2014 - 04:02
Valdría la pena tener muy presente, cuando nos corresponda decidir quiénes nos van a gobernar en el futuro próximo, la tan citada frase de Cicerón: “De hombres es equivocarse; de locos persistir