El propio Pacheco disfrutaba a carcajadas las ocurrencias de Juan Harvey Caicedo sobre lo que sería la transmisión de su sepelio.
Eran grandes amigos –realmente compinches- y compartieron ríos de whisky en tertulias eternas que celebraban en la Asociación Colombiana de Locutores, que se alternaron por décadas.
El clímax de la emoción general llegaba siempre cuando el féretro era transportado desde el aeropuerto hasta una funeraria del norte.
El paso por los moteles de la 26 era narrado por Juan Harvey con voz seria y apesadumbrada:
“Cientos de empleados salen con sábanas blancas a darle el último adiós a uno de sus más fieles clientes. En los moteles no hay atención al público. Dueños y empleados en general guardan luto por el amigo y el compañero muerto”.
Fernando González Pacheco era un gocetas, admite su otro gran amigo Carlos “el gordo” Benjumea, con quien también hablaron de la muerte.
“Lo volvimos un acto de entretenimiento para nosotros. Lo que no sabíamos era a quién le caería primero la moneda. A esta edad uno siempre la ve muy de cerca. Uno se levanta y lo primero que hace es leer el obituario. Si no está… puede desayunar”.
Pacheco –cuenta Benjumea- no disfrutó el retiro. Por el contrario, sufrió muchísimo.
“…El era muy tímido, padecía mucho al subir a un escenario, presentarse a una cámara. Lo que hizo siempre fue enfrentarse a esa timidez. Cuando dejó de hacerlo, esa timidez lo dominó a él”.
El Pacheco que hacía reír, que se burlaba de todo el mundo, que resultaba tan simpático…era tremendamente tímido. Se tensionaba muchísimo, hasta cuando daba el primer paso. A partir de ahí, todo cambiaba.
Y ese hombre tan exitoso, sin problemas económicos, saliendo en la televisión casi todos los días, terminó solo, sin mujer, sin hijos, muy triste…
“Sí. Pacheco siempre quiso estar solo. Sus carros siempre fueron vehículos de dos puestos, nunca pensó en un vehículo familiar. Su gran amor fue su perro, que lo acompañaba en el carro y en la moto cada vez que salía”.
Fernando era un galán, feo pero simpático. “A las mujeres –comenta Benjumea- lo que más les gusta es alguien que las divierta y las haga reír, y eso hacía Fernando. Pero era un tipo muy extraño. A él no le gustaba que Liliana (su esposa) estuviera muy cercana de su trabajo, y creo que al final eso los separó”.
Fernando quiso mucho los niños pero no quería tenerlos, aunque es padre de Manuela, no con Liliana Grohis. En Colombia –por lo menos el grueso de los colombianos- nunca la vimos.
¿Mujeriego? Lo normal, responde el gordo. ¿Y qué es lo normal?
Él tenía su estilito y le funcionaba muy bien.
Pacheco murió triste. Yo advertí de su pesadumbre en crónica de hace un par de años, enterado del abatimiento en que andaba, por culpa de su alejamiento de las cámaras y la fama. Benjumea lo confirma:
“Le dolía mucho. Pasa lo mismo que a la persona que sale pensionada. Tantas cosas y después nada, encerrado en un apartamento, volviéndose huraño para la gente. Es la soledad para quienes hemos vivido del espectáculo”.
En todo caso, la muerte de Pacheco resultó ser- para todos- “un tramacazo”, como dice Vladdo, el caricaturista. “Era un hombre tan cálido, tan auténtico, tan poco pretencioso, él mismo se tomaba del pelo por lo feo que decía que era, y era un hombre que en todas sus facetas nunca lo vimos destilando ni odio ni antipatía, ni nada”.
Pacheco no supo manejar su retiro y todo el mundo tiene su cuarto de hora de fama, que un día se acaba.
Vladdo (Vladimir Flórez, 20 años en la revista Semana) –filosofando sobre este asunto de la fama y el olvido- dice que tiene muy presente una frase de hace muchos años en El Tiempo: "Los cumplidos son como el perfume, hay que olerlos pero no tragárselos".
Hay que tenerlo claro, quienes trabajamos en los medios. Todo es oropel. Hoy nos llueven invitaciones. Es posible que mañana no contesten el teléfono, quienes ayer suplicaban una frase.
Pacheco no logró entender por qué lo pensionaron tan rápido, si él todavía tenía tanto por dar. Abrumado comenzó a cavar su tumba…