A veces hay noticias tan grandes, que no alcanzamos a digerirlas. La primera renuncia de un Papa en 600 años -no por la renuncia, sino por haber borrado de un plumazo 150 años de infalibilidad papal- es una de ellas. El argumento es simple y lo resumió Antonio Caballero hace unos días: o Joseph Ratzinger resulta misteriosamente envenenado en muy corto plazo, o la Iglesia va a tener serios problemas cuando la opinión del Papa en ejercicio se oponga a la del Papa en retiro. Algo así como lo que pasa en Colombia con Uribe y Santos. Papa blanco, Papa negro. Escoja su bando.
Lo simpático es que precisamente el Papa, que combatió toda su vida el relativismo como el gran cáncer que corroe al cristianismo, ahora haya abierto con su renuncia la puerta a la relatividad de los dogmas católicos, no sólo el de la infalibilidad, sino los que se desprendan de cualquier diferencia de interpretación entre ambos Papas.
Todo esto puede parecer un gran rollo teológico y religioso que no tiene nada que ver con la cotidianidad de un ciudadano. Nada más alejado de la verdad. Porque los dogmas del cristianismo definen en buena medida el sentido y propósito de la vida en occidente, desde nuestro sentido de justicia, hasta nuestro modelo de familia, pasando por nuestra relación con la prosperidad.
Por ejemplo, el dogma nos dice que Dios es hombre, no mujer. Si Dios es hombre, entonces el hombre es superior a la mujer -que se desprendió de una simple costilla-, por lo cual ésta no puede ser sacerdote. Pero no solo eso...tampoco puede ganar lo mismo que un hombre. Debe obedecer, en la familia, en la empresa, en el convento. Ni manda sobre su cuerpo. María Magdalena no fue una figura importante en el ministerio de Jesús, fue una simple pecadora, por no usar una palabra más fuerte. Palabra que entre otras, no debería ser fuerte, debería ser honrada....otro de los absurdos del dogma. María, la madre de Jesús en cambio -lo más cercano a la divinidad femenina en el edificio del catolicismo- no predicó nada, solamente su ejemplo: el de ser vírgen.
Dios es un ser vengador. A pesar de ser omnipresente y omnipotente, le ofende tanto que no seamos tan perfectos como él -aunque él nos creó así- que si la muerte nos coge sin confesar, iremos a soportar los peores tormentos imaginables eternamente. La promesa de una salvación futura es la gran estructura social y cultural que define a nuestra sociedad. Estamos dispuestos a hacer de esta vida un infierno con tal de garantizar la salvación. Y lo hemos hecho lo más de bien. Lo del infierno, claro.
Somos pecadores, y por tanto todo lo humano es pecaminoso, malvado, incluida la sexualidad, de la cual irremediablemente procedemos todos. Sobre todo la acumulación de riqueza, por cuenta de la famosa parábola del camello. La naturaleza en cambio, es buena, es pura, perfecta. El hombre es el depredador de la naturaleza. Tenemos que salvarla, de nosotros, terribles pecadores, porque Dios nos encomendó cuidarla. Esa es la raíz del ambientalismo militante, no es otra cosa que una proyección del dogma cristiano. Para alguien que estudie con seriedad lo que sabemos sobre la especie humana, no somos más que un primate que evolucionó de cierta manera, y por tanto somos la naturaleza misma, y nuestras ciudades, autopistas, plantas nucleares y condominios no son menos ecosistemas que una formación de coral, una colmena de abejas, una selva o un termitero.
Por lo tanto, si fueramos razonables, entenderíamos que el planeta no necesita ser salvado, los que tal vez no sobrevivamos somos nosotros, los humanos. Que podríamos desaparecer como lo han hecho muchas otras especies, por no lograr adaptarse a su entorno.
El problema es que los "fundambientalistas" creen que la sostenibilidad está afuera, en preservar todo lo no humano, los colibríes, las ranas, las orquídeas. Cuando la única sostenibilidad de este planeta es la del ser humano mismo, ese gran modificador de su entorno. Y empieza por la del individuo. Pero como por cuenta del dogma cristiano hemos hecho de esta vida un infierno -donde ganamos puntos con el sufrimiento en espera de una salvación futura- no vale la pena defenderlo. ¿Quién quiere salvar un infierno? Quizás por eso son los fundamentalistas religiosos los que no reconocen el cambio climático, ni quieren hacer nada al respecto. No es que no sepan que está sucediendo....es que quieren que llegue el juicio final y se acabe este infierno de una vez por todas. Para llegar al cielo que están seguros que se han ganado con su comportamiento ejemplar. O no tan ejemplar pero por lo menos, se han confesado.
Lo cual nos lleva a la situación muy particular de Colombia. Donde las famosas locomotoras de la prosperidad: minería, infraestructura, agro y tecnología están paradas por una mezcla de fundambientalismo, indigenismo, terrorismo y leguleyismo (no creo que exista el término, pero ya está....¡me lo inventé!). Todas, expresiones del mismo dogma, el de no dejar hacer. Como el flamante asesor gringo de la Contraloría Robert Moran, quien en entrevista a El Tiempo en días pasados pareciera mostrarnos el terrible costo de la minería a gran escala. Como si no hacer minería fuera una opción, y no lo es. Quisiera recordarle al Mr. Morán que estamos en Colombia.
En Colombia, si hay riqueza en el subsuelo, la van a sacar. La única opción que tenemos es hacerlo bien, con el menor impacto posible, que siempre lo habrá. Si el costo lo deben asumir las empresas mineras, perfecto. Si hay que subirles los impuestos y las regalías, adelante. Pero si no lo hacemos bien (o lo mejor posible), entonces se hará mal, muy mal, a punta de minería ilegal, envenenando en la peor forma a la tierra y el agua con cianuro, mercurio, plomo, sin compensación social, ni económica, sin pagar regalías ni impuestos que no sean para la guerrilla o las bacrim (que hoy son la misma cosa). Y esto no sólo aplica para la riqueza del subsuelo....aplica para toda, desde la tierra cultivable, los recursos renovables, la biodiversidad, el agua, la energía, todo. Es lo que está sucediendo ahora.
Perdonará el lector la franqueza, pero el que siga creyendo que en Colombia, -donde no pagamos ni siquiera la rehabilitación de un soldado que queda sin piernas por pisar una mina mientras cuidaba de nosotros- vamos a defender los recursos de quienes por hambre y falta de oportunidades los depredan, es un tonto. Los parques nacionales están llenos de coca, porque allí no se puede fumigar. Y no se puede para defender la biodiversidad que desaparece a marchas forzadas... ¡Gracias a la coca! Que por cierto, es un gran negocio porque es ilegal, gracias a los dogmas absurdos del cristianismo occidental.
Pero bueno, puedo estar equivocado, no voy a defender la infalibilidad de esta columna, ni más faltaba. Y si no me parte un rayo por escribirla, seguiré opinando. De lo contrario, quiero recordarle a ese Dios vengador que irremediablemente he ofendido aquí, que como dice el profesor Juan Esteban Costaín -citando una frase de Oscar Wilde- al cielo lo prefiero por el clima, pero al infierno, por la compañía.
Papa blanco - Papa negro
Dom, 24/02/2013 - 09:01
A veces hay noticias tan grandes, que no alcanzamos a digerirlas. La primera renuncia de un Papa en 600 años -no por la renuncia, sino por haber borrado de un plumazo 150 años de infalibilidad papal