Platica para Colombia Científica

Sáb, 03/06/2017 - 06:54
Colombia Científica, ¡qué título grandilocuente para un pequeño programa de inversión! El Gobierno anunció con bombos y platillos una nueva línea de inversión en ciencia, tecnología
Colombia Científica, ¡qué título grandilocuente para un pequeño programa de inversión! El Gobierno anunció con bombos y platillos una nueva línea de inversión en ciencia, tecnología e innovación para los próximos años por 230.000 dólares, es decir, por unos 600.000 millones de pesos, resultantes de un crédito con la banca internacional. En este momento no se sabe quién va a administrar esos fondos: si Colciencias, la Presidencia, los entes territoriales o alguna nueva agencia que se cree para el efecto; tampoco se conoce si se trata de un programa, un plan de largo plazo, una simple asignación presupuestal, o qué que otra categoría de gasto. La política sobre ciencia es un verdadero galimatías, un juego entre el gato (el Estado) y el ratón (investigadores, universidades y científicos). El país viene dando tumbos desde hace rato, sin haber llegado a una idea clara sobre lo que se necesita y se debe hacer para estimular la ciencia, y sobre todo, sobre la manera de adelantar la ejecución de la política de investigación. ¿Debe esta dirigirse desde Colciencias, o la debe orientar el Departamento Nacional de Planeación, o los departamentos, o inclusive la misma Presidencia de la República? No es claro si las inversiones (o más bien el gasto) deben ser centralizadas tratando de lograr economías de escala y priorizando grandes líneas de proyectos, o si resulta más aceptable descentralizar el presupuesto a través de los departamentos o las regiones, con recursos de las regalías. Tampoco han sido claros los diferentes Gobiernos al definir las fuentes de los recursos, pues unas veces se piensa en el presupuesto nacional o en empréstitos, y otras veces en las regalías. Si bien Colciencias cubre en la distribución de fondos la mayor parte de los posibles campos de investigación, las prioridades van cambiando de acuerdo con la capacidad de presión de los centros o de los grupos de investigación, más que con las necesidades: puede priorizarse salud, agricultura, educación u otro campo cualquiera, a veces de manera caprichosa, sin que existan criterios técnicos ligados a los planes generales de desarrollo, o a las ventajas comparativas de uno u otro campo de estudio. ¿Cuál debe ser el presupuesto para ciencia? Casi siempre, el monto se establece por comparación con lo que gastan otras naciones de la región. Pareciera existir una correlación entre desarrollo económico y social y nivel de inversión en ciencia y tecnología; lo que no es claro es si un mayor desarrollo conduce a mayor esfuerzo en investigación y desarrollo, o lo contrario, si el gasto en investigación es un factor determinante del desarrollo, el crecimiento y el progreso de los países. Posiblemente la relación tiene lugar en ambas direcciones. En 2013, Colombia apenas gastó en ciencia 0,2 de su PIB, cifra que se debe comparar con las de Chile (0,4), Argentina (0,6) y Brasil (1,2), entre los vecinos; los países de alto desarrollo, por su parte, gastan una proporción significativamente mayor: Estados Unidos 1,7, China 2,1, Alemania 2,8, Dinamarca 3, Finlandia 3,3, Japón 3,5 e Israel 4,1. ¿Es esta proporción en el gasto una garantía para desarrollar la ciencia? ¿Existe una recomendación sobre el nivel de gasto adecuado y su forma de distribución? Si miramos la historia del desarrollo científico, encontraremos sin sorpresa que los esfuerzos en educación básica pueden ser los más importantes para inculcar el interés por lo científico; igualmente, se destaca la participación de la industria y las empresas en la financiación y en el uso de los resultados de trabajos de investigación; otro elemento destacado es la capacidad de las universidades dedicadas a la investigación, inclusive priorizándola sobre el ejercicio de docencia; finalmente, el papel orientador  y financiador del Estado, como se ve en el caso de Corea del Sur. En Colombia se desconoce sobre qué resultados deseados deben adelantarse los planes y programas de ciencia: ¿número de grupos de investigación aceptados y clasificados en categorías por Colciencias?  ¿Cantidad de doctores (Ph. D.)? ¿Número de universidades con acreditación institucional y que, por consiguiente, cumplen estándares de investigación? ¿Cantidad de artículos en revistas indexadas? ¿Patentes nacionales e internacionales? ¿Inventos y descubrimientos científicos originales? ¿Aportes disruptivos al conocimiento científico? ¿Investigación básica o aplicada, o desarrollos tecnológicos? ¿Metodología experimental, cuantitativa, cualitativa, investigación acción,  otras? Si bien existe una relación estrecha entre investigación y desarrollo científico, esta es compleja y tiene muchos caminos. No siempre gastar altas cantidades de recursos conduce a resultados positivos en ciencia, ni tener un número considerable de doctores refleja altos resultados de investigación. En Estados Unidos, la mitad de los Ph. D. están vinculados con empresas intensivas en  conocimiento, mientras que aquí los doctores representan el 6 % de todos los docentes de las universidades. Colombia tiene cerca de 4.000 doctores o Ph. D.[1], y graduamos unos 250 cada año; mientras Brasil gradúa 12.000 y México 4.500 —y ninguno de los dos países puede considerarse fuerte en investigación y mucho menos en nivel científico—. Muchos doctores adquieren conocimiento especializado sobre un campo del saber, pero no son buenos investigadores, mientras que se encuentran experimentados investigadores que no han cursado estudios de doctorado. La mayor parte de nuestros doctores adelantan sus posgrados en universidades teorizantes, donde el nivel de investigación es pobre; otros (la minoría) son aceptados y se matriculan en las grandes universidades, generalmente anglosajonas, y no solo obtienen un doctorado, sino adquieren buena experticia en el manejo de los métodos de investigación científica y en el manejo de estadística aplicada a investigación. Ni que hablar de las supuestas investigaciones que llevan a cabo muchos docentes que jamás han recibido formación en las disciplinas de la investigación científica, a los cuales se les asigna una carga horaria para adelantar trabajos de investigación; estos docentes —que son la mayoría en nuestras instituciones de educación superior—, suelen hacer indagaciones, búsquedas bibliográficas, o trabajos descriptivos sin mayor mérito, pero se consideran investigadores. Por ello, algunos expertos defienden propuestas según las cuales deberían existir por lo menos dos categorías o tipos de universidad: las que poseen un carácter de investigación-docencia y las “profesionalizantes”; o, si el Ministerio de Educación exige grupos y resultados de investigación a todas las instituciones de educación superior, que aquellas con baja o media capacidad de investigación escojan y financiancien unos pocos proyectos clave y constituyan, alrededor de estos, grupos de alta categoría, manteniendo en sus planes curriculares lo que se denomina “investigación formativa”, que en realidad es solo una invitación a disfrutar y conocer a medias lo que hacen los verdaderos científicos. El Ministerio de Educación se ha empeñado equivocadamente en que todas las universidades colombianas —por lo menos las acreditadas institucionalmente— sigan el modelo de Oxford, Cambridge, Harvard, Stanford…, y por ello exigen a las universidades acreditar varios grupos de investigación en categoría A, mostrar resultados de las investigaciones, una cuota alta de doctores (no importa si saben o no hacer investigación), laboratorios sofisticados, bibliotecas para científicos y, por supuesto, asignaciones presupuestales altas. Con todo el respeto, por ahí no es la cosa. Los resultados globales del esfuerzo investigativo son desalentadores para nuestro país en términos de artículos aceptados en buenas revistas indexadas, o artículos consultados por otros investigadores. Veamos lo que pasa con las patentes: según la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), en 2015 se solicitaron más de 3 millones de patentes en el mundo, de las cuales China presentó un millón, Estados Unidos medio millón, Japón 450.000 y Corea 213.000 en números redondos. Colombia ese año presentó la pequeña suma de 63. No debe olvidarse que un buen investigador requiere amplio, profundo y actualizado conocimiento sobre un campo —generalmente muy estrecho—, manejo de los métodos de estudio, recursos disponibles, equipos de trabajo colaborativo, ambiente favorable (masas críticas, redes institucionales, acceso a bases de datos y publicaciones, asistencia a encuentros de científicos, etc.) y, en algunos campos, laboratorios con tecnología de punta. Ese ambiente científico no prevalece entre nosotros, y los buenos investigadores —que los hay— suelen trabajar en condiciones no favorables. Nuestro país debe repensar qué quiere en materia de ciencia, tecnología e innovación, y no seguir dando tumbos, ni bautizando pequeñas inversiones con el ostentoso nombre de “Colombia Científica”.   [1] Acosta, O. y Celis, J. (2017, 10 de abril). Colombia sin doctores. Razón Pública.
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