Escuchar a Petro, si se hace por primera vez o ignorando su trayectoria, podría convencer de su benevolencia, buena intención e incluso captar adhesión a su discurso. Es evidente que, una vez filtrada su proclama para extraerle superlativos e hipérboles de ardor electoral, se coincide en que nuestro país necesita de una mayor igualdad social, educativa y económica, ya lo hemos recalcado en anteriores columnas. Se está de acuerdo con el excandidato en esta premisa de base –que fue de público asentimiento y motivo de atención por todos los candidatos de esta pasada contienda–, mas no con el método de implementarla; ahí es donde emergen las divergencias.
Aquí, sin un orden particular ni brega de exhaustividad, algunos de los puntos que, a mi parecer, jugaron en contra del candidato Petro a la Presidencia de la República para el periodo 2018-2022:
- Es detectable la construcción de su discurso, así como en su “dinámica” transformación, para hacerlo una efectista máquina de votos. Una elocuencia “sur mesure” para aderezarlo en atractivo.
- El garrafal cambio, con atropellados giros de 180°, evidenciados sin dificultad entre la primera y segunda vuelta. Metamorfosis ideológica obviamente contradictoria que tornan incoherente el discurso y por ende en no creíble.
- Los resultados de poca monta, aparte del gran activismo político, llevados a cabo durante su paso como burgomaestre de Bogotá. El recuerdo dejado fue de una instauración marxista de lucha de clases y de confrontación permanente, a la que anuncia continuar.
- La argumentación en pro del gobierno bolivariano venezolano –que terminó negando–, por el que en pasado reciente sostuvo amplios elogios e infortunadas afirmaciones que entronizaban este modelo como el idóneo para Colombia.
- Su entorno comunista, de izquierda radical y pro guerrilla, que obedece a su formación y práctica política.
- El miedo de los colombianos a lanzarse en una aventura incierta carente de solidez económica. Poco fructificó el gran esfuerzo propagandístico del excandidato para restarle importancia al riesgo incurrido, en menospreciar y convertir en incorrecta políticamente la palabra miedo. Palabra que el electorado mayoritario revalorizó por no concebirlo como sinónimo de la parálisis que la campaña del candidato le asignó, sino como una herramienta de sobrevivencia. Un instinto evolutivo salvífico del que está dotado el ser viviente; por ejemplo, frente a un desbarrancadero lo hace protegerse para salvaguardar su existencia.
- Sus propuestas económicas sin asidero verosímil que confunden y que cual canto odisíaco de sirenas buscan aletargar. Por ejemplo, la gratuidad de todo sin explicar de dónde salen los recursos, sumado al abandono de la producción petrolera –nuestra fuente actual de subsistencia– para reemplazarla por la siembra de “ecológicos” aguacates, ya ni risa produce.
- Su vehemente y desdeñosa propuesta de convocar a una Asamblea Constituyente, que haga trizas la actual Constitución. Propósito que implica la destitución del Congreso que aún no se ha posesionado; así como de un manoseo a la Carta Magna para producir otra a la medida de su promotor; siguiendo el ejemplo de Venezuela que atraviesa justamente por este arbitrario e impopular proceso.
- El recuerdo de que fue asesor económico de Chávez, junto con Pablo Iglesias, líder del populista partido español “Podemos”.
- La tardanza en presentar públicamente su Declaración de Renta, así como a tiempo y sin remilgos lo hicieron los demás candidatos. A lo que se añade, que bien sabido es, que su vida no es de proletario y a contrario goza de cómodos medios económicos y se complace en ese lujo que critica en los demás.
- Recibir adhesiones de personajes que tienen un lastre tan negativo, como es el caso de Ingrid Betancourt.
- Ser considerado como el candidato de Santos, quien termina un mandato con muy pocas realizaciones y con una aceptación ciudadana de menos del 20%. Pero tres cosas lo distinguen y se constituyeron en su “top of mind”, del cual le será difícil desmontarse sin una acción real convincente:
- El populismo incontestable que emana de cada propuesta. Sus frases dirigidas para causar impacto sin importar la viabilidad, encaminadas a elevar los ánimos sin importar la posibilidad, preparadas para exacerbar pasiones más que en asegurar futuros reales sostenibles.
- La defensa incondicional a los “Acuerdos santistas de paz”, que considera dogmas que no necesitan ni ajuste ni mejora.
- La arrogancia que le impide conformar un equipo, escuchar consejos o atender protestas, lo convierte en un líder a la antigua usanza (capataz): que ordena sin consultar, sin medir consecuencias y ciñéndose sólo a su pálpito personal, al mejor estilo del caudillo, ese que osa criticar. Esta prepotencia es fácilmente detectable en su estilo y tono de lenguaje, en sus frases agrias que destilan resentimientos y revanchismos. Cultiva la soledad del poder y la acrecienta como culto a su personalidad. No cree en nadie. Baste recordar como su aliado de aventuras de monte, Navarro Wolf, lo dejó antes de sus primeros 100 días en la Alcaldía. También constatable en su tosco discurso de aceptación de su derrota, que transformó en victoria, y en donde su candidata Vicepresidente tuvo que exigirle que le agradeciera. Tampoco se escucharon reconocimientos para sus aliados incidentales como Claudia López o Mockus que tanto le aportaron. Una egolatría que no mueve masas, sino que indispone espíritus.