Por lo regular, cada vez que se acercan elecciones, se repiten pronunciamientos sobre la crisis de los partidos políticos. Tesis van y tesis vienen sobre las causas del fenómeno. Pero la causa central está ahí a los ojos de todos: los elegidos para representar el bien común, no lo representan.
¿A quiénes no representan? A los colombianos comunes y corrientes que votan por ellos. ¿Y por qué no los representan? Porque esos señores elegidos a nombre de los partidos para cumplir con ese encargo, como legisladores o como gobernantes, hace rato que trastocaron el principio democrático según el cual el interés general debe ir sobre el interés particular. ¿Cómo lo trastocaron? De varias formas: poniendo su poder político al servicio del poder económico. Y/o poniendo sus ambiciones personales sobre cualquier consideración para decidir sobre el manejo de los bienes públicos. A través de su discurso revolotean para ocultarlo. Cada vez; en cada aparición pública. Pero sus decisiones legislativas y de gobierno, ya peluqueadas de retórica, los delatan. (Lo que ocurre es que más bien pocos se toman el trabajo de revisar).
¿En qué ha resultado el engaño? En que no pueden responderle a la gente. Y si los partidos por los que la gente vota no pueden responderles a sus electores como corresponde, no puede esperarse otra cosa que su crisis. La crisis de los partidos.
Pero ese reino del interés particular no solo dio al traste con el quehacer político de los partidos sino con su organización como tales. Los carcomió por dentro: designación de candidatos a corporaciones públicas sin exigencia siquiera de una militancia previa, y tan solo si acreditan potencial de votos, cual empresa electoral de coyuntura (el interés particular del candidato y el interés particular de sumar votos del partido, en su plena expresión); la escogencia de candidatos presidenciales que en aspiraciones pasadas se han paseado por otros partidos; la vista gorda con el aprovechamiento individual de la representación congresional para sacar beneficios personales; y otro buen número de prácticas auto desinstitucionalizadoras. En ese carnaval de intereses particulares su rol como materializadores de la democracia representativa tenía que salir resquebrajado. Y lo peor, la representación, esencia misma de la democracia, desde que dejó de ser directa, sin cómo hacerse real. La crisis de los partidos puso en crisis a la representación y por lo mismo a la democracia.
Sin embargo, analistas insisten en rescatar la democracia pero contando con ellos. Con los mismos partidos que de manera consciente hicieron todo por perder el norte. O mejor, con los mismos que consintieron que sus miembros hicieran y deshicieran a su gusto, a tal punto que han puesto en riesgo a la propia democracia. No, ellos no van a cambiar. Para una verdadera democracia se necesita de nuevos actores.
A ver si el grado de conciencia pública que inesperadamente y en buena hora han demostrado varios sectores de la población se ha extendido a la mayoría. No es nadie distinto a los ciudadanos en capacidad de votar quienes deben salir a cobrar en las urnas la traición de quienes pretenden seguir haciéndose elegir como sus representantes, sin serlo.
A que aprendan en las urnas
Dom, 09/02/2014 - 18:04
Por lo regular, cada vez que se acercan elecciones, se repiten pronunciamientos sobre la crisis de los partidos políticos. Tesis van y tesis vienen sobre las causas del fenómeno. Pero la causa centr