Cuando repaso los comentarios y análisis acerca de los libros de Irène Nèmirovsky, lo que encuentro es que la historia de cada uno de quienes somos sus fieles lectores comienza con alguna obra distinta. Sí, claramente la escritora rusa es más conocida en el mundo literario por el éxito de Suite Francesa, una exquisita novela sobre lo humano y mundano antes y durante la invasión alemana a París. Sin embargo, para todos hay un libro en particular que nos ha conmovido hasta el tuétano y nos mantiene ahí, esperando con ansiedad la llegada de cada obra nueva que se edite.
Para unos será El Baile, una despiadada sátira de la clase emergente judeo-francesa que busca la aceptación de la rancia sociedad parisina, llena de abolengos y títulos. Otros encuentran en David Golder el retrato de ese hombre tirano, avaro y manipulador a través del dinero, con el que ningún ser humano quisiera tener que encontrarse. Está El Caso Kurilov, que el Nobel JM Coetzee describe como “la progresiva humanización de un asesino”; Los Perros y Los Lobos, obra catártica que a través de tres personajes describe la barahúnda emocional de Nèmirovsky como una rusa judía en París; y cierro la lista de novelas editadas en español con aquella que se constituye para mí en la verdadera joya de esta escritora: El Ardor de la Sangre, cuyo nombre lo dice todo.
Algunas de las anteriores novelas las he leído dos y hasta tres veces y no deja de impactarme la precisión de Nèmirovsky en los detalles a la hora de narrar situaciones, sentimientos y personalidades. Increíblemente, al leer, no solo se tiene una mirada cinematográfica permanente de las escenas, sino que la autora logra proyectar olores, sabores y otros aspectos sensoriales de una manera tan vívida que es inevitable ubicarse al centro del pogromo en un ghetto ucraniano; a un puente en París viendo volar invitaciones a un baile; o a una villa francesa en donde dos jóvenes dan rienda suelta a la insaciabilidad de las hormonas y el corazón.
De igual manera Nèmirovsky en cada una de sus obras hace una exploración sicológica de eso que es el ser judío. Claro que trae a colación los estereotipos sobre quienes practican esta religión que han pasado de generación en generación y por ello ha sido en ocasiones criticada como una escritora antisemita, lo cual es algo paradójico si se tiene en cuenta que murió como prisionera en Auschwitz en 1942. A lo que me refiero específicamente con el ser judío, es que ella hilvana en sus obras los más profundos sentimientos de abandono, frustración, inseguridad, dolor y los sueños sin cumplir que pienso carga cada judío en lo más recóndito de su ser y que ella además llevó hasta su tumba.
Nèmirovsky, quien logró la profundidad humana que también traslucen las obras de Marcel Proust, es la francesa más traducida después del célebre autor de En busca del tiempo perdido. Casualmente fue en las páginas de la segunda parte de la obra en mención que encontró aquello que denominó “la cosa maravillosa” que tanto llevaba buscando y que inspiró la “llamarada de sueños” de El Ardor de la Sangre.
Indudablemente los escritos de Nèmirovsky son arte en su más puro significado. La fascinación con la cual vuelvo a sus libros una y otra vez la atribuyo a aquello que suele suceder a través de la fuerza de la palabra escrita: “Ella parecía sorber, beberse mi corazón”.