Si pensara en Ucrania y Venezuela al mismo tiempo, en circunstancias distintas a las de hoy en día, la primera asociación mental que haría de estos dos países tan lejanos, sería sobre la belleza de sus mujeres. Desafortunadamente, en la actualidad también los une el hecho de estar viviendo la peor crisis de sus historia reciente. Hubiera sido muy difícil imaginarse que después de casi 25 años de terminada la guerra fría, existan países fragmentados en torno a la dominación rusa, como es el caso de Ucrania; o la ejecución de un modelo socialista fracasado como en Venezuela. Aunque las problemáticas y reclamaciones sociales son diferentes, resulta muy interesante ver cómo en estos dos países existen procesos y fenómenos políticos similares.
A los gobernantes de estas dos naciones se les ha olvidado por completo que tienen que gobernar en función de todos, no sólo a favor de quienes comparten las posturas oficiales. Pareciera que no se percataran en lograr acuerdos, de encontrar soluciones incluyentes y de mantener un diálogo constructivo con la oposición. Un verdadero líder busca consensos, toma decisiones para satisfacer las necesidades de la mayoría, pero siempre tratando de minimizar los impactos negativos sobre el resto de la población. Por lo tanto, es apenas natural que en Venezuela y en Ucrania, los grupos y sectores que no comparten las decisiones de las autoridades, sientan que sus derechos no son reconocidos, asumiendo la protesta y la desobediencia civil como la única posibilidad para hacerlos valer.
La coincidencia que considero más de fondo, es que Nicolás Maduro y Viktor Yanukovich fueron elegidos democráticamente, pero sus formas de gobernar son muy poco democráticas. Este hecho hace muy difíciles las cosas porque, por un lado, están los derechos legítimos de la mayoría que los eligió, pero, por el otro, hay un abuso real a las libertades civiles y políticas de los opositores. Estamos frente a un nuevo paradigma en el mundo, Venezuela y Ucrania representan un híbrido entre democracia y autoritarismo, que conduce a una reflexión: los dictadores no son sólo quienes llegan por medios ilegítimos al poder, sino también aquellos que abusan de él. Este es un gran dilema moral y político para la comunidad internacional. No es propio de demócratas interferir en asuntos internos de otras naciones y apoyar el intervencionismo, como tampoco es una expresión democrática, ser indiferentes ante el autoritarismo, la censura, represión y la persecución política.
Una de las características que más llaman la atención es el liderazgo de los movimientos de jóvenes y estudiantes en los dos países. Es un fenómeno con una connotación bastante amplia. El hecho que sean las generaciones jóvenes quienes se demuestren más insatisfechos, es un indicador que debería preocupar bastante a quienes detentan el poder. Los estudiantes que se manifiestan en Venezuela y Ucrania, tienen muy claro que ellos son los principales afectados por las consecuencias de las determinaciones que se toman y se han venido tomando. Nos duele que las malas decisiones políticas afecten nuestro bienestar, pero es mucho más doloroso cuando se está obligando a quienes tienen una vida por delante, a vivir el futuro que no quieren vivir.
A veces, cuando vemos las cosas desde la distancia, podemos interpretar los hechos más objetivamente y sin apasionamientos. Nos damos cuenta del peligro que representa concentrar el poder en una sola persona. También podemos comprobar los efectos negativos del lenguaje del odio y de la incomprensión. Del grave despropósito que implica vivir divididos, en vez de construir un futuro común.
Las crisis en estos dos países debería conducir a preguntarnos cómo nos ven desde afuera. Suele pasar que cuando vemos la realidad desde una óptica demasiado cercana, no nos damos cuenta de la magnitud de los problemas a los cuales estamos enfrentados. Si el hecho de que en esta semana las víctimas fatales por las protestas en Ucrania y Venezuela sumadas asciendan a 150, es absolutamente indignante, qué adjetivo podríamos utilizar para definir nuestro conflicto armado de cincuenta años que deja más de 220.000 personas asesinadas, 25.000 desaparecidas y casi cinco millones de desplazados.
Valdría la pena averiguar qué le desea el mundo a Colombia, si ponerle fin al conflicto de forma definitiva a través de un acuerdo o continuar en el mismo.
Se desbordó la paciencia en el Dniéper y el Orinoco
Vie, 21/02/2014 - 16:30
Si pensara en Ucrania y Venezuela al mismo tiempo, en circunstancias distintas a las de hoy en día, la primera asociación mental que haría de estos dos países tan lejanos, sería sobre la belleza