¿Todos somos fundamentalistas?

Lun, 25/07/2016 - 16:23
No deja de ser paradójico que Francia, cuna precisamente de la revolución donde surgió la democracia moderna en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres, sea ahora el b
No deja de ser paradójico que Francia, cuna precisamente de la revolución donde surgió la democracia moderna en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres, sea ahora el blanco de terribles atentados terroristas, obra del fundamentalismo islámico, religioso, que hasta hace poco muchos consideraban un asunto superado, obsoleto, de simple interés histórico. Pero, ¿los mismos revolucionarios franceses -cabe preguntar- no eran fundamentalistas en su momento, con un fanatismo político semejante (no ya religioso, aunque también se fueron lanza en ristre contra la religión) que también incurría en prácticas terroristas, las cuales desembocaron en el derrocamiento de la monarquía, cuyas cabezas rodaban, desde María Antonieta, bajo el pesado y gélido filo de la guillotina? ¿No fueron fundamentalistas, a su turno, los reyes que les precedieron, quienes por algo encarnaban el régimen absolutista, según el cual el Estado, el poder supremo en la sociedad, era el propio soberano, como bien lo expresaba la célebre sentencia de Luis XIV: “El Estado soy yo”? ¿Y qué decir de los faraones egipcios y los césares romanos, quienes proclamaban ser dioses, sin que nadie por tanto les pudiese llevar la contraria como no fuera para pagar con la muerte su osadía, acaso por blasfemia? ¿No eran todos ellos en verdad, con el enorme poder que tenían a disposición, fundamentalistas a ultranza, poseedores de la verdad, con derecho al dominio de sus pueblos e incluso al de otros más, como si fueran propietarios del mundo? ¿No fue eso en lo que incurrió el nazismo, bajo el poder maléfico de Hitler, inspirado por supuestos absurdos como la superioridad de la raza aria? ¿O el fascismo italiano, liderado por Mussolini, con el sueño utópico de revivir el imperio romano bajo su mando? ¿Y no fue fundamentalista don Napoleón Bonaparte, quien pretendió tomarse a Europa tras ser coronado Emperador por el Papa en Notre Dame? ¿Qué decir, a propósito, del fundamentalismo religioso en Occidente, aquel que terminó en las Cruzadas por la fallida recuperación de Tierra Santa mientras la Inquisición se convirtió en tribunal implacable, con torturas dignas de la peor barbarie? ¿Hoy en día, además, el fundamentalismo no está presente en quienes siguen a pie juntillas las consignas marxistas que exaltan la lucha de clases y, por consiguiente, la violencia, concebida como el motor de la historia? ¿No son fundamentalistas, por ejemplo, los gobernantes comunistas chinos, tan amigos de la economía de mercado? ¿Y no lo son también quienes defienden el capitalismo a diestra y siniestra, creyendo con fe ciega en las virtudes del libre comercio y estableciendo, con autoridad incuestionable, que el liberalismo económico es el único sistema válido, científico, aunque la desigualdad social campee a sus anchas? ¿Fundamentalistas, entre nosotros, no son considerados los seguidores del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, situados por lo visto en la extrema derecha, pero también los de la extrema izquierda, desde la guerrilla hasta las huestes del Polo Democrático e incluso los leales seguidores del actual gobierno en virtud del fuerte presidencialismo que en Colombia tiende a arrasar con la separación de poderes y cae -según advertía Vásquez Carrizosa- en la dictadura constitucional? ¿Fundamentalista, sin irnos muy lejos, no era Chávez en Venezuela, ni lo es su inmaduro sucesor, ni tienden a serlo los voceros de la oposición a ese régimen “bolivariano”, quienes se niegan sistemáticamente al diálogo a pesar de su profundo espíritu democrático? En síntesis, permítasenos formular una hipótesis, atrevida en grado sumo: todos somos fundamentalistas, convencidos de tener la verdad absoluta y, cuando tenemos el poder (sobre todo el poder político que corrompe y enloquece), lo ejercemos como si nadie más tuviera derecho a él. ¿No será ésta precisamente la causa de la violencia, de esa guerra sin fin, interminable, a que parecemos estar condenados? Cualquiera sea su respuesta, positiva o negativa, corre el riesgo de ser tildado como fundamentalista, confirmando así la plena validez de nuestra hipótesis…
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