- Hace pocos días, varios de los compatriotas secuestrados por las Farc dieron su doloroso testimonio ante la JEP. Si imaginariamente yo entrara en la mente y el corazón de cualquiera de ellos, hablaría así:
“Sí, fuimos secuestrados por las Farc durante muchos años. Tantos, que al final nos perdíamos en el tiempo y creíamos que las horas duraban días, y los días, siglos. Todo era confusión, la confusión que nace del dolor, de la ira, de la impotencia, de la soledad forzada o del acompañamiento vil.
No entendíamos nada, ni siquiera lo que nos decía el corazón, lo que nos traía la memoria, lo que venía a caballo del viento y los aromas. Tampoco comprendíamos lo que clamaban nuestras tripas. Con frecuencia hasta creíamos que eran disparos que procedían de lo más hondo de nuestro ser. Quizás el mensaje era que los dirigiéramos hacia el centro mismo del corazón de nuestros guardianes, si es que tenían corazón.
Todo era una sensación horrible, inédita para cada uno de nosotros, que te rasgaba el alma y te sobrecogía en lo más profundo de tus vísceras.
Cuando los segundos lograban pasar, pasaban sin prisa y nos entumecían. Los minutos nos desangraban el ser. Las horas nos empujaban hacia la nada. Los días se cruzaban como si fueran dos gigantescas locomotoras que chocaban cargadas de explosivos. En cuanto te descuidabas, en cuanto cerrabas los ojos para hacer una pausa visual, convulsionabas con los gritos y las ofensas de los carceleros, con sus carcajadas de dinamita.
Era un imposible no odiar, no desearles lo peor para sí, para sus jefes y sus familias. El dolor, la tenebrosidad, la destrucción moral y física sin fronteras, la falta de autoconfianza, la fe confusa, el vértigo tóxico y demoledor de sus voces, todo eso, y mucho más, no podía ser para nosotros. Ellos se lo merecían, reunían todas las condiciones. Ninguno podía ser eximido, no habría excepciones, no se darían privilegios. El infierno tenía que ser para cada uno de quienes, de cerca y de lejos, determinaron y aplaudieron los secuestros, nuestros secuestros, y nos veían como piezas de caza y canje.
Nos vejaron sin consideración, nos irrespetaron más allá de lo imaginable. Nos afectaron en lo más recóndito de nuestra esencia humana. Nos hicieron sentir como si fuéramos los peores enemigos de la humanidad, los culpables de la pobreza y la desigualdad, los traidores a una patria socialista que sabían que no podía llegar".
- Si imaginariamente entro en la mente y el corazón de cualquiera de los responsables de esos secuestros, yo respondería así:
“Sí, fuimos sus secuestradores. Lo sostenemos abiertamente, sin gaguear al decirlo y borrones al escribirlo. Los retuvimos y las retuvimos, uno a uno, una a una, porque el paraíso socialista justificaba y justifica todos los medios.
Los golpes con cadenas en la cabeza de los retenidos buscaban que esa cabeza se abriera para que entrara nuestra ideología sin tacha; los golpes en las manos con las culatas de los fusiles de nuestros combatientes pretendían que los retenidos pusieran sus manos al servicio de la revolución; los encadenamientos a los árboles simplemente significaban que eran seres valiosos, no mercancías, por lo cual debían permanecer con nosotros; las raciones de comida escaseaban porque escaso era el entendimiento de esas gentes para percibir y aplaudir el alcance de la tarea que nos animaba.
Igualmente, cuando los retenidos se acostaban a dormir sobre un nido de hormigas o encima de un enjambre de garrapatas, la única intención era mantenerlos despiertos para que leyeran nuestros libros y cuadernos. Cuando los comandantes ascendíamos a los compañeros que eran duros con las secuestradas, el propósito era que entendieran que en la organización se reconocía a quien obraba como un buen militante.
La patria socialista, el paraíso del pueblo, se lo merece todo. A esa patria, a ese pueblo les juramos combatir y ofrendar la vida, si era o es necesario, bajo la convicción de que la revolución se impone combinando todas las formas de acción, así nos digan terroristas y criminales de lesa humanidad.
Sí, cometimos errores, lo sentimos. Pero atendiendo el llamado de la grandeza inefable de Marx, de las sin iguales ordenanzas ideológicas del camarada Lenin, de la postura incólume y sabia del camarada Stalin, del fervor desafiante y valiente del camarada Fidel, de la audacia creadora del compañero Chávez. De otros grandes. De la historia de los pueblos, a los que juramos luchar hasta vencer o morir. ¡Patria o muerte!”.
- Por su parte, los medios también hablaron. Uno de ellos, el diario El Colombiano, de Medellín, dejó dicho, en su editorial del pasado 31 de octubre, que los relatos de los secuestrados de las Farc “describen la inhumanidad y desprecio por la vida con que esa guerrilla trató a quienes fueron blanco de sus actos de violencia y terror. Despojaron de toda dignidad a quienes privaron de la libertad por meses y años, a quienes cercenaron de sus familias y entornos sociales y laborales, causando daños morales, sicológicos y económicos imborrables, traumáticos”.
A lo anterior se suma la anotación de Alberto Velásquez Martínez, brillante escritor y columnista de tal periódico: “Ante esta película de terror se concluye que los campos de concentración nazis se quedaron cortos”. Nada bendice ese terror: “Ninguna imperfección del sistema democrático puede justificar que existan ejércitos ilegales capaces de provocar tal nivel de daño y de dolor”, como anota el diario a modo de mensaje para todas las guerrillas.
INFLEXIÓN. Esos compatriotas no fueron “víctimas del conflicto”, como de modo intencionado afirma la magistrada Patricia Linares, presidenta de la JEP. Esos compatriotas, doctora, fueron víctimas de las Farc.