Este ha sido un año paradójico. Cargado de buenas noticias, pero también lleno de nubarrones y polarizaciones. Tan pronto sentimos que por fin nos convocamos alrededor de un propósito nacional, estallan los enfrentamientos y las impugnaciones. Esa atávica incapacidad nuestra fue retratada con un tono quizás apocalíptico por el libertador Simón Bolívar cuando sentenció que "cada colombiano es una república". Seguramente le faltó decir que "una república contra otra".
Por eso la noticia más importante de Colombia para los colombianos y del país para el resto del mundo es el proceso de paz. Ha dicho el gobierno nacional que nunca antes habíamos estado tan cerca del final del conflicto como ahora. Y si de las FARC se trata, tiene razón. Como también es cierto que se requiere una mesa paralela con el ELN para terminar un degradado conflicto armado al que le entregamos seis décadas de nuestra historia y 270 mil muertos, de los cuales el setenta por ciento de ellos son civiles inermes. Que el Presidente Santos haya logrado construir un camino de diálogo para la paz y que ese propósito cuente con un respaldo mayoritario de la sociedad colombiana es su logro más importante. Aunque nos falta que esa misma opinión pública sepa que la reconciliación implica el tránsito de la guerrilla a la política civil. Que la fórmula exitosa es el cambio de las balas por los votos.
Y también por eso preocupa el denominado "choque de trenes" que rompe la unidad del Estado que necesitamos para encarar las exigentes tareas del posconflicto. Bastante tenemos con la virulenta y mezquina oposición del uribismo al proceso de paz. En gracia de discusión, podríamos aceptar que esta oposición corresponde al normal ejercicio del debate público. Que puede servir para identificar advertencias útiles en la construcción de un buen acuerdo de paz. Pero llama la atención que Uribe no hubiese tenido en cuenta tales advertencias cuando adelantó un fallido proceso de desmovilización con los paramilitares que desembocó en las BACRIM. Como llama la atención que el expresidente revele la mermelada distribuida por el Gobierno Santos y olvide la que él mismo repartió en abundancia durante sus ocho años de mandato.
Lo malo de este año que termina es que además nuestra institucionalidad se abrió en una confrontación sin antecedentes. Cortes, gobierno, órganos de control y de justicia parecen no encontrar aún los espacios, el tono y los términos de una relación armónica y concurrente. Arreglos institucionales que consolide y ajuste nuestro pacto constitucional se revela como una urgencia manifiesta. Y el episodio de la destitución del alcalde Gustavo Petro han elevado al máximo los decibeles de esta confrontación. Con un impacto sin precedentes sobre la estabilidad institucional de la capital.
Me dirán que un año electoral como el 2014 no es terreno fértil para consolidar la paz como un propósito nacional. Y quizás tengan razón. Pero creo que el escenario electoral puede ser también una ventana de oportunidad para construir un mandato popular en favor del posconflicto. Como cuando diez millones de colombianos en 1998 votamos por el mandato por la paz. Mandato que será insuficiente si no superamos el choque entre las principales instituciones del Estado colombiano.
@AntonioSanguino
Un 2014 para la paz
Dom, 22/12/2013 - 17:15
Este ha sido un año paradójico. Cargado de buenas noticias, pero también lleno de nubarrones y polarizaciones. Tan pronto sentimos que por fin nos convocamos alrededor de un propósito nacional, es