Una de las luchas que ha tenido que dar Bogotá con sus propios habitantes ha sido la de recuperar el espacio público en andenes y calles. Tema que, justo cuando empezaban a entenderlo los bogotanos fue abandonado, y poco a poco, a partir la administración de Luis Eduardo Garzón hasta la fecha, el caos generado por la invasión del vehículo particular y las ventas ambulantes ha regresado de manera progresiva con pleno consentimiento de las autoridades locales y distritales.
Es muy cierto que la falta de trabajo y oportunidades obligan a las personas a aventurarse al rebusque por las calles de la capital, más no por eso se puede autorizar a cientos de bogotanos y bogotanas de niveles 1, 2 y 3 para ejercer el oficio de vendedores ambulantes, provocando más desorden del que existe actualmente por las obras que se inician y se inician sin que nadie sepa cuando culminan.
Extraño me parece que de un momento a otro aparezcan sobre los andenes de las calles y avenidas casetas improvisadas del Fondo de Ventas Populares, que aunque distintas, se asemejan a las viejas casetas amarillas que se instalaron sobre los andenes y separadores de las vías de la capital durante los años 80 y parte de los 90, y que nadie diga nada. ¿Será que no se han dado cuenta?
Más extraño es que en estas casetas ocupadas por vendedores ambulantes con libros, juguetes, ropa, calzado, y hasta indígenas ecuatorianos que ofrecen productos de lana, sean instaladas desde el parque de San Victorino hasta la carrera Séptima con Avenida Jiménez, cuando se supone que este sector forma parte de una zona de preservación ambiental. Luego de que estos comerciantes se retiran del lugar, todo queda como un basurero, y no con la imagen que se le dio en momentos en que fue remodelada.
Debo decir que cuando Samuel Moreno tenía el mando de la administración distrital y el Fondo Popular de Ventas autorizaba y autorizaba la instalación de casetas en parques y andenes, no se me hacía raro; finalmente quedó demostrado que el alcalde suspendido no tenía la más mínima idea de cómo dirigir una ciudad como Bogotá. Pero me sorprende que esto suceda con la alcaldesa Clara López, que si algo había demostrado era que podía corregir los errores de su antecesor y no prolongarlos. Por tanto, soy quien más se extraña con la aparición de estos artefactos sobre el eje ambiental de la Avenida Jiménez, justamente cuando su período está a punto de terminar.
Es cierto que la situación económica de muchas familias en la ciudad no es mejor que en años anteriores, que se debe trabajar de la mano del gobierno nacional para que sea más llevadera, para que en adelante sus hijos no se vean obligados a aguantar hambre y privaciones, pero no es con soluciones populistas como se les va a ayudar. Por el contrario, creo que en este caso lo ideal es acompañarlos y asesorarlos para que se organicen dentro del comercio formal, con el fin de que no se vean obligados a la persecución de la policía, ni expuestos al peligro, ni a la inclemencia de las lluvias, pero sobre todo para que la criminalidad urbana no se camufle entre vendedor y vendedor.
Esperemos que esto no siga creciendo más, porque para ningún bogotano es secreto que el centro de Bogotá es la zona más caótica en este momento, y que para la época de fin de año el desorden es mayor por la gran cantidad de personas que acuden allí para hacer sus compras. Y si en lugar de trabajar por un mejor orden, generamos medidas que inducen desorden y de paso inseguridad, solo demostramos que en materia de manejo del espacio público en Bogotá vamos de pa’ atrás como el cangrejo.