En cuanto a historia, geografía, folklor, etc. de otros países, nada más conocido que lo mucho que se aprende viajando.
La Comuna 13 de Medellín (estigmatizada y paradigmatizada como la de mayor violencia e inseguridad) me hizo una enriquecedora invitación a participar en un foro sobre las Juntas Administradores Locales que me permitió entender que eso también sucede respecto al país y algunos temas y soluciones políticas locales. Describo sin mayores comentarios los dos aspectos que me impactaron.
La Junta Administradora Local es una figura prácticamente desconocida y más que subutilizada como parte de nuestro modelo de ‘democracia participativa’. Baste señalar la falta de claridad con el hecho de que ‘ediles’ según la Constitución solo son quienes pertenecen a esas juntas en los distritos especiales (Bogotá, Barranquilla, Santa Marta y Cartagena) porque están regulados por leyes especiales; el resto de los municipios tiene solo unas normas sobre posibilidades o deberes pero sin ‘dientes’ para volver efectivas su función, y la diferencia va hasta en el nombre, puesto que quienes las conforman son solo ‘miembros’ de tales entidades y no se supone que se deban denominar ‘ediles’; además tal vez por eso más del 90% de los municipios no ha desarrollado esta figura.
En la Comuna 13 se vive una modalidad de vida política sui generis, con una modalidad de convivencia (puede que más de no convivencia) según la cual la comuna está dividida en ‘territorios’ sobre los cuales dominan uno u otro combo; fronteras virtuales conocidas por los habitantes de cada territorio son impasables –so pena de ser asesinado por la banda del territorio violado- y las pandillas de jóvenes adolescentes son quienes manejan la extorsión y las casas de consumo de drogas, siendo unas filiales subalternas de los grupos grandes (Valenciano y etc.) que las usan como corredores de droga y de tráfico de armas. Lo particular que es que volvió una situación si se puede decir estable y aceptada, en la cual ese nivel de violencia es natural (se estima que hay del orden de 3.000 cadáveres en donde se hacen los rellenos con escombros), y en la cual la institucionalidad parece cumplir el papel neutral de limitarse a garantizar esas reglas; existen por ejemplo en esa comuna 16 puestos del ejército (otros tantos más o menos de policía) que se dedican a mantener ese especie de statu-quo sin aspirar a acabar con él o cambiarlo.
La ‘autonomía’ de esa comuna se desarrolla por otro lado por la JAL que por el camino de la acción comunitaria y mediante trabajos como el Presupuesto Participativo coordina los intereses de los habitantes para servir como cadena de comunicación con las autoridades municipales (Consejo y Alcalde). Se enfrentan a lo gaseoso de sus poderes y facultades, con el problema de que dependen casi ciento por ciento de la actitud de estas últimas.
Contrasta esto con lo que se manifiesta o conoce como ‘Cultura Metro’ identificado con el espacio de las líneas del metro y de los cables que acceden a las columnas, donde siente uno que no está en un país del tercer mundo. La disciplina, el orden, la limpieza, etc. que de por sí son naturales a las costumbres paisas se extrapolan aquí. Algo de lo mismo se ve en general en la ciudad en cuanto a la pujanza, la visión cívica, y la capacidad de actuar colectivamente. Entiendo que en algo responde a lo que llamaría otro modelo político, en la medida que la participación privada empresarial no se ha dirigido a que los empresarios exitosos se trasladen a la administración sino a conformar una organización de respaldo a ésta; concretamente Pro Antioquia reúne la voluntad de servicio y colaboración de la elite empresarial para dar apoyo a los proyectos oficiales, pero sin arrogarse la dirección efectiva o tras bambalinas de las decisiones administrativas.
La distancia y el contraste entre esos dos modelos políticos y entre esas dos formas de vida sorprende y es difícil hacer comentarios al respecto. Hasta dónde se integran o se podrían integrar, o sería deseable que se integraran no se sabe. Un ejemplo se da donde se está creando una nueva comuna (en base a asentar a los nuevos desplazados que llegan y a los que la administración traslada de las zonas de alto riesgo) que tiene la colaboración de ambas partes: la imagen de modernidad de la segunda (con la última estación de cable, edificios y zonas verdes en vez de escaleras y laberintos), pero la violencia de la otra (las ‘fronteras’ separan un inmueble del otro).
Mucho tenemos que ‘untarnos’ y aprender de lo que es Colombia, si queremos llegar a entenderla.