¿Y el derecho a la vida privada?

Sáb, 18/01/2014 - 16:44
Por los días en que andamos y que nos tocaron, el derecho a la vida privada pertenece a las calendas griegas, un deseo y un deber ser que ya no se material

Por los días en que andamos y que nos tocaron, el derecho a la vida privada pertenece a las calendas griegas, un deseo y un deber ser que ya no se materializa en nada concreto, y que no corresponde ni a la práctica autoimpuesta ni a la defendida por la ley.

Se hace particularmente notorio en el caso de las personajes públicos de la farándula o del mundo de la política. Parecería que los seres humanos tuviésemos innatamente esa odiosa manía de hurgar indiscreta y morbosamente en la vida de los demás, que horadar el jardín privado del vecino fuese nuestro deporte favorito, y no propiamente para loarlo, sino para criticarlo, para ponerlo en la palestra pública, para intentar modificarlo y modelarlo a nuestra manera y antojo; porque, a todas luces, es más fácil arreglar la vida de los demás que empeñarnos en mejorar o corregir la nuestra propia. Lo novedoso, y ya lo hemos manifestado en anterior columna es cuando de la vida privada de un gobernante (o un personaje público) se trata; ahí creemos tener el derecho a entrometernos. Y entonces se abren dos posibilidades, la primera de respetar también sus vidas privadas como la de cualquier otro –y es lo preferible–, o, segunda, de considerar que sus vidas al estar públicamente expuestas son de nuestra incumbencia en la medida en que se constituyen en modelos a seguir, en que son fácilmente copiables. Duro dilema que nos plantea esto último. Pero ¿es acaso mal ejemplo de sociedad el que un gobernante no sea monógamo? ¿Es nocivo que tenga una (o varias) amante?, para hablar solo de la vida sentimentalo-sexual. Tratar de censurar tales hechos no son otra cosa que un inútil e indebido esfuerzo de tratar de construir al otro al antojo de nuestras convicciones. Aquello, tenemos que repetírnoslo, que no es del dominio de la ley y de las normas pactadas explícitamente no son de nuestro resorte, hemos de contentarnos con un laissez faire laissez passer. Este artículo tiene su origen en el actual escándalo y chismografía que organizó con gran alevosía el periódico Closer sobre el presidente francés François Hollande por encontrar que este tenía una amante (la bella actriz Julie Gayet) al tiempo que tiene una compañera sentimental en el palacio Eliseo y a quien la noticia postró en un hospital con depresión incontrolable, explica el gabinete de la primera dama que por estos días tildan jocosamente los franceses de "la primera cornuda de Francia" ("la première cocue de France"). Giscard d'Estaing, Mitterrand, Chirac, todos presidentes franceses tuvieron abiertamente relaciones extraconyugales, de las que nadie o pocos hablaron, respetaron sus vidas privadas. Los tiempos cambiaron y esto, tal vez, debido a que los resultados y consecuentemente las popularidades de los últimos presidentes (Sarkozy y Hollande) no estuvieron a la altura de las esperanzas y promesas electorales, el pueblo francés –contrariando su costumbre de respeto a lo personal– parece tomar revancha interesándose de cerca a sus vidas privadas para criticarlas. Strauss Kahn, el poderoso director del FMI, fue reducido a la nada después de que era el más opcionado candidato a la presidencia de Francia. Difícilmente creíble que este hombre haya violado a una camarera que ni atractiva era; todo parece indicar que para destronarlo le montaron una trampa y lo lograron.... Una lástima porque sin duda hubiese sido mejor que Hollande el actual gobernante que no da pie con bola; los franceses lo llaman flamby, la marca de un flan que inestablemente tiembla; "goza" de una baja popularidad: 25% a tan solo dos años de estadía en el Eliseo. En España, el rey don Juan Carlos de Borbón es bien conocido por sus múltiples andanzas de sábanas, la lista de sus amantes es larga y apetitosa. Los españoles, tan dados a señalar a gritos y a explayar odiosamente la vida privada de sus divas faranduleras en innumerables revistas y programas televisivos de "corazón", se sublevaron y destrabaron sus silencios ante la última adquisición para su nutrida colección (Corinna Sayn-Wittgenstein). El país entrado en crisis económica no soportó estos "desmanes" y acabó con la tolerancia (¿complicidad?) hacia su mujeriego rey, al punto que hasta la institución monárquica está actualmente caminando sobre el filo de la navaja. Tampoco escapan los ingleses, aún se recuerda la chismografía de la infortunada Diana de Gales y su rico amante con quien finalmente pereció en un desafortunado accidente automovilístico en las calles parisinas, mientras eran perseguidos por paparazzis. Y del otro lado del Atlántico, también recordamos el caso del presidente estadounidense, Bill Clinton, que estuvo a punto de ser destituido por haberse "sometido" a una felación –de esas sabrosas que afortunadamente se practican a diario– por una anodina chica que hacía una pasantía . Abogados de prestigiosos bufetes lograron "probar" que no había sido así, y su esposa interesada en eclipsar el calló. ¿Valió la pena tanta algarabía por un acto tan corriente, humano y agradable? ¿Qué ha pasado? ¿Se perdió el respeto por la vida privada, como lo reclama y exige Hollande? o por el contrario el pueblo quiere ver a sus gobernantes como ejemplo de valores tradicionales: fidelidad a la antigua, monogamia a ultranza, virtud, casi castidad, heterosexualidad. Me inclino por esta hipótesis. No obstante, un esfuerzo real de autodisciplina y voluntad se nos impone para no caer en este "vicio" que nuestra curiosidad del simio genético que cargamos trata de imponernos, que nos empuja a inmiscuirnos torpe e insidiosamente en lo que no nos concierne. Claro, este esfuerzo excluye completamente el cerrar los ojos frente a los malos actos de quienes nos rodean, y que dejan de ser privados cuando producen daño, cuando atentan contra la libertad de los otros. ¿Por qué habríamos de callar o dejar de indagar al que comete un acto delictivo? La complicidad no hace parte de este esfuerzo, al contrario, una sana construcción de sociedad pasa por denunciar actos no conformes a la ley, al ordenamiento social legal. Atención a no confundir esto con la famosa "ley natural" que algunos desde hace siglos se han inventado para argumentar sus principios religiosos, para mediante ellos someter a los demás, para hacer al vecino a su semejanza, so pretexto de hacerlo a la imagen del dios que veneran, que no es otro que el de sus propios individualismos y creencias disfrazados de divinidad.
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