Carlos Salas
Carlos Salas Silva

Veintisiete menos que Manzur

El cinco recién pasado pedí a mis hijas que me preguntaran cuántos años estaba cumpliendo para responder: “Veintisiete menos que Manzur”, lo que me parecía una nota un tanto burlona con mi ya avanzada edad teniendo en cuenta que mi amigo David Manzur conserva los bríos de sus años mozos contando con veintisiete años más que yo, como no podía ser de otra manera teniendo yo veintisiete menos que él. Lo que fue motivo de sonrisas solidarias en los bellos rostros de mis hijas, para mí lo fue de gran significado y con unas consecuencias que puedo llamar positivas dentro de unas circunstancias adversas ya que, recientemente, me estaba comenzando a sentir viejo con los achaques propios y molestos cuando se pasan los sesenta años y se acercan los setenta.

Pensando en escribir esta nota me percaté que estoy pintando de manera más cercana a como lo hacía hace veintisiete años que a la de mis trabajos recientes. Me he visto hojeando los libros de la época en la que salen reproducidos mis pinturas y preguntándome por qué dejé ese camino, lo que me ha llevado de nuevo a ese maldito habito que tengo de recordar tiempos pasados y darme latigazos por lo que pude ser y hacer y que no lo hice por terquedad y otros motivos privados que, me disculpan, hacen parte de mi historia íntima.

Quien era hace veintisiete años es todo un misterio para el que soy hoy en día y esto me hace recordar el conocido cuento de Borges en el que relata un encuentro del Borges viejo con el Borges joven. Por mi parte, hará quince o más años decidí escribirle mensajes por correo electrónico al Carlos Salas de cuarenta y cuatro años. Me habría gustado leerlos ahora que estoy en este plan de revolver fechas, pero en mis descuidos cibernéticos los perdí, como he perdido miles de fotos y mensajes. No sé si eso sea un anuncio premonitorio de una pérdida de memoria mayor y un llamado a que me vaya acostumbrando. Son tantas las cosas no tan buenas a las que los años nos obligan a habituarnos que al final diremos: ¡Qué carajos que sea lo que sea!

Miro por la ventana la llegada de la penumbra y un paisaje que ha perdido el brillo de los colores quedando una gama elegante de grises que no son raros en las obras pictóricas de los maestros ancianos como Tiziano, Tintoretto y el mismo Manzur. Por ahora me…

-Fo ¿Viste el atardecer? –me dice mi hija desde el piso de arriba.
-Acá lo veo en su gama de grises ¿Allá lo ves con colores?

Subo y contemplamos el atardecer. Mi hija me hace notar un degradado de colores.

Por ahora me ejercito colocando amarillos, rojos, azules, naranjas sobre telas monocromáticas inconclusas y me siento un poco menos viejo, menos achacoso y comprendo porqué Giorgio de Chirico decidió, ya anciano, retomar sus espacios surrealistas copiándose a sí mismo, cosa que me parecía, hace veintisiete años, un pecado mortal. Al viejo Chirico lo aplaudo ahora porque se atrevió a hacer lo que le vino en gana y con ello, tal vez, ganarse unas cuantas liras extras cuando esas obras de juventud ya habían alcanzado precios mucho más altos que sus escenas neoclásicas que eran su aporte tardío y poco apreciado por los coleccionistas.

Miro desplegadas las páginas del libro “Paso a paso” en el que por suerte, en el año 2000, deje registrado cada uno de los pasos de quince de mis pinturas que fueron expuestas en una galería de Bogotá. Pensaba, en su momento, que sería material para clases de pintura en escuelas de arte, pero no preví que fuese yo el alumno. Todas mis críticas a los artistas que se copian a sí mismos las dejo en suspenso mientras me deleito retomando un pasado que solo a través del arte se puede recuperar, como lo demostró Marcel Proust con su larga búsqueda del tiempo perdido.

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