La política, bajo la concepción misma que tenemos de ella, muy propia de los colombianos, cargada irracionalmente de pasión nos ha moldeado como nación, así como lo hace el agua o el viento con lo que comúnmente se conoce como, la muerte de las piedras.
En la vida y en la muerte, así como en la política convergemos todos, nos guste o no.
Nuestra historia como nación, surrealista y mágica, al igual que el Macondo de una de nuestras mejores plumas literarias, identifica a un gran grupo de electores señalando a los elegidos como culpables del problema, que extraordinaria contradicción.
¿En donde hemos dejado la consciencia?
Cuando con pasión, opinamos sobre lo público y la política, sutilmente frecuentamos caer en la estrategia de ignorar la realidad por patente y evidente que esta sea, y volvemos a señalar a la consecuencia como responsable del problema y no a la causa, paradójico.
Somos sumamente hipócritas al creer que el problema de Colombia son los políticos, cuando somos quien los elige, tristemente cobardes al culpar al Estado, cuando nuestro principal problema es la desculturización perversa del ventajismo colombiano; creer que el más “vivo” es quien vive del bobo, que analogía más incierta.
En este contexto, creer que la culpa de la realidad del país la tienen los políticos, es desconocer nuestra responsabilidad en la ecuación del problema.
Es como si en el ajedrez, se juzgará al caballo por una pésima estrategia y no, al jugador. Nosotros somos quien controla el tablero, los políticos son fichas que movemos a nuestra voluntad, y por absurdo que parezca, creemos irrisoriamente que ellos son los culpables, nada más lamentable.
Cada dos años todo colombiano mayor de 18 años, se inviste con el traje del todopoderoso elector y así vive la más trascendental de sus fiestas, y es justamente ese día en el que la política nos da la oportunidad nuevamente a través de un proceso democrático de encontrarnos con nosotros mismos, y de recomponer nuestro camino.
En este proceso, miles de candidatos honestos, con intenciones legítimas de servir al país y, por otro lado, candidatos que han representado los principales nichos de corrupción han puesto en consideración sus programas y visiones a la evaluación del todopoderoso elector.
Es él quien ha elegido y determinado el futuro de nuestra nación, siempre, no lo han sido los elegidos, y es ahí justamente donde se sitúa la causa, los políticos corruptos son la consecuencia, tengamos el suficiente coraje para reconocerlo.
Es fácil volver a lo simple, el voto es gratis. Escoja al bueno, vote por él o ella, hágale seguimiento y exígele en caso de ganar, no espere ningún beneficio personal a cambio de su voto, esa es la mejor inversión para tener un mejor país.
El pueblo es superior a sus dirigentes, frase dogmática de Luis Carlos Galán, que enarbola la más alta dignidad y responsabilidad que tiene el primero para elegir y determinar quienes son los segundos, no sigamos siendo inferiores a esta.