En estos días de iras y de virus, paseando a mi perrita me encontré con un sesentón que vendía un periódico popular en Colombia. Lo saludé, sin conocerlo, y conversamos cordialmente un tiempo, al cabo del cual, a cambio de nada, le compartí el dinero que llevaba conmigo. Me lo agradeció con emoción y sinceridad, y nos despedimos. Al hacerlo, nos deseamos los mejores tiempos.
Me alejé pensando en este maravilloso ciudadano, de quien me habría gustado mucho oír sus respuestas a preguntas que me vinieron, como periodista que soy, de las que son ejemplo las siguientes, si bien no están elaboradas en estilo de rueda de prensa…:
¿Por qué tu pobreza brilla como el oro en la princesa?
¿Por qué levantas el vuelo tan temprano en la calzada?
¿Por qué tus ojos alumbran esa senda sin dolientes?
¿Por qué te muestras humilde ante la nada y el furor?
¿Por qué confías en tus pies para largas caminadas?
¿Por qué sabes que en tus noches no se apaga tu visión?
¿Por qué tu caminar parece un cometa sin rival?
¿Por qué se te asoma un “¡gracias!” en tu mirada sutil?
¿Por qué tu voz apacienta, si puede fracturar el mundo?
¿Por qué luce tu vestuario tan ligero de equipaje?
¿Por qué la tristeza no cuenta en la cuenta de tus horas?
¿Por qué recorres tus vías como oveja en el redil?
¿Por qué resistes tu suerte sin probar suerte alguna?
¿Por qué tu risa destaca en tu boca sin bocado?
¿Por qué no acusas fatiga si te afanas por llegar?
¿Por qué miras sin desprecio a quien pasa indiferente?
¿Por qué tus pasos revelan la magnitud de tu ilusión?
¿Por qué silbas en silencio mientras el agite te tortura?
¿Por qué sonríes sin tope con tu esperanza incierta?
¿Por qué insistes en negar que tu tiempo lagrimea?
¿Por qué encantas sin cantar y enamoras sin morar?
¿Por qué te empeñas en vetar el llamado de la muerte?
¿Por qué tu vida es un bosque de pulsiones y de luces?
¿Por qué callas tus preguntas y enarbolas tus respuestas?
¿Por qué te juegas las cosas sin envidia de ganar?
¿Por qué te basta tan poco para darte tanto, tanto?
¿Por qué calmas la tormenta cuando miras a los ojos?
¿Por qué te despierta el día si sabes que no es de día?
¿Por qué insistes en seguir si las sombras te confrontan?
¿Por qué crees que en tu andanza oirás “¡Hágase la luz!”?
Dije al comienzo que le había compartido un dinero “a cambio de nada”. Disculpen, hay un error: a cambio de todas estas sensaciones que ese buen conciudadano me dejó para siempre.
INFLEXIÓN. En 1885, Tolstoi decía a su esposa Sofía: “Ustedes creen que yo soy una cosa y mi escritura otra. Pero mi escritura soy yo”. Me imagino que nuestro compatriota, ante tantas preguntas, podría responderme parodiando a don León: “Usted cree que yo soy una cosa y mi vida otra. Pero mi vida soy yo”. Punto.
Por: Ignacio Arizmendi Posada
14/08/21
