Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

El imperio del dolor

Me pregunto hasta qué punto fue lícito por parte de la Fiscalía colombiana hacer público el número de sustancias químicas encontradas en el cuerpo de Taylor Hawkins, muerto la semana pasada en Bogotá, y si no debió limitarse a hablar de un colapso cardiovascular, según el parte emitido por Medicina Legal. Entre tanto, resulta interesante conocer que en el cóctel presuntamente mortal encontrado en el cuerpo del músico norteamericano de Foo Fighters había opioides.

El consumo de opioides hoy en día es uno de los problemas más graves de la sociedad norteamircana. Algunas cifras hablan de 400.000 fallecidos por sobredosis de analgésicos y se calcula que alrededor de 66 millones de estadounidenses consumen opioides para combatir dolores comunes. No es esto último seguramente el caso de Hawkins, pero está comprobado que más de uno empezó tratando de curar un dolor de espalda y terminó enganchado a la heroína buscando un jíbaro en un callejón siniestro.

Hoy en día cerca de 300.000 pleitos esperan una incierta resolución en los juzgados estadounidenses, minetras los recursos dilatan el pago de indemnizaciones millonarias a las víctimas y afectados de esta “pandemia”. El año pasado, cuatro grupos farmacéuticos acordaron pagar 21.000 millones de dólares por esta causa, alguno se ha declarado en quiebra,  pero muchos de los demandantes también se han encontrado que, tras meses de alegatos en los tribunales han regresado a sus casas con las manos vacias y una abultada factura por servicios legales esperándoles en su buzón de correo.

El problema radica en la diferencia de criterios y de leyes aplicables y mientras algún tribunal falla a favor de una farmacéutica, otro acepta el argumento de “daño público” y declara culpables a las cadenas de farmacia y a los supermercados por considerar que habían vendido opioides a sabiendas de la crisis sanitaria que se estaba generando.Total, un drama para cientos de miles de afectados, un caos legal y un pulso multimillonario con empresas del mayor músculo financiero que pueda imaginarse. 

Muchos se remontan en esta historia a 1996, cuando la farmacéutica Purdue Pharma lanza OxyContin, un analgésico a base de opio indicado para el dolor común y que se vendía sin receta médica. Resulta que aquel medicamento que se podía comprar en cualquier parte como quien pide una aspirina generaba adicción y disparó el número de drogodependientes en Estados Unidos, hasta el punto de que, en 2015, las muertes por sobredosis alcanzaron allí el nivel de pandemia, según registros de la DEA. Y según el Consejo Nacional de Seguridad hoy es más fácil morir por sobredosis que fallecer en accidente de tráfico.

Pero resulta más riguroso remontarse a mucho antes de la aparición del OxyContin en este drama y es lo que ha hecho Patrick Radden Keefe, un escritor y periodista de investigación norteamericano en un extraordinario libro de reciente aparición titulado El imperio del dolor, sobre la saga familiar de la familia Sackler, una obra que se lee como una novela pero que es un duro cuestionamiento a los métodos del capitalismo a la hora vender y enriquecerse a cualquier precio.

Es la vida y milagros de tres hermanos dedicados a la medicina, de una familia judía originaria de Europa oriental —Raymond, Mortimer y Arthur Sakler— este último dotado de una visión extraordinaria para la publicidad y el marketing. Arthur inició la fortuna del clan con su estrategia comercial para vender Valium, el primer gran tranquilizante de la industria farmacéutica, y lo demás es historia.

Nada que envidiar a cualquier saga mafiosa de egos y lucha por el poder, solo que el apellido Sackler, vinculado a prestigiosas instituciones de todo el mundo como el museo de Louvre, la Tate Galey, Oxford o Harvard, se lavó durante años adornando sus señoriales muros. Hoy, por cierto, todos tratan de borrar los vínculos con sus impresentables benefactores.

Y en el trasfondo del drama que hoy vive la sociedad norteamericana por cuenta de los opioides tan eficazmente vendidos por los Sackler, no hay que dejar de lado la parte alícuota de culpa de un sector de la clase médica que se plegó a las promociones originales de tan eficaces vendedores.

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