Expertos y estudios llevan años insistiendo que Colombia es uno de los países más inequitativos del mundo. De hecho, ocupa el séptimo lugar en ese deshonroso ranquin –entre los 194 países que hay en el planeta- y el segundo puesto en América Latina, según el informe del Banco Mundial de 2017.
Estas cifras pasan inadvertidas para la mayoría de colombianos a pesar de que son ellos y sus familias los que lidian a diario con las adversidades de la inequidad.
La desigualdad se normalizó en las calles de ciudades y municipios, como imágenes de vendedores ambulantes o mujeres con niños mendigando al frente de edificios imponentes ya no sorprenden. Son realidades que resultan corrientes.
Solo el coronavirus logró romper esa cotidianidad a la que los colombianos se habituaron por décadas y sacó a flote sus deudas sociales. Fue la necesidad de sobrevivir a una pandemia, la única circunstancia que pudo poner en la agenda de noticieros y gobernantes, el problema de la inequidad en el país.
Si no trabajan, no comen
Atrás quedaron las historias optimistas de que Colombia se había convertido en un país de clase media, como lo anunció un ex presidente en 2015 y, más recientemente, el Dane con cifras de 2019. Así, el Covid-19 desnudó esas otras realidades al ponerles un rostro humano.
Los cientos de ciudadanos invisibles de barrios populares y periféricos como los ubicados en Ciudad Bolívar, en Bogotá, o la comuna 13, en Medellín, adquirieron importancia. Quienes miraban con indiferencia su marginalidad ahora demandaban la solidaridad que ellos mismos no les habían dado. De un día para otro les pidieron unidad, cuando les habían llevado a sobrevivir con la filosofía del “sálvese quien pueda”.
Mensajes institucionales llamando a la unidad como “de esta salimos todos” comenzaron a difundirse profusamente en los principales canales de televisión y emisoras de radio. Todos debían confinarse.
Presidente, gobernadores y alcaldes comenzaron entonces a establecer medidas, decretos y protocolos para preparar el confinamiento, tal y como lo hizo China –donde se originó el virus- y los países de la Unión Europea, donde el Covid-19 ya había dejado estragos. Ante la ausencia de una vacuna, las cuarentenas, los tapabocas y la distancia social son las únicas medidas eficaces para contener la expansión del contagio.
Los problemas del aislamiento
Pero ni las medidas ni los mensajes fueron suficientes. Aunque Colombia ha sido uno de los países latinoamericanos más disciplinados con el confinamiento, fue imposible que todos sus habitantes permanecieran en sus casas por mucho tiempo. ¿La razón? Había una epidemia más acuciante: el hambre.
Trapo rojo, símbolo de hambre en Colombia
Pese a las alertas epidemiológicas muchos colombianos comenzaron a salir a la calle desafiando el virus, unas veces por necesidad y otras, por cansancio del aislamiento. A esto se sumó la decisión del Gobierno Nacional de flexibilizar la cuarentena desde el 11 de mayo pasado, lo que prácticamente acabó con el confinamiento.
Poco a poco, los negocios han comenzado a abrir, los vendedores formales y ambulantes a salir a las calles. Todo esto ocurre cuando se avecina el pico de contagio y empiezan a dispararse las cifras de persona con la enfermedad que al 14 de mayo ya alcanzaban los 12.930 casos y 509 muertos, según el Ministerio de Salud.
Dos caras de una misma moneda
La emergencia ha sacado lo bueno y lo malo de los colombianos. Al lado de la distribución de mercados a los vecinos más vulnerables también han ocurrido hechos de estigmatización contra pacientes contagiados, médicos y enfermeras.
De los aplausos a la discriminación
Pero el coronavirus también ha mostrado la cara positiva del país con el ingenio de muchos de sus habitantes. Pese a los bajos presupuestos que usualmente los gobiernos asignan en Colombia a la investigación científica ($392.362 millones de los 271,7 billones del presupuesto general aprobado para 2020), investigadores, maestros y estudiantes universitarios han creado en tiempo récord innovadoras soluciones orientadas a mitigar su contagio.
Sus inventos ahora están en pruebas o buscan apoyo financiero para poder ser producidos en grandes cantidades y ser ofrecidos a todos los habitantes. Ellos son la evidencia de que “del coronavirus nos salva el conocimiento”, como lo ha advertido la rectora de la Universidad Nacional de Colombia, Dolly Montoya.
Ingenio y ciencia colombiana
El confinamiento obligatorio ha dejado que la naturaleza respire y descanse de la contaminación excesiva de la especie humana. Así, el virus que ha trascendido fronteras, les abrió paso a animales silvestres que comenzaron a tomarse las calles de las ciudades no solo en Colombia sino en otras urbes del mundo. Una señal, para muchos, de que el planeta nos está hablando.
El planeta habla gracias al Covid-19
El coronavirus llegó para quedarse y el mundo tendrá que acostumbrarse a vivir con él, como lo ha advertido la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero las otras caras de la realidad que ha desnudado a su paso, pueden ser cambiadas. Ahora está en manos de la humanidad hacerlo o no.
Por Maritza Serrano, ganadora del Premio Nacional de Periodismo Digital 2019 y estudiante del diplomado de periodismo digital de KienyKe y Universidad Pontificia Bolivariana.