Los pecados de otros tiempos

Antes o después de hacer la Primera Comunión, los compañeritos de la clase íbamos a confesarnos con el capellán. En el entretanto, charlábamos o pensábamos en los pecados que cada uno tenía para contarle al cura, con fama de acelerado porque la fila de pecadores, a esos años, y en esos años, era extensa, razón por la cual usaba muletillas como “siga, siga”, “¿qué más?”, “sí, sí”, buscando que uno fuera al grano y no repitiera. ¿Cuáles eran los pecados de entonces? Los que este peligroso niño exponía cada viernes, de rodillas ante el capellán, eran más o menos así:

• Me acuso, padre, de que le pinté el pelo a mi hermanita. “¿Qué más?” ¿Qué más le pinté? “No, qué más pecados tiene”. Ah, que le contesté feo a mi mamá. “¿Le dijo bruja?”. No, le dije que no me fregara. “Siga, siga”. Y le dije culicagao a un amiguito, y a otro lo puse Carenalga, y me comí unas galletas al escondido. “¿Le sobró alguna?”. No, padre. “Siga, siga”. Y el maestro me echó de clase por conversador. “¿De qué conversaba?”. Bobadas, padre, bobadas. “¿Qué más?”. Que no quise rezar el rosario en la casa. “¡Eso no le va a gustar a la Santísima Virgen y no te va a ayudar si le pides algo! Pero, bueno, ¿qué otros pecados?”. Le dije una mentirita a mi papá. “¿Qué mentirita?”. Que yo ya había hecho la tarea de religión. “¿Cómo? ¡Eso tampoco le va a gustar a Jesús, y Dios te va a castigar! Bueno, ¿qué más?”. 

Las cosas seguían de forma similar hasta escuchar una penitencia-tipo: “Vas a rezar, arrodillado, diez rosarios en tu casa y a prometerle a Jesús Sacramentado que nunca más vas a pecar, ni siquiera con Carenalga, ¿entendido? Vete en paz”. Bueno, padre. 

En la adolescencia continué yendo a donde el capellán, un poco canoso, pero igual de afanado, a quien le exponía pecados bastante distintos a los anteriores:   

• Me acuso de que le agarré la nalga a una vecinita. “¿Nada más?”. No, no le cogí nada más. Y le di un pico a otra chiquita. “¿En dónde?”. En la casa de ella, padre. “Siga, siga”. Y pelié con un muchacho de otro salón porque me insultó, y le hice cosquillas a una primita. “¿En el sobaco?”. No, padre, en la cabeza. Y cogí unos mangos en el solar de una casa vecina, y no fui a misa el domingo. “¡Terrible! Sabes que no ir a misa es un pecado grave, y no puedes repetirlo. ¿Qué más?”. Y no comulgué el Primer Viernes. “¿Cóooomo? ¡Grave! Eso lo ordena nuestra Santa Madre Iglesia y debes hacerlo cada mes”. Bueno, padre. Y perdí el año. “¿Queeeeé? ¿Por qué?”. No estudiaba, padre, sino que me iba para cine con los amigos. Etc.

Ese día, la penitencia fue dura: me prohibió ver cine dos meses y me ordenó rezar cinco padrenuestros y avemarías todos los días, hasta diciembre. ¡Puf! Casi me canonizan.

Llegué a la juventud –¡la que se va para no volver!–, y seguía visitando al capellán, más envejecido por aquellas calendas, época en que confesé nuevos pecados, ¡y qué pecados!, que el curita oyó con el interés de siempre: 

• Me acuso, padre, de que estuve con la novia en una discoteca. “¿Y qué pasó, hijo?”. No, padre, nada bueno. Y otra noche salí con una amiga y la toqué. “¿En dónde?”. En el carro del papá. “Ah, bueno”. Y me acuso de que vi unas revistas con viejas en bola. “¿Cómo? ¡Por Dios! Eso no puede verse, mijo. Mejor ponete a ver vidas de santos”. Bueno, padre. Y me acuso de que me masturbé en el baño. “¿Solo?”. Sí, padre. “Menos mal no hiciste pecar a nadie más. Si lo vuelves a hacer, se te caerá la mano como castigo divino”. Sí, padre. Y me acuso de que salí con una casada que me invitó. “¿Y para qué te pusiste en esas, hombre? Eso va contra los Mandamientos. Si te hubieras muerto, te habrías ido derechito pa’l infierno. ¿Qué más?”. Me acosté con la novia, y otro día estuve con unos amigos en una casa de citas, y… “Ve, no sigás con más cosas. Vos parecés el diablo. Si seguís así, ni siquiera Dios te va a perdonar. Andate, ¡pero no pequés más, hombe, te vas a condenar!”. Bueno, padre.

La verdad es que no sé cómo crecí con tanto pecado encima y amenazado de vivir en la eternidad (¿existirá todavía?) de llamas terribles que nunca se apagan, y de gente hecha chicharrón que nunca terminará de asarse...

INFLEXIÓN. La iglesia católica ha pedido perdón por vejámenes sexuales de clérigos. ¡Aplausos! ¿Qué tal si también lo pide por el concepto de pecado y de d/Dios implacable que ha predicado por todas partes, y en todas las lenguas, durante siglos? Ya es hora.

Por: Ignacio Arizmendi Posada

30/10/2021

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