Esta semana se conmemoraron 66 años desde aquel 25 de agosto de 1954 cuando más de 300 mujeres entonaron el himno nacional en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional, luego de haber sido aprobada la reforma constitucional que nos daba el derecho a elegir y ser elegidas. El sufragio femenino fue el punto de llegada y de partida del movimiento emancipatorio que había iniciado en 1930 y que aún no ha acabado. Lamentablemente hoy, en medio de la pandemia, se ha acentuado la brecha de género en nuestro país: sobrecarga de labores no remuneradas como el cuidado del hogar; aumento del trabajo que se venía desempeñando con el mismo o menor salario; y una tasa de desempleo que nos afecta más a nosotras, pues en junio el desempleo femenino llegó al 25% mientras que el masculino al 16% (Dane, 2020).
En los últimos años, tal como lo detalla Oxfam, el 89% de las mujeres que viven en las cabeceras municipales han dedicado en promedio siete horas diarias a actividades de servicio doméstico y cuidado no remunerado, mientras que el 62% de los hombres le han dedicado en promedio tres horas y media. En las zonas rurales, el desequilibrio se intensifica. El 92% de las mujeres ocupa casi ocho horas en promedio. El 60% de los hombres, tres horas.
En contraste, cuando hablamos de actividades remuneradas como producción de bienes y servicios, el 50% de los hombres que viven en las cabeceras municipales dedica en promedio ocho horas y cuarenta minutos, mientras que el 32% de las mujeres dedica en promedio siete horas y cuarenta minutos. En la zona rural el 57% de los hombres ocupa en promedio ocho horas a estas labores. El 23% de las mujeres, seis horas y veinte minutos.
La diferencia es clara. No solo porque los hombres les dedican menos tiempo a las labores del hogar y más a aquellas por las que sí reciben dinero en compensación, sino porque hay mujeres que hacen milagros para multiplicar las horas del día y dedicarle casi el mismo tiempo a su horario laboral, pero -además- al servicio doméstico por el que no reciben ninguna retribución monetaria.
Ahora bien, aunque el teletrabajo puede tener varias ventajas como el aumento de la productividad y la eficiencia en los procesos, así como disminución de costos para los mismos empleados al no tener que movilizarse hasta la oficina, también se ha comprobado que puede aumentar la carga laboral hasta un 40% y extender la jornada dos horas en promedio, según datos de el proveedor de servicios virtuales NordVPN. Lo anterior termina chocando mucho más fuerte entre las mujeres, especialmente aquellas que son madres o tienen a su cargo el cuidado de adultos mayores o personas con discapacidad. Un informe del Instituto de Estudios Fiscales de Reino Unido señala que las madres sólo pueden teletrabajar por máximo una hora sin interrupciones de sus pequeños. Mientras tanto, los hombres pueden hacerlo durante tres horas seguidas.
El aumento de la carga laboral no es sinónimo de aumento salarial, por supuesto. De hecho, varias mujeres han denunciado que han tenido que aceptar un menor pago por su trabajo con tal de no perderlo, especialmente en estos momentos de crisis económica. Adicionalmente, el desempleo, como lo revela el Dane, ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, una brecha que no se veía hace nueve años. Este fenómeno se explica, en parte, porque suele decidirse que es el hombre el que debe salir al ‘rebusque’ diario, mientras la mujer se queda encargada del hogar y los hijos. Esto, pese a que en el contexto actual parece normal, va en detrimento de años de lucha feminista exigiendo que nuestro rol no se limite a ser de cuidadoras. No obstante, las condiciones sociales y económicas de nuestro país hacen que la balanza siga inclinada y sea difícil eliminar del todo esas desigualdades de género.
En 1933 se expidió en Colombia el decreto 1972 que permitía a las mujeres acceder a educación superior y obtener un título universitario. Gerda Westendorp Restrepo, de padre alemán y madre colombiana, fue la primera mujer en ingresar a una universidad en nuestro país en 1935, aunque se dice que en realidad ya lo había logrado, bajo unas excepciones sorprendentes en aquella época, la rusa Paulina Beregoff, quien ingresó a la Universidad de Cartagena en 1922. En todo caso, más de 85 años después las mujeres nos hemos tomado las aulas de clases y hoy se gradúan de educación superior un 44% de hombres frente a un 56% de mujeres. Sin embargo, aún persiste una diferencia significativa en la remuneración que recibe la mujer versus la del hombre, aunque tengan la misma preparación. También subsisten las limitaciones en el ascenso de ellas que se ha conocido como el fenómeno del “techo de cristal”.
La organización Aequales -que fomenta el empoderamiento laboral femenino- señala que Colombia es el país de América Latina donde las mujeres ocupan más cargos de liderazgo, gerencias y roles políticos. A la mujer contemporánea, autónoma e independiente económicamente se le pide que también siga siendo buena compañera-esposa, cuidadora del hogar y de los hijos. En la otra cara de la moneda están las mujeres de bajos recursos o aquellas que viven en zonas apartadas que aún no pueden acceder a educación ni a independencia económica. Al final, todas tenemos barreras que queremos romper. Mujeres, no desistamos. Nunca desistamos.