“Paracos asesinos”, así nos gritaban

¿Salir a marchar o quedarme en casa?, era lo que me preguntaba al despertar el domingo pasado. Recordar tantas manifestaciones en las que participé, durante el ilegítimo, nefasto y corrupto gobierno anterior, y en contra de la entrega del país a las FARC, me animó a salir a la calle de nuevo aunque con la duda de si saldría la gente buena, esa que quiere a Colombia y se siente desprotegida cuando es atacada de manera tan inmisericorde por quienes pretenden ser voceros del pueblo cuando en realidad son sus peores enemigos. En el pasado participé en marchas con poca asistencia pero también tuvimos la majestuosa contra las FARC. ¿Cómo serán las cosas ahora -me decía a mí mismo- luego de un año debilitador por culpa del mal manejo de la pandemia del Covid-19 y, para rematar, de un mes de paros, bloqueos, violencia y anarquía como nunca se había vivido en el país?

Mi compañero de marchas siempre fue mi padre quien, a pesar de sus dificultades para caminar y haciendo esfuerzos sobrehumanos, le seguía el paso a todos sin quejarse. En su ausencia, mi hermana menor tomó su lugar y me prestó una vieja camiseta blanca de nuestro viejo. Salimos a la séptima a la altura de la 53 y vimos una ciclovía poco concurrida y el tráfico disminuido en el sentido habilitado, de sur a norte. 

Vimos una pareja con camisetas blancas y comenzamos a sentirnos acompañados mientras caminábamos hacía el sitio de encuentro en la calle 72. Poco a poco se fueron sumando otros de blanco y en la 74 nos instalamos en el anden para ver la marcha desde su comienzo. Muchas cabezas grises -los de mi generación muy representados- se veían desfilar, pero también parejas -algunas con sus niños vestidos de blanco como angelitos-, grupos de amigos, jóvenes y hasta mascotas. Y no paraba la marea de camisetas blancas, banderas y pañuelos, lo que nos llenaba de emoción dejando en el olvido la depresión causada por el sentimiento de impotencia ante la barbarie. Alguien me preguntó de qué tamaño era la marcha:

-¿Llega a un kilómetro?, preguntó.

-A más… le pongo dos kilómetros, contesté. 

Los aplausos, saludos y gestos cordiales de solidaridad con la policía eran muy frecuentes. Todo transcurría en paz a pesar de algunos gritos y groserías que salían de las bocas de jóvenes que se asomaban por las ventanas de los costosos apartamentos de los edificios de la séptima. Pocas bolas se les paraba, no valía la pena. 

Gestos de provocación se fueron presentando. Tocaba mantener la calma, así nos gritaran “¡Paracos asesinos!” y cuanta grosería se les ocurría. 

No tan solo el que fuéramos de blanco hacía el contraste con los vestidos oscuros de quienes nos agredían verbalmente, ubicados ellos bordeando la marcha. Era algo más. Lo podría resumir en dos actitudes confrontadas, una amorosa, la otra llena de odio. Todos en la marcha llevábamos el tapabocas, no todos los otros lo portaban. Y era muy simbólico, estábamos amordazados ante el vandalismos, los bloqueos, la violencia y, a pesar de eso, nos manifestábamos con nuestro proceder solidario en un rio blanco de personas que queríamos manifestar nuestro anhelo de que se haga realidad lo mejor para nuestra patria.

P.S.: Se puede insultar con un madrazo, vaya y venga, pero tratarnos de asesinos cuando marchamos en paz junto a niños y ancianos, es algo muy humillante. Y no se podía responder sino apenas con un solo grito: “¡No más odio!”.

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