Periodistas, ¡al agua!

Temprano en la mañana, los periodistas de la mesa de trabajo de Blu Radio, Bogotá, leen al aire una columna que cada uno escribe para dar a conocer sus opiniones acerca de temas políticos, económicos, culturales, etc. Tal costumbre (ignoro si existe en otros medios colombianos) me trajo a colación la respuesta del célebre novelista ruso Alejandro Soljenitsyn en la noche del 31 de diciembre de 1974, cuando, en un reservado de París, un reportero le pregunta: “¿Qué tal la cena, maestro?”, curiosidad que fue “castigada” así: “Soy un escritor y cuando quiero que se sepa alguna cosa, la escribo”…

Pues bien, los periodistas a los que me refiero parecen hacerse eco de las palabras de Soljenitsyn: escriben sus cosas para que se sepa qué opinan de los asuntos de los cuales informan. Así, los oyentes (y ‘oyentas’, claro) se enteran de las ideas y las pasiones que guían el trabajo de aquellos: por ejemplo, quienes simpatizan o se oponen al presidente Duque proyectan esa pulsión cuando introducen un tema de gobierno, entrevistan a un funcionario, lo contrapreguntan o le reaccionan. Lo mismo sucede si la pulsión es a favor o en contra de un tópico determinado, candidato, personaje cualquiera, expresidente, etc. 

Lanzarse al agua y teorizar sobre aspectos significativos es una buena cosa, una práctica imitable, aunque tiene un costo. Se vio en Colombia cuando los debates del No y el Sí, jornadas en que el 90 por ciento de los periodistas y analistas anunciaron que votarían Sí, y lo dijeron en sus espacios, al creer que “la paz” dependía del Sí. Los ciudadanos, entonces, sabíamos de qué lado estaban aquellos y si seguíamos de usuarios o los mandábamos “pa’l carajo”, expresión con que Gabriel García Márquez descrestaba a sus admiradores (no puedo tratar a dicho escritor llamándolo ‘Gabo’ porque me da chiclosinosis).

Los tiempos que vivimos en Colombia, y los que vienen, tendrían que llevar a que esos periodistas y analistas, y muchos otros, que anunciaban su voto por el Sí o el No digan, sin rodeos, lo que opinan de los distintos aspirantes a la presidencia. Más aún: que indiquen por cuál piensan votar. Será un gesto no solo de transparencia y honestidad, sino carácter. Luego tocará a cada oyente, televidente, etc., decidir qué hacer, a riesgo, incluso, de sufrir un ataque de chiclosinosis… 

Las elecciones de 2022 se perfilan cruciales para la supervivencia de la muy imperfecta democracia que cultivamos desde la Independencia, democracia que, año tras año, parece más imperfecta. El posible triunfo de Gustavo Petro (el Pedro Castillo colombiano, el Ortega, el Maduro, el Chávez, el Castro, etc.) puede tener un trágico precio para esa frágil democracia y para el bienestar ciudadano. Precio que países de la región han pagado y pagan bajo el yugo de la izquierda, configurada en moldes marxistas-leninistas con ingredientes de odio social, amor a la tiranía y promesas quiméricas. Precio que se sabe cómo se paga, pero no hasta cuándo.

Frente a tal peligro, muchos ciudadanos, que también nos informamos por los medios, queremos saber, en nuestro carácter de usuarios, quiénes de los periodistas (lo de los comentaristas es caso aparte) están con la izquierda petrista o parecida, o si cierran filas y abren la boca contra ella. Va siendo hora de que los medios y sus profesionales se tiren al agua a ver qué sucede, teniendo claro que tiene sus costos.

INFLEXIÓN. El cardenal Mario Nasalli, asistente de Pablo VI, contaba que un día le dijo al pontífice: “Santo Padre, hable sin leer, fíese de sí mismo. Lo escucharán mejor”, a lo que el papa respondió: “Me harán decir lo que no he dicho”. “¡Eso lo harán de todos modos!”, contestó Nasalli. Lo saben los periodistas cuando opinan, aunque lo escriban…

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