El conformismo estimula la mediocridad. Tragar entero, mirar para otro lado, o justificar actuaciones sin razones argumentales de peso, es complicidad. Quién crítica no tira piedras, dice la verdad.
No respalda la selección Colombia con goles, juego efectivo o fútbol colectivo su pretensión de ir a Qatar.
Lo hace desde la individualidad porque el esquema preferido defiende el cero, bajo la premisa de que en cualquier momento el gol llegará… y no llega.
Aparecen siempre las excusas, como pararrayos para evitar la tempestad. Amplio es el menú de justificaciones con sospechas de componendas dirigenciales, conspiraciones arbitrales, extravagantes delirios de persecución y complejos de inferioridad, que tanto sirven a los dueños del poder para distraer la atención cuando los resultados no se dan.
Cuesta mucho, entre nosotros, asumir la crítica, sin buscar refugio en la excusa, la que a veces es vacía, irreverente, provocadora y evasiva.
No juega bien la selección Colombia. Para colmo no encuentra el gol, en paradójica contradicción porque todos los delanteros, en sus clubes, encuentran con facilidad la red.
El diseño del equipo y las soluciones estratégicas, cuando rueda la pelota, son inapropiadas y riesgosas. No aclaran el camino hacia la victoria, sino que confunden en extremo para encontrar como único botín la igualdad.
Qatar está a la vista, por combinación de resultados y no por el esfuerzo o la búsqueda justificada en óptimos rendimientos, por parte de los futbolistas o por aciertos del entrenador.
Estresante se volvió la selección. No divierte, multiplica las cargas negativas, conduce al aficionado al sufrimiento y al escepticismo, a veces confundido por los mensajes que llegan desde los medios, tan contradictorios como el rendimiento en el campo, de los futbolistas elegidos.
Volvió James, el del pueblo. El de la pureza técnica, sin respaldo físico, empeñado en la reconciliación. Su fútbol pausado, a cuenta gotas, sin influencia en el trámite o el resultado, fue suficiente para marcar diferencias con sus compañeros, para mostrarse en su regreso, con el deseo evidente de ser el mejor.