Riqueza

“Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas”. Esta frase la dijo Milton Friedman, profesor e inspirador de los Chicago Boys, un grupo de economistas chilenos artífices de las políticas que lograron el milagro económico del país austral, bajos impuestos, autoridad para hacer cumplir la ley, privatizaciones y relajación de las regulaciones. Al parecer esa era la receta, la utilizaron en los años 80 el Tatcherismo y el Reganismo. Desde entonces la propiedad privada y el crecimiento económico han sido la prioridad de las democracias para reducir la pobreza.

Sin embargo, también hay otras recetas como la japonesa: inversión pública en obras, investigación y desarrollo, apalancándose en endeudamiento extremo garantizado por su capacidad productiva y su innovación, vocación que también lleva a la receta alemana, cuya economía basada en la exportación, la fuerza de los sindicatos y el cooperativismo es la más fuerte de la Unión Europea. Intentemos conciliar la visión filosófica con la práctica acerca de ¿Qué es la riqueza?, ¿Para qué es la riqueza? Y ¿Cómo se genera la riqueza?

La riqueza es el valor total de bienes y servicios que se tienen para atender a una población. Los acérrimos defensores del mercado no niegan que siga existiendo la pobreza pero que gracias al crecimiento económico es cada vez menor, hay refrigeradores, televisores, alimentos, techo, internet y mayor expectativa de vida para la mayoría de la población, el hecho de que muera mucha más gente por problemas relacionados a la obesidad que por desnutrición fortalece su argumento. Mientras que los defensores a ultranza de la igualdad no solo se indignan por la concentración de la riqueza que marca sustanciales diferencias sociales, sino que demuestran que el capital eliminó la competitividad del trabajo, que la pobreza dentro de los países y entre los países cada vez se acentúa más y que toda esta desigualdad humana se reproduce a costa del calentamiento global que afecta en primera medida a los más vulnerables.

La escuela socialdemócrata reemplaza el principio de igualdad por el de equidad, pero se inclinan más hacía Keynes que hacía Hayek, argumentan que el mayor crecimiento económico de Estados Unidos se dio en la época del Estado de Bienestar de Roosvelt con el “New Deal”, que las socialdemocracias nórdicas tienen la mayor tasa de multimillonarios per cápita y que sin necesidad de abolir la propiedad privada ni estatizar empresas se puede llegar a un sistema de impuestos progresivos que generen crecimiento económico, equidad y una economía más eficiente. En Europa occidental los ingresos fiscales representan el 47% de la renta nacional y se invierten de la siguiente manera: 11% pensiones, 10% justicia, seguridad, infraestructura y administración, 9% salud, 6% educación, 5% transferencias monetarias (sociales) y 6% otros gastos sociales (vivienda, etc.).

Lo cierto es que la igualdad absoluta es una distopía que entristece la vida y favorece al poderoso gobernante, mientras que la mano invisible del mercado no ha logrado regular la contaminación, las estafas, los monopolios, los abusos laborales, la piratería, ni las enfermedades causadas por algunos productos. Tampoco la socialdemocracia ha logrado crecimiento sostenido ni pleno empleo. Teniendo en cuenta lo anterior y a partir de la pandemia, se abrió el debate sobre el papel de los bancos centrales, si estos tienen como única misión controlar la inflación o si deben ser más activos en políticas sociales, de empleo e incluso en materia fiscal para reducir todos esos vicios.

La riqueza sirve para mejorar la vida individual y la sociedad. La esperanza de vida ha aumentado de 26 a 72 años en los últimos dos siglos, la alfabetización mundial de mayores de 15 años pasó del 12 al 85% en el mismo periodo de tiempo. La renta per cápita ha aumentado constantemente los últimos 300 años (salvo algunas crisis), pero la desigualdad demuestra que la concentración de la renta entre el decil superior de la población pasó del 30% en 1980 al 47% en 2018. En los 80-90 el decil superior europeo acumulaba el 50% de la riqueza y ha aumentado al 55%, mientras que en Estados Unidos pasó del mismo nivel al 75%. En 2018 el 10% más rico participaba en la renta según regiones de la siguiente manera: Europa 34%, China 41%, Rusia 46%, Estados Unidos 48%, India 55%, Brasil 56%, Oriente Próximo 64%, Sur África 65% y Qatar 68%. 

Lastimosamente no tenemos el archivo estadístico ni la información confiable en Colombia para tener estas cifras, sacadas del libro Capital e Ideología del economista Thomas Piketty, pero un estudio sobre las desigualdades en el país arrojaría unos números similares a los de Brasil, México o Estados Unidos. Aunque el objetivo de estas cifras no es avivar la bandera de la desigualdad, si nos muestran los efectos de las políticas que desataron las fuerzas del mercado adoptadas a finales del siglo pasado, que junto la caída de la Unión Soviética impusieron la propiedad como orden político.

El orden democrático requiere de la propiedad privada y el crecimiento económico para sobrevivir y derrotar otros modelos políticos populistas o autoritarios, las políticas deben ser contracíclicas para ahorrar en tiempos de bonanza y expansivas en épocas de escasez, el papel del estado es irremplazable, no solo como una bolsa común para afrontar las crisis sino como garante de los derechos fundamentales, es deber civil siempre mejorar el gobierno para que sea eficiente y renovar el contrato social para fomentar el espíritu de la competencia y el trabajo, no hay otra forma de generar riqueza. No hay que dejar de lado los impuestos progresivos a los superricos, no para expropiar su trabajo sino para circular mejor el capital que a la postre generará más riqueza a la sociedad y a las empresas que son las verdaderas creadores de empleo y riqueza. 


Nota: La reseña sobre José Alejandro Cortés (Grupo Bolívar) realizada por María Alejandra Vengoechea, no solo es un valioso testimonio de vida sino un manifiesto humanista de comportamiento exaltando los valores del respeto, la disciplina, el afecto, la verdad y el trabajo. A pesar de ser uno de los hombres más ricos del país vive en la misma casa que hace 50 años, no estoy en contra de los lujos, pero la gran lección es que la riqueza como cualquier forma de poder no es un fin sino un medio.

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