Se apagaron las luces del estadio. Los focos de la televisión ya no encandilan. En el recuerdo los llantos y los abrazos. Las fotos del título y la copa del campeón. el peregrinaje de los hinchas sudorosos y orgullosos por su club. Labor cumplida. Campeones que pueden, sin remordimientos, mirarse en el espejo porque jugaron con el alma.
Sorteando sus habituales crisis, remando con la corriente en contra, tumbando rivales con jugadores poderosos, en medio de la incredulidad de los sabios y los expertos, arropado por sus hinchas que nunca bajaron los brazos, en un paso a paso contra todos los pronósticos, el rojo bogotano es campeón.
Santa fe campeón como otras nueve veces. Como en el 75 con Hormazábal el chileno entrenador, con Sarnari, Alfonso Cañón, Piñeros, Ernesto Díaz, históricos de la época, en Medellín, cuando todo se veía perdido.
Ante el Dim, o cualquier rival, como a lo largo de su historia, rendirse nunca estuvo en su libreto.
Santa Fe con el gol apoteósico para el título, de un artillero cojo, que bailó la pata sola en la celebración.
Pero no fue un cojo cualquiera. Fue Rodallega en el declive de su vida futbolera, con la última bala en su recamara, un trotamundos incansable, inoxidable, convertido en otro símbolo del club.
La noche perfecta, para la coronación. Con aquel cabezazo imponente de Santiago Mosquera, un repudiado como Elvis Perlaza en Millonarios, que abrió la ruta de la consagración.
Santa Fe desbordado en su esfuerzo. Luchador en cada metro, en cada balón dividido, convirtiendo en posible lo imposible, desde su fe.
Convencido de que no hay rival invencible cuando las fuerzas relevan las flaquezas. Cuando el mayor poder está en el partido mental, en el trabajo en conjunto, en la dinámica agresiva a pesar de las deficiencias técnicas colectivas.
A pesar de los desfallecimientos, cuando llegan los conflictos, cuando pasan factura los almanaques, se quiebran las ramas y llegan las caídas, o revolotean los buitres en sus quiebras financieras. Muchos de ellos hoy en fuga.
Santa fe demostró que en el futbol nada hay escrito. Que no siempre los favoritos son los campeones. Que la billetera no garantiza una vuelta olímpica.
Que no se gana con predicas rebuscadas desde los micrófonos que alucinan pregonando el partido imaginario, tan lejano del real que se disputa.
Santa fe entiende la vida del futbol de manera distinta. Le sobran calle y sentimientos. Rechaza la burguesía.
Que bella la frase de "el emperador" Marco Antonio Bustos, famoso narrador ya fallecido: “A Santa Fe hay que ganarle hasta el último minuto”.
Santa Fe, un león o un volcán.