No se necesita ser experto para entender las cifras preocupantes que publicó el DANE (13 de octubre de 2020) sobre la situación económica del país. En Colombia tenemos el 9.6 % de la población en la línea de pobreza extrema ($137.350) y el 35.7 % en la línea de pobreza ($327.674). Los datos de pobreza monetaria informados de 2019 colocan la mitad de nuestra población en estas cifras. Los modelos predictivos después de la pandemia confirmarán que el 50% de los Colombia tienen pobreza monetaria y el coeficiente de Gini se incrementará por encima de 0.530. Es probable que seguiremos en el segundo puesto alcanzándonos a Haití. Somos los subcampeones en desigualdad del continente: ¡qué vergüenza!
En dos meses quemaremos el 2020 como el peor año de la economía y una caída promedio del PIB cerca de -6.0 %. La ciruela de pastel la coloca el desempleo: 20 % (2.2 millones de colombianos). Se calcula que en julio 2020, 4 millones de personas quedaron desocupadas. Este es el país de la inopia, y para este diagnóstico no es preciso usar lentes especiales.
Sin embargo, la situación de la salud visual en Colombia es alarmante. La miopía es la afección oftalmológica más frecuente entre los organismos del poder público y sobre todo la miopía del futuro. Los casos de ceguera son dramáticos y saltan a la vista cuando uno escucha la delirante propuesta de aumentar el número de congresistas. Al fondo, el canto de sirena de aumentar en 12 curules adicionales, ampliando la “representación territorial”. Sin disfraz, uno de los miopes parlamentarios lanzó semejante iniciativa. ¿Qué país representan estos ciegos?
Un congresista cuesta cerca de 90 millones de pesos mensuales. Al salario base toca aumentarle varios ingredientes. La atrevida camioneta blindada (10 millones de arriendo), los 43 millones de la unidad legislativa y los 4 millones de los tiquetes aéreos. Los 108 senadores nos cuestan 120 mil millones de pesos al año. El salario de un congresista es $ 33 millones mensuales. Equivale a lo que 33 colombianos del salario mínimo llevan a sus casas o con lo que sobreviven 165 familias pobres (promedio de ingreso). Que gran diferencia en el metabolismo y en el requerimiento calórico de cada colombiano.
El palo no está para hacer cucharas, expresión que reproduce nuestra olla socioeconómica. No podemos seguir con este abismo y brecha que aumentan las diferencias y nos colocan como uno de los países mas inequitativos del mundo. Quizá la mayor ganancia de la pandemia es que nos hizo ver raspada, por largo rato, nuestra cruda realidad. Algo que solamente mirábamos como hechos pasajeros y no tenía tiempo nuestro cerebro de consolidarlo como realidad. Hoy el lobulillo dorsolateral del lóbulo frontal de algunos ciudadanos lo procesa con cordura y sensatez.
Ante esto y la ineficiencia que detectamos los colombianos del parlamento elegido es imperativo y prioritario una reforma política. No esmaltar para reformar. Es operar con la actitud oncológica que lo hace el cirujano de cáncer cuando encuentra un tumor que tiene raíces enquistadas en los tejidos profundos de su paciente. Del centenar de congresistas, ¿cuántos proyectos concretos, aprobados, que lleven ajustes para su región conocen? No el bla bla bla y la foto mediática de la retórica: propósitos concretos y hechos cumplidos.
Por eso mas que cantidad necesitamos congresistas de calidad, que legislen bajo la sombra tutelar de la equidad y la justicia. Anhelo un parlamento unicameral de solo 100 colombianos y con requisitos de inclusión para que todo el país tenga representación. Elegidos en una lista cerrada, con financiación de las campañas del estado y transparencia del sufragio. El voto libre es el glóbulo rojo transportador del oxígeno de la democracia. Hay que ventilar sus constituyentes y enterrar la compra de conciencia, monóxido de carbono de la libre decisión. Los contradictores dirán que se está “guillotinando” la democracia. ¡No! La estamos purificando.
Mientras siga el factor multiplicador aplicando el porcentaje con el cual se incrementa el salario mínimo, continuaremos con la desproporción en los ingresos. Repetimos el cuento del gallo capón. Hagamos este ejercicio: incrementamos 8% del mínimo actual y subsidio de transporte, supongamos que la cifra alcance 75 mil pesos. Esto es lo que deben recibir los funcionarios del estado con los sueldos por encima de los 25 salarios mínimos. Necesitamos oxigenamos en prono para aliviar la pandemia de la hipoxemia fiscal. Pero si aplico el 8% como multiplicador porcentual, nuestros congresistas recibirán a partir de enero del 2021, incremento de $ 2.600.000.
Cándida e ingenua propuesta que seguramente no alcanzará subir las escalinatas del capitolio. Quedará en el aire. No importa, pero el control social que como sociedad civil debemos hacer - vigilar la gestión publica- empieza con la cirugía radical de tumores sociales que como democracia nos ha invadido y está aniquilándonos.