Augusto Solano Mejía

Presidente Ejecutivo de Asocolflores desde el año 2000. Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes y MBA del Wharton School, de la Universidad de Pennsylvania, asesor económico y financiero del Ministro de Desarrollo. Actualmente pertenece a las Juntas Directivas del Instituto Colombiano Agropecuario – ICA en representación del presidente de la República, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), del Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible (Cecodes, Presidente Junta Directiva), de Porvenir S.A. y de la Universidad ICESI.  También lo es de varias organizaciones de la floricultura internacional en los Estados Unidos y Europa.

Augusto Solano Mejía

Si los líderes mundiales están paralizados los ciudadanos tenemos la obligación de movernos como nunca

El mes que acaba de terminar nos deja una serie de cuestionamientos muy importantes frente a la sostenibilidad del planeta y la crisis climática que, cada vez, parece más inevitable. Septiembre demostró que los líderes mundiales no encuentran, o tal vez no lo quieran hacer, el camino para buscar las soluciones comunes a los problemas colectivos que nos amenazan sin piedad.

Las recientes olas de calor en Europa que alcanzaron los 45 0Centigrados, el monzón en Pakistán que registró miles de muertos y las mega sequías, huracanes e inundaciones en América Latina, son tan solo una muestra fehaciente de las consecuencias que la humanidad está por afrontar.

Sin embargo, los encuentros y debates internacionales celebrados durante los últimos 30 días no arrojaron luces sobre posibles salidas a esta encrucijada. Al fracaso a comienzos de septiembre de la reunión sobre el clima de los ministros de comercio del G20, se sumó la poca atención que se prestó durante sus últimos días al cambio climático en la Asamblea General de las Naciones Unidas 2022, tema que fue relegado a un segundo plano por la guerra en Ucrania y la multiplicación de conflictos en el mundo.

Los cuestionamientos recíprocos entre Estados Unidos, China y la Unión Europea en la reunión del G20, acusándose unos a otros de intentar dar marcha atrás a los acuerdos de Glasgow, y la inexistencia de al menos una solución real al cambio climático en el marco de la Asamblea de la ONU, no hacen más que ratificar las palabras de instalación de su secretario general, Antonio Gutiérrez, quien advirtió a todos los países que nuestro mundo está en riesgo y paralizado.

Y es que es evidente que las divisiones mundiales y regionales se hacen más profundas, la desigualdad aumenta, las fuentes de energía se agotan y los líderes mundiales parecen vivir en un fuera de lugar constante al que Gutiérrez calificó como “…una disfunción global colosal”.

Pero si los máximos mandatarios de la comunidad global parecen hacer el quite o no estar preparados aún para afrontar el máximo desafió que afronta la humanidad: su sostenibilidad, ¿cuál es nuestra obligación al respecto?, ¿cómo podemos colaborar? y ¿cuándo debemos actuar?

Aunque la respuesta es obvia, aún no lo estamos haciendo y a veces caemos en la misma parálisis de la cual se acusa a los gobernantes: tenemos que ponernos metas, cumplir objetivos y trabajar mancomunadamente por la sostenibilidad.

Si hay alguna actividad mundial de la cual todos somos parte y tiene relación directa con el cambio climático es el consumo de productos y servicios. Desde allí es que tenemos que aportar. Necesitamos de todo el respaldo de la opinión pública para que, de una vez por todas, se promueva en los hogares y en las diferentes actividades sociales y económicas lo que se denomina consumo responsable.

El consumo responsable se sustenta sobre dos principios básicos: consumir menos (adquirir solo lo necesario) y activar el mayor impacto positivo a nivel social, económico y medioambiental posible. El consumo responsable implica cuestionarse a la hora de comprar bienes o servicios, qué es prescindible y qué no, para luego elegir no sólo por su precio o calidad, sino también porque son respetuosos con el medio ambiente y porque las empresas que los elaboran cumplen con los derechos humanos y los principios de justicia social.

Además, el consumo responsable es una actitud que también se puede ejercer en el hogar y en los hábitos de vida. La ciudadanía debe interiorizar su parte de responsabilidad como personas individuales a la hora de cuidar y mejorar el entorno. Gestos sencillos como ahorrar electricidad, calefacción, o combustible, hacen que mejore la calidad de vida de la colectividad.

Con cada acto de consumo entregamos un voto de confianza, apoyamos una forma específica de producción, activamos una cadena de abastecimiento y consumo con la que beneficiamos a una empresa y creamos una cultura al interior de los diversos entornos en los que nos desenvolvemos.

Si nuestros lideres mundiales siguen mostrándonos visiones ambiciosas, pero no resultados concretos ante la crisis climática, una de las mejores maneras que tenemos de enfrentarla es unirnos desde todos los rincones del mundo y exigir, desde lo económico, nuestra sostenibilidad.

Si nos empoderamos y evolucionamos como consumidores crearemos una sociedad más acorde con el cambio que requerimos, una sociedad que puede cambiar las relaciones económicas de las naciones y despertar de la parálisis a sus líderes mundiales.

Si todos sumamos con nuestros hábitos de consumo podríamos romper con lo que ya, para muchos pero no para mí, parece una utopía, acabar con el incremento de las temperaturas del planeta y el cambio climático que este genera.

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Augusto Solano Mejía
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