Todos los caminos no conducen a Roma

Para las presidenciales del 2022 todos los caminos no conducirán a Roma, es decir, al Palacio de Nariño. Si el candidato avanza en solitario se extraviará y no se conectará con una sociedad -la de hoy día- cuya dinámica relacional es bidireccional, es decir, interactúa en doble vía y no en una sola,  pero además de eso, es más horizontal y heterárquica y no tanto vertical y jerárquica. Es decir, se desenvuelve en lo colaborativo y colectivo y no en la individualidad ni el aislamiento. 

El reto de los que quieran llegar a Roma será unir voluntades, trabajar  juntos en coalición, lejos de tentaciones caudillistas y pretensiones mesiánicas. Lo colectivo genera ecosistemas de ideas, utopías y esperanzas. La creación, los inventos y descubrimientos  generalmente son de producción colectiva -no se dan en solitario y menos en un mundo hiperconectado-;   las ideas a menudo  se generan en esos lugares, en esos ecosistemas donde se reúnen personas con distintas percepciones y un único fin. El éxito se consigue en coordinación, cooperación y articulación. En alianzas. 

Un camino a Roma son las firmas que recogerán los aspirantes para luego aliarse en pequeños grupos y presentarse, el mismo día de las elecciones al Congreso de la República, en una  consulta para elegir el candidato que se medirá en la primera vuelta presidencial en mayo. De no hacerlo así la aspiración, por aislada, se marchitará y ni a Pereira llegará. 

Otro camino es comenzar lo colectivo desde el inicio. En ello está la Coalición de la Esperanza. A lo mismo le apunta Petro con su Pacto Histórico. Igual camino podrá recorrer el Centro Democrático unido a los  conservadores y cristianos. De alguna tolda también participarán los partidos liberal, U y Cambio Radical los cuales se medirían, como los otros, en una “primarias” en marzo para escoger al candidato que -con el viento de cola que se genera en las primarias tal y como ocurrió con Duque - lo empujen con fuerza a la primera vuelta presidencial.  A Roma se llega  en un ejercicio colectivo. No construyendo alianzas solo arriba sino también abajo, con la ciudadanía, el descontento y blandiendo no únicamente la capacidad  de escuchar (el diálogo debe ser colectivo, argumentativo y útil) sino, sobre todo, la competencia para dar respuestas a una ciudadanía que las reclama.  

El que quede por fuera de la construcción colectiva acabará como en el baile de los que sobran. Por fuera.

Pero la tarea no será fácil porque la política se mueve en el mundo de las redes sociales y los egos y lo uno como lo otro atentan contra lo colectivo. Las redes crean realidades incompletas, impulsan el lenguaje excluyente y convierte el diálogo en algo difícil y el ego es, el  púlpito de la individualidad.

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