El fatal encuentro entre la policía y un joven de los multifamiliares desató la indignación de la población y se desplegaron todas las subsecuentes escenas ya conocidas: coronas de flores y muñecos de peluche, consignas enardecidas, y nubes de gas lacrimógeno y ráfagas de piedras dirigidas a los oficiales con uniformes antimotines.
“Di su nombre”, decía un cartel.
“Las vidas de las personas de color importan”, decía otro.
Este asesinato a manos de la policía no ocurrió en Minneapolis, ni en Ferguson, Misuri, ni en Cleveland, sino en Sudáfrica, donde el enojo y el recelo de las autoridades policiacas es igual al de otras comunidades del mundo, pero donde la geografía de la tensión racial es más compleja que la violencia de los blancos contra los negros.
El joven asesinado el mes pasado, Nathaniel Julies, de 16 años, era de ascendencia mixta, o, como todavía se le llama, de color, un vestigio de la clasificación racial en la era del apartheid en Sudáfrica. Dos de los tres oficiales arrestados en el caso también son de color, y uno es negro.
La madre de Julies, Bridget Harris, señaló que cuando vio el cuerpo de su hijo, quedó horrorizada por las heridas de bala.
“No alcanzábamos a contarlas”, comentó. “Eran demasiadas”.
No son poco comunes los asesinatos a manos de la policía en Sudáfrica, y se calcula que todos los días hay un sudafricano muerto en alguna acción policiaca. Pero este asesinato en especial ocurrido en Johannesburgo desencadenó manifestaciones impetuosas que se ganaron una atención poco común, dentro y fuera de Sudáfrica. Y la explicación, al menos parcial, es que el joven asesinado no era una persona común y corriente.
Julies tenía una seria discapacidad provocada por el síndrome de Down y le era difícil formar frases completas. Era una persona conocida en su vecindario de Soweto, Eldorado Park, y a menudo se le veía deambulando por las tiendas locales con la esperanza de que alguien le comprara su galleta preferida, o en la pista de baile haciendo los movimientos que lo caracterizaban. Lo conocían como Lockies, y muchas personas del vecindario cuidaban de él.
No se sabe gran cosa de lo que sucedió la noche en que lo mataron junto a una camioneta de reparto descompuesta muy cerca de la casa de su familia.
Al principio, las autoridades dijeron que Julies había sido baleado durante un tiroteo entre la policía y los miembros de una pandilla. Pero a los pocos días del asesinato, acusaron a los tres oficiales.
Se dice que dos de ellos, Simon Ndyalvane, un sargento conocido como Scorpion en la comunidad, y Caylene Whiteboy, un alguacil, estuvieron en la escena de la balacera y enfrentan cargos por asesinato y obstrucción de la justicia. También están acusados de intentar eliminar pruebas, señaló una vocera de la fiscalía, Phindi Mjonondwane. El tercer oficial, el detective sargento Foster Netshiongolo, enfrenta cargos por complicidad de asesinato y obstrucción de la justicia.
La familia de Julies cree que tal vez le dispararon cuando los oficiales quisieron preguntarle algo y no sabían por qué no podía contestarles.
La noche del 26 de agosto, cuando lo asesinaron, la familia de Julies acababa de terminar de cenar cuando él se escabulló, al parecer, para ir a conseguir unas galletas con chispas de chocolate que vendían en una tienda cercana. La pareja de Harris, Clint Smith, recuerda que le dio la mitad de su cena a los perros de la familia para poder terminar más rápido.
Julies era un visitante frecuente de esa tienda.
Alrededor de las 9 de la noche, el propietario de la tienda escuchó un disparo. Harris y Smith también lo escucharon. Luego comenzaron a oírse los gritos de incredulidad.
“¡Le dispararon a Lockies!” gritaron los vecinos.
Se cree que los oficiales se llevaron rápidamente al joven y lo dejaron en un hospital. Pero nadie le dijo a la familia en dónde estaba. Cuando Harris se enteró de que el hospital estaba atendiendo a un herido de bala, fue rápidamente hacia allá y vio a alguien cubierto con una sábana.
No podía creerlo cuando reconoció las sandalias que se veían.
“Me fui gritando por todo el hospital”, comentó. “¿Cómo puede ser Nathaniel y no alguien más? Vi las sandalias, pero aún pensaba que no, que no era mi niño”.
En muchas partes de Estados Unidos y en otros lugares, el movimiento Black Lives Matter ha provocado un nuevo escrutinio sobre las relaciones raciales a medida que los manifestantes exigen que termine lo que ellos consideran una brutalidad policial generalizada, misma que casi siempre ejercen los oficiales blancos contra las personas de color.
También en Sudáfrica, los ciudadanos han denunciado la brutalidad policial desde hace mucho tiempo. Los detractores afirman que, al abrigo de los confinamientos por la pandemia, algunos oficiales actúan con aún mayor impunidad.
Pero aquí la historia es más enredada.
En Sudáfrica, se acusa a la fuerza policial, en su mayoría negra, de agredir a la ciudadanía, principalmente a la negra. Por ejemplo, en la estación de policía que protagoniza el caso de Julies hay una enorme cantidad de oficiales negros y de color.
Pero, de acuerdo con Viewfinder, un proyecto de periodismo de investigación que recaba información sobre los asesinatos a manos de la policía, de 2012 a 2019, esta ha sido objeto de más de 80 denuncias de brutalidad, en diez de las cuales ha habido decesos.
Tal vez los sudafricanos nunca vean con buenos ojos a la policía, sobre todo los que tienen la edad suficiente como para recordar los días de la segregación racial, cuando el país estaba regido por un despiadado gobierno de blancos.
Los departamentos de la policía solían ser una extensión del Estado segregacionista y aplicaban sus reglas, asesinaban a los líderes políticos y promovían la violencia con el fin de que los guetos se mantuvieran desestabilizados. Para los sudafricanos que no eran blancos, la policía era sinónimo de terror, no de protección, y veían como traidores a los policías negros.
El apartheid se distinguió por azuzar a un grupo contra otro, y el legado de esto aún se manifiesta en las comunidades predominantemente de color como en la que vivía Julies.
La policía ha intentado dejar atrás la brutalidad de la era del apartheid. En un afán de reforma, el gobierno sudafricano comenzó por renombrar al departamento cuando el apartheid llegó a su fin, en 1994. Se la ha añadido la palabra “servicio” y ahora se llama Servicio de Policía de Sudáfrica.
No obstante, sus detractores afirman que esto no ha cambiado la cultura de las fuerzas policiales. La nueva generación de oficiales es vista con desconfianza en medio de acusaciones de una corrupción rampante. Además, los asesinatos en manos de la policía siguen siendo tan comunes que es raro que un deceso haga que las personas salgan a la calle. Pero a principios de este año, hubo manifestaciones luego de que acusaron a la policía y a los soldados del asesinato de otro hombre durante el confinamiento por la pandemia.
“Creo que este año, el Estado y la sociedad sudafricanos en verdad se encuentran en un momento decisivo en lo concerniente a la respuesta y reconocimiento de la impunidad, la violencia y la brutalidad del servicio policial”, señaló Daniel Knoetze, quien dirige Viewfinder, el proyecto periodístico que da seguimiento a los asesinatos acaecidos a manos de la policía.
Las autoridades han prometido que se hará justicia en el asesinato de Julies.
“No perdonaremos a nadie”, afirmó el ministro de policía, Bheki Cele, quien en 2009 impugnó los informes de que había alentado una política de tirar a matar. “Quien haya cometido algún delito, tendrá que enfrentarse a la ley”.
Cuando los miembros de la comunidad marcharon para exigir respuestas sobre la muerte de Julies, la policía se movilizó de manera agresiva para dispersarlos. Luego, los manifestantes pusieron barricadas en las calles y quemaron llantas.
El presidente Cyril Ramaphosa expresó malestar ante las imágenes de televisión sobre la violencia suscitada en todo el país, y describió a Eldorado Park como “una comunidad que merece algo mejor”. Pero también hizo una advertencia.
“Pese a que las comunidades tienen derecho a manifestar su inconformidad, el enojo no debe desbordarse en acciones que podrían empeorar el trauma ya vivido por los ciudadanos”, dijo Ramaphosa. “Solo puede prevalecer la justicia si los trabajadores de la comunidad colaboran con nuestro sistema de justicia penal para solucionar las presuntas injusticias o agresiones”.
Desde el asesinato, ha habido un constante flujo de visitantes a la casa recién pintada de cuatro habitaciones de la era del apartheid donde Harris cría a sus otros siete hijos.
“Siento como si todo lo estuviera volviendo a vivir”, comentó Harris.
Ella y Smith traen playeras impresas con el rostro de Julies. Su rostro también les sonríe desde un gran retrato donado por los manifestantes.
Pero muchas personas no confían en que alguna vez verán justicia, ni en este caso ni en su vida cotidiana.
“Se supone que deberían protegernos, pero nos están matando”, afirmó Leonie Nero, madre de dos hijos que vive cerca de la casa de Julies. “Están atacando a niños inocentes. ¿Dónde van a jugar nuestros hijos?”.
Por: Lynsey Chutel