Por tierra…

Jue, 20/01/2011 - 09:52
Viajar por tierra en Colombia es asombroso. Una española hecha a las soledades de Castilla decía con sobrada razón que en este país el panorama cambia a cada instante hasta el punto de sugerirle s
Viajar por tierra en Colombia es asombroso. Una española hecha a las soledades de Castilla decía con sobrada razón que en este país el panorama cambia a cada instante hasta el punto de sugerirle siempre a los viajeros la posible aparición, bajo la niebla o en el fondo de algún desfiladero, de rinconeras tan prodigiosas como la mítica Shangri-La. Cuando se recorren las rutas que serpean por entre las montañas, o las laderas que custodian los ríos, puede aparecer de repente la infinitud de los Llanos Orientales, donde parece que la tierra se hace océano, o la entrañable limitación cordillerana que le permite al Valle del Cauca guarecer los romances de muchos Efraínes con otras tantas Marías. Hay ciudades salpicadas de iglesias de cal y canto donde los colonizadores dejaron retablos de oro y casonas como aquella de Pamplona, la ciudad ebria de paisaje en Norte de Santander, que amén de albergar el bello museo de escultura que legó Eduardo Ramirez Villamizar, guarda en el patio las cenizas del artista bajo la sombra concertada de la Serranía de Los Motilones con la de un árbol longevo. Al recorrer los rumbos de una nación que por su morfología puede considerarse resumen del continente, se descubren aldeas perdidas en el fondo del Cañón del Chicamocha que parecen sacadas de la novela de Rulfo como Cepitá o Jordán Sube, con un nombre esta última que evoca la ambición de elevarse por encima de los taludes que la circundan como para abandonar las honduras más tórridas de la geografía.  En las vecindades está la singular profusión de microclimas de la Mesa de Los Santos que, por una inclinación apenas perceptible, se empeña en alojar casi toda la variedad meteorológica de la República. Al transitar los senderos del país se puede llegar a vislumbrar la serenidad vallenata, cuando se apagan los parlantes en una tarde de domingo; el desparpajo aguileño de los caneyes de Santander; los bosques de caracolíes, que brotan en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, y la agresividad de un Caribe febril al mordisquear virulento los cabos y los arrecifes del Parque Tayrona. Si, sin duda, viajar por tierra en Colombia es un placer que por desgracia, y muy a menudo, se ve opacado por ciertos inconvenientes que no guardan relación con un surtido de paisajes que sorprende sin faltas, con la amabilidad en general de la gente, o aún con los pocos retazos del pasado que van quedando. La primera traba tiene que ver con la pobreza de una infraestructura vial que, más allá de los comprensibles golpes bajos del invierno, pone de presente un atraso palmario y, desde luego, la indolencia, la falta de planeación y el desgano de una clase dirigente que, como dijo un gobernador, “sólo se le mide a los grandes proyectos” acaso porque los más pequeños no dejan el suficiente margen para las jugosas y sempiternas mordidas. Carreteras descuidadas, desviaciones sin terminar, obras estancadas, caminos cuya obsolescencia es innegable, puentes ya construidos sin salida y huecos irredimibles son la tónica de cualquier recorrido, sin contar con la evidente insuficiencia de las carreteras para soportar un tráfico en expansión que, al no disponer de otros medios de transporte, es imprescindible. Para completar el cuadro el viajero no encuentra información, la señalización es mínima y ni siquiera se dispone de mapas actualizados que sean confiables. Las guías brillan por su ausencia y aunque en los peajes se venden folletos de turismo se trata de catálogos comerciales incompletos e insuficientes. A su turno, la infraestructura hotelera o de restaurantes da vergüenza mientras que el descontrol de los precios campea a su antojo. ¡Cuánta falta hace un ente capaz de regir la oferta! Cuanta falta hace la desaparecida Corporación de Turismo que entendía, cuando menos, que si bien Colombia lo tiene todo, al visitante hay que facilitarle los recorridos y permitirle el acceso a tantos prodigios. De hecho, viajar por este país es una experiencia maravillosa que podría ser mucho mejor si existiera un mínimo de coherencia y si se entendiera que el turismo suele ser un gran negocio.
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