Censura y literatura

Mar, 01/11/2011 - 04:18


La literatura siempre ha sido, o querido ser, censurad
Céline La literatura siempre ha sido, o querido ser, censurada. Desde Platón que, en su empeño por crear un república ideal, consideró que la literatura no era conveniente en ella. Demasiados ejemplos inmorales había en las obras de Homero para educar a los jóvenes. Demasiado sexo y violencia, se diría hoy en día. Aristóteles, por otro lado, consideraba que la literatura, en vez de mal ejemplo, edificaba y ayudaba conocer situaciones sin necesidad de pasar por molestias tan grandes como las de Edipo. Mal o bien, desde ahí y hasta principios del siglo XX, cada vez que se hablaba de literatura se tomaban los mismas ideas y se las revivía de una u otra forma. Mismo contenido, palabras distintas adecuadas a una necesidad más moderna. Con todo y los avances en la teoría literaria del siglo XX, no todos afortunados, se siguen considerando hoy en día los argumentos de aquellos filósofos griegos. El argumento aristotélico es generalmente traducido y adecuado por personas amantes de la literatura y de la democracia. Aquellas personas que no están dispuestas a aceptar por nada del mundo la censura y que creen que cualquier obra literaria de calidad enriquece de manera sustancial a su lector (plus suficiente para que la literatura sea tenida en lo más alto). Los platónicos, hoy en día, son los senadores moralistas de los partidos conservadores, o religiosos, que pugnan por una moral que debe ser resguardada a como de lugar. Hoy, sobre todo en un país al que poco le importa la literatura, la censura de aquellos moralistas se ve más en otro tipo de narraciones. Las telenovelas, por ejemplo, que si son muy violentas o si tratan temas sexuales de manera explicita deben ser calladas de alguna manera. Las películas también, con sus formulas o doble moral descarada (hay que ver los clichés hollywoodenses que preservan esa doble moral) cuidando la integridad de su público. Pero cuando la literatura era más importante, porque era la única narración disponible, la censura llegaba de forma más rauda y pronta a ésta. Hay que ver, por ejemplo, lo que dijo Vergara y Vergara (crítico colombiano del siglo XIX) sobre “María” de Isaacs y ver, por otro lado, lo que dijo sobre “Manuela” de Eugenio Díaz. Los elogios floridos y hasta exagerados a la primera y la gran lista de las supuestas incorreciones (tanto estilísticas, como morales) que había cometido la segunda (que ocasionaron su salida del “Mosaico”, famosa revista literaria de la época). Pero más que una mala crítica o comentario, está a veces el silencio hacia las obras no deseadas. El silencio que se sigue aplicando incluso hoy en día. El publicar una novela que pasa a las librerías (incluso pocas) sin ninguna reseña en revista o periódico. Libros que se publican y que se quedan casi como sin publicar. Con algunas ediciones que compra a la Biblioteca Nacional, con otras tantas que son dadas al escritor como forma de pago y con el resto que va a una trituradora permitiendo reciclar papel para publicar libros que sí se vendan. Pero si bien ésta es la censura más efectiva en una sociedad democrática y capitalista, existe también la censura llana y descarada, a lo Platón. La moral en las obras de arte es una cosa que se puede pelear entre un partido u otro. Se pelearan leyes para censurar obras indecentes en los congresos, con los senadores en airosas discusiones. Pero hay algo que los sobrepasa a ellos o, más bien, que los une. Esto es, la defensa por lo democrático que se podría resumir en una frase sencilla: la democracia termina donde comienza la amenaza a ésta. Sí, todo texto antidemocrático es censurado de forma directa. En Estados Unidos no hay que decir cómo, y en Colombia hasta tenemos una ley bajo la cual se cobija tal delito (el de rebelión). Otro ejemplo, esta vez más concreto, sonaba hace algunos meses en el mundo cultural, las declaraciones descalificatorias de algunos dirigentes franceses sobre Céline en su aniversario, con sus respectivas consecuencias. No es de sorprender que esto ocurra, pues la literatura (y sus derivados narrativos) tienen una fuerza que es, muchas veces, subestimada. Tal fuerza se desprende de lo dicho por Platón y Aristóteles. Sócrates pensaba que la literatura era un mal ejemplo. Lo de “mal” se puede discutir, pero es indudable que la literatura ejerce alguna influencia en la mente de sus lectores. Ya sea para bien, tal como decía Aristóteles, o para mal, como argüía Sócrates.
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