Fidel también tuvo pajarito

Jue, 04/04/2013 - 00:07
La historia del pajarito que se le apareció a Nicolás Maduro encarnando el espíritu de Hugo Chávez y que además lo bendijo, no debería asombrarnos tanto. Tuvo su precedente en Cuba hace cincuent
La historia del pajarito que se le apareció a Nicolás Maduro encarnando el espíritu de Hugo Chávez y que además lo bendijo, no debería asombrarnos tanto. Tuvo su precedente en Cuba hace cincuenta y cuatro años en un momento cumbre de la revolución liderada por Fidel Castro; la diferencia es que al pajarito de Fidel lo vieron miles de personas y al de Maduro sólo lo vio el candidato presidente venezolano. Y la deriva mística de sincretismo político-religioso que ha adquirido el “socialismo del siglo XXI” de Venezuela tras la muerte de Chávez, tampoco debería sorprendernos, la cosa se veía venir y más estando Cuba detrás de la campaña de Maduro. Según Maduro, el prodigio ocurrió en una capilla en donde están las imágenes de Cristo, Chávez y el médico taumatúrgico y milagroso venezolano José Gregorio Hernández. La maquinaria propagandística chavista aprovechó una Semana Santa metida en el calendario entre la muerte del comandante y la apertura de la campaña electoral, para incorporar la imagen de Chávez a las celebraciones de la Semana Mayor. A Chávez se el ha llamado el “Cristo de los pobres”, se ha equiparado su agonía con la pasión de Cristo, Maduro se ha referido a su familia como la “sagrada familia de nuestro comandante”. Han aparecido murales con la trinidad Bolívar, Cristo y Chávez y una leyenda que dice: “Resucitado. Patria, socialismo o muerte”. Al pelo para un Domingo de Ramos pero ambigua pues no se sabe se refiere a Jesús de Nazaret, al libertador o al padre de Rosinés. Sabemos también que en el ultrachavista barrio 23 de Enero han levantado un pequeña capilla llamada “Santo Hugo Chávez”. Una de las cosas que el fallecido líder venezolano aprendió del régimen castrista fue el manejo de la simbología, que los cubanos supieron administrar de manera magistral desde comienzos de la revolución. Alguna vez pregunté a un miembro del Partido Comunista cubano por qué la Revolución había adoptado los colores rojo y negro. Su respuesta fue ambigua y poco convincente porque hablaba de un luto y una sangre demasiado tempranos al comienzo de una revolución. Y tampoco pintaba mucho allí la bandera anarquista –ya que tales son los colores del movimiento ácrata-, aunque el primer instructor de los barbudos cubamos en México fue un español de esa ideología. En cambio, si vemos el panteón de la santería –principal religión afrocubana- nos encontramos con el feroz y temible Eleguá, “primer dios protector, primer guerrero y el que abre todos los caminos”, es la deidad “a quien nada detiene”. Casualidad o no sus colores son el rojo y el negro. En ese mismo panteón yoruba está Obatala, “creador de todo cuanto existe en la tierra” y presente en todos los altares de santería por ser, como dicen los creyentes, “la cabeza”. Su color es el blanco, es símbolo de la paz y la pureza y se le representa con una paloma blanca en la mano. Pues bien, imaginen la escena, cincuenta y cuatro años atrás. Fue en el mes de enero de 1959, Fidel Castro acababa de tomar el poder y, finalmente, entró en La Habana. Pronunciaba un largo discurso y toda Cuba lo oía extasiada, había cruzado en caravana la isla de oriente a occidente y aquel acto culminaba la primera ceremonia de toma del poder. De repente una paloma blanca revoloteo en torno a la cabeza del barbudo revolucionario y terminó posándose en su hombro, la multitud quedó en silencio y luego un rumor sordo envolvió la plaza. Hubo quien se persignó, acababan de presenciar un milagro: Obatalá había hablado, había tomado su decisión. Es cierto que Castro tuvo graves enfrentamientos con la jerarquía católica tras su llegada al poder, pero tanto la religión católica como los cultos sincréticos afrocubanos han convivido con el régimen hasta extremos desconocidos fuera de la isla. Y es que, como me dijo en su momento José Felipe Carneado, responsable de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, “si fuéramos a encarcelar a todos los practicantes de esos cultos, tendríamos que meter a la cárcel a la inmensa mayoría de los cubanos” Llegar al despacho de Carneado, después de recorrer los pasillos desolados y oscuros del edificio del Comité Central, era llevarse una de las sorpresas que podía deparar la Cuba de estricta obediencia soviética de los tiempos de la guerra fría. El viejo combatiente de la Sierra Maestra, sentado tras un escritorio, con un pequeño retrato del Che Guevara a sus espaldas y un busto de Lenin como pisapaples, estaba rodeado de miles de libros religiosos. Era la biblioteca que menos podía esperar uno en aquel santuario del materialismo. Viendo ahora el papel casi infantil que representa Maduro, se entiende que el elegido por Chávez para sucederle –y por tanto bendecido por La Habana- haya sido éste y no Diosdado Cabello. El presidente de la Asamblea, un ex militar, ingeniero de carrera además, parecía menos maleable y dispuesto a representar un papel tan pueril en una contienda electoral. Los diseñadores de la campaña de Maduro conocen bien la credulidad y fantasía de la masa venezolana y en su angustia por no perder el poder tras la muerte de Chávez no han tenido empacho en echar mano del pajarito de Maduro.
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