Sin telenovelas hay paraíso

Mié, 27/03/2013 - 06:50
Hay tres profesiones de las que todo mundo entiende. Presidente de la república pues todo mundo cree saber cómo gobernar un país, entrenador de la selección nacional de fútbol pues todo mundo cre
Hay tres profesiones de las que todo mundo entiende. Presidente de la república pues todo mundo cree saber cómo gobernar un país, entrenador de la selección nacional de fútbol pues todo mundo cree saber a quiénes hay que seleccionar y cuáles son las tácticas para ganar y llegar al mundial y, finalmente, programador de televisión pues todo mundo cree saber cuál debe de ser la mejor programación para los distintos canales que llegan al televisor de su casa. Me declaro negado para las dos primeras profesiones pero me aventuro, como programador de televisión, a decir que no creo que las telenovelas tengan necesariamente que estar siempre en los horarios de mayor audiencia. Es más, creo que las telenovelas no son obligatorias para un canal generalista y digo algo más arriesgado aún, creo que son prescindibles y que sin telenovelas viviríamos mejor. Después de muchos años de agotar el formato clásico de intrigas, engaños y confusiones para que finalmente triunfen el amor y la felicidad, la telenovela de los distintos países latinoamericanos ha ido adoptando fórmulas acordes con su idiosincrasia y abordando temas hasta hace años tabú como la homosexualidad y los conflictos religiosos o políticos. En Brasil, por ejemplo, el género se sofisticó casi a nivel de producto cultural y en Colombia -como no podía ser de otra forma- se echó mano del filón de la violencia, las bandas criminales y las organizaciones fuera de la ley. Lo que está pasando con Tres Caínes, telenovela del Canal RCN sobre los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño fundadores de los paramilitares, debería hacer reflexionar a los programadores de los dos grandes canales que tienen el monopolio del espectro a nivel nacional.  Es preocupante que los anunciantes boicoteen su producción, pero es inevitable que en las redes sociales quienes se consideren saturados de la violencia, el arribismo, la chabacanería y el alarde de cómo se consigue el dinero fácil, como se ve en esas producciones, se movilice en dichas redes para presionar a los anunciantes para que dejen de patrocinarlos. Las redes sociales son una realidad de nuestro tiempo y si ellas logran ejercer presión sobre los patrocinadores de tales programas, los productores de esas series en Caracol y RCN deberían tomar buena nota de la protesta. Existe un precedente en España en donde las redes han acabado con un programa polémico. El hecho de que los anunciantes que hoy se retiran de Tres Caínes de RCN no lo hubieran hecho de Escobar el patrón del mal de Caracol no debería extrañarles tanto. Tomen el ejemplo de la abuela de quien se dice que se cayó y se rompió la cabeza del fémur. Suele ser al contrario, se desgastó la cabeza del fémur y por eso se cayó la abuelita. A lo mejor Tres Caínes supuso el punto de mayor desgaste del género. Uno de los promotores del boicot en las redes al patrocinio de este tipo de telenovelas adujo un argumento interesante: “Si acudimos al canal nos dicen que eso da rating y es lo que quiere ver la gente y si acudimos al Estado la respuesta será que no pueden interferir en la libertad de expresión”. Total, decidieron romper el círculo vicioso en Facebook y Twitter y ahí está el resultado. He oído por radio a un notable publicista asombrado de que las empresas se dejen presionar por las redes sociales. No veo el motivo de su extrañeza, cualquier empresa tiene mucho que perder si se le echan encima las redes sociales. Para lo que debería servir también este debate es para que el dueño del espectro, de la autopista por donde circulan los canales, es decir el Estado, defienda los intereses de los televidentes. Es intolerable que los dos canales que detentan el monopolio tengan la falta de respeto de la que hacen alarde constantemente cambiando el horario de su programación inadvertidamente cuando una producción no les funciona o que prolonguen insufriblemente sus informativos con autobombo de sus telenovelas. Y debería servir también para algo que sí veo más difícil, casi imposible en Colombia. Para que se cuestione la inevitabilidad de las telenovelas en horario de máxima audiencia. El argumento de que “eso es lo que pide la gente” es muy discutible. Las personas de menos recursos, que no pueden pagar televisión por cable, son inoculadas a diario por los canales nacionales con un lenguaje cursi (la gente no quiere, ama; la gente no se emborracha, se embriaga), unas formas de vida irreales y la mayoría de las veces no precisamente edificantes. En estos países es más la vida la que imita a la ficción que lo contrario y esto en buena medida se debe a los culebrones, seriados o teleseries que se han convertido en producto de consumo de primera necesidad. En ninguna parte está escrito, señores programadores, que a la “la gente” sólo le gusta beber gaseosa. Denle champaña y verán que también les gusta. Dinero hay, lo que no hay es voluntad. Ejemplo de televisión de calidad en el mundo -y televisión de éxito- hay en muchos países. Y no nos vengan con el cuento de que es que hay que revisar la Historia aunque sea dolorosa, a ustedes eso no les interesa, su única prioridad es hacer caja y eso hasta lo podemos entender. Pero no sigan con lo de la revisión histórica pues por esa regla de tres tenemos que esperar ahora la siguiente serie basada en la vida de Tirofijo. Dejen eso para los historiadores que ellos si saben cómo abordar esos asuntos.
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