Diatriba contra los jefes de prensa

Dom, 15/04/2012 - 01:01
Si usted no es comunicador social, periodista o reportero, tal vez poco le interese lo que voy a escribir. Pero ya es hora de que alguien a nombre del gremio periodíst

Si usted no es comunicador social, periodista o reportero, tal vez poco le interese lo que voy a escribir. Pero ya es hora de que alguien a nombre del gremio periodístico se saque la espinita dolorosa, molesta e incómoda de los jefes de prensa o coordinadores de comunicaciones (como hoy, de manera rimbombante, se hacen llamar).

Para el periodista de hoy, un jefe de prensa es prácticamente lo mismo que el vigilante de un edificio. Pone obstáculos, niega personajes, oculta (¿o protege?) informaciones y hace el menor esfuerzo posible por ayudar a los comunicadores en su oficio. De hecho, llamar a una oficina de prensa es casi como pedirle un favor al Divino Niño del 20 de Julio: hay que rogar, rogar y rogar para que le hagan un favor y, muchas veces, dicha gracia no es concedida.

Lo curioso es que muchos de quienes hoy son jefes de prensa antes ejercieron la reportería. Salían a las calles, buscaban noticias y se enfrentaban a jefes de prensa tan amargos como el limón más verde. Supongo que en ese entonces esos jóvenes periodistas de calle maldecían y despotricaban sobre el nombre de esos insoportables jefes de comunicaciones que les hacían la vida imposible y que no eran más que obstáculos para cualquiera de sus misiones.

¿Qué les pasó? ¿Acaso se dejaron enceguecer por el poder?

Es extraño, pero en el momento en que un reportero se convierte en jefe de prensa es como si tomara la pócima que convertía al Doctor Jekyll en el espantoso Míster Hyde. De ser personas amables, afables, sonrientes y gentiles, se convierten en seres amargados, cascarrabias, gritones y maltratadores. No contestan los teléfonos. No atienden solicitudes. Únicamente conocen la palabra NO como respuesta. Son la negación hecha verbo.

Confieso que no muero por tener un trabajo como ese. Para un periodista de espíritu, debe ser triste verse confinado a una oficina, respondiendo peticiones y solicitudes, atendiendo a otros que aún viven el vértigo de los medios y del oficio. Pero eso no es justificación para convertirse en el coco de los demás. Si su trabajo le frustra, cámbielo, pero no comparta su mala sangre con el resto de personas que van a estar dependiendo de su gestión.

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