¿Paz sin perdón?

Jue, 27/09/2012 - 00:32
El alma humana es insondable. En nuestro entendimiento conviven virtudes y sentimientos armoniosos con incalculables mezquindades. El reto del ser y la noción de civilización no tienen tanto que ver
El alma humana es insondable. En nuestro entendimiento conviven virtudes y sentimientos armoniosos con incalculables mezquindades. El reto del ser y la noción de civilización no tienen tanto que ver con la escalada tecnológica en la que el hombre está comprometido tan a fondo, cuanto con el urgente desarrollo de la espiritualidad para elevarla a un estadio de tolerancia y comprensión que nos lleve a que prevalezca la bondad colectiva. El principio es el perdón, y cuando un núcleo humano ha sido tan violento como el que se rige por el escudo del cóndor, el perdón se vuelve una prioridad estructural, vital para poder comenzar a pensar en cómo dar ese paso que nos levante de las profundidades del piélago de sangre y dolor en el que nos hemos empeñado en vivir. Nuestra violencia está tan arraigada, que brota de las gargantas más insospechadas. Es violenta la percepción desigual con que se mesuran los parámetros morales según se esté a la izquierda o la derecha. Es violento sin duda el discriminar permanente de los dirigentes, fundamentados en sus antipatías personales... Se pregunta uno ¿cómo puede un presidente pensar en hacer la paz  mientras desprecia a sus adversarios no armados? ¿Cómo puede el estamento periodístico colaborar con la construcción de ese "colchón" para la nueva armonía social, si discrimina con maniqueísmo a qué sí tienen derecho unos colombianos mientras sobre otros resulta impensable conceder tanto...? Es impactante el negativo contraste de voces y silencios que deberían ser ejemplarizantes. Cesar Gaviria, ponderado de lengua —aunque su corazón aloje tormentas— sorprende cuando habla de perdón, amnistías y tolerancia para el caso colombiano. Según él, debemos ignorar los tratados internacionales que impedirían a Colombia otorgar amnistías amplias... No aterra su generosidad, sino la ausencia de pudor para dejar ver que su mensaje se origina en la política y no en las convicciones. Hasta hace poco decía exactamente lo contrario sobre el proceso de desmovilización y desarme emprendido por el gobierno de Uribe frente a las extintas AUC. ¿Cómo puede alguien pensar que las muertes perpetradas por Castaño eran horrendas y delitos execrables, y las cometidas por Iván Márquez si sean perdonables? ¿Cómo distinguir entre unos colombianos que asesinan, secuestran, matan, extorsionan, se toman las leyes en sus manos y cometen todo tipo de vejámenes, y otros que han hecho lo mismo, solo porque los unos se cobijen bajo una divisa y los otros bajo otra?  ¿Cómo puede validarse un Timochenko y satanizarse un Ernesto Báez? Dos seres que parecen calcados el uno del otro, dos "comandantes" que hubieran podido cambiar de bando y —en el discurso— nada habría sido distinto... ¿Por qué uno es perdonable y el otro no? ¿Cómo hace Gaviria para categorizar estos dos protagonistas de la violencia de manera que el uno sea justificable y perdonable, mientras el otro ¡idéntico! deba ser crucificado en lo profundo del infierno? La actitud del expresidente es la misma de una parte del establecimiento nacional, que busca el perdón para unos, la paz con una facción, comprensión legal para una parte, mientras el resto queda condenada —bajo una ética incomprensible— a la mazmorra moral del oprobio colectivo y marcada como lo peor de nuestra historia. Colombia no es aún una verdadera democracia. Estamos lejos de un sistema realmente representativo. Pero sí es una "periodistocracia" porque los vacíos del sistema gubernamental, los huecos dejados por la inmadurez y omisión de jueces, congresistas y administradores de la cosa pública, los han ido llenando los autodenominados "líderes de opinión", que fungen desde los medios como un suprapoder. Periodistas y columnistas, también están sesgados y su fotografía de la realidad "edita" recurrentemente la verdad, de manera que el crimen "de Izquierda" tiene una lectura y se comprende desde una perspectiva distinta al delito perpetrado por lo que la izquierda bautizó "La Derecha", que es todo lo que no sean ellos mismos. El papel de la prensa es quizá el más determinante en la forma como se pueda perfilar esta sociedad. Porque pensar que la políticamente-correcta paz con las Farc pueda asentarse de manera incruenta, sin permitir que se otorgue el mismo nivel de perdón y aceptación con las fuerzas contrainsurgentes que se desmovilizaron en el gobierno pasado, y se reeditaron sin ideología, como “bacrim", es soñar con el absurdo. Así los ex-AUC hayan sido quemados con el fuego moral dictado desde la izquierda, y sin importar cuán políticamente incorrectos puedan ser o parecer, si el perdón que se incuba en Colombia no es total, solo estaremos asistiendo a la germinación de la misma violencia reinventada por la miopía de nuestra dirigencia. Es el acuerdo sobre lo fundamental que pregonaba Gómez Hurtado, porque lo fundamental es breve, pero empieza por el perdón como sanción colectiva, porque para muchos aprender a perdonar es un castigo, y para otros conseguir perdonar es un catalizador balsámico. Para los que sea un imposible ético, sepan que son ustedes el mayor obstáculo para concretar ese estado de no violencia que con gran romanticismo todos, incluso los extremistas, llaman "la paz". Sin perdón total, nunca habrá paz. Consuelo Araújo Noguera, premio nacional de cuento, columnista de El Espectador, escritora, autodidacta, periodista, líder cultural de Valledupar y exministra de Cultura, un 29 de septiembre hace casi 11 años ya, fue asesinada brutalmente por las Farc tras secuestrarla y maltratarla, sin importar que fuera una abuela de 61 años, una mujer de manos inmaculadas, una demócrata progresista que recibió en plaza pública al M-19 y apoyó el nacimiento de la Unión Patriótica. Consuelo Araújonoguera —así firmaba— fue un ser inmenso. También mi tía amada, cercanísima, mi amiga maternal y mi ejemplo. Su muerte despiadada e incomprensible, es aún el dolor más agudo que he sentido en la vida... No. El perdón no es fácil. Pero pienso en la ausencia de Consuelo, e inspirado en su presencia tutelar siento su voz que me diría "perdónalos, acércate a Dios". Y sí. Mi reflexión sobre el perdón culmina con una búsqueda interior para empezar por el ejemplo, porque sin perdón total, nunca habrá paz. @sergioaraujoc
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