Jimmy Bedoya

Profesional en administración policial y de empresas, doctorando en estudios sociales (UExternado), máster en administración de recursos humanos (Ucav de España), máster en administración de negocios -MBA- (UExternado), especialista en seguridad (Espol), gobierno y gerencia pública (EAN) y control interno (UJaveriana), y CIDENAL (Esdeg). Es columnista y consultor con más de 30 años de experiencia en seguridad pública, capital humano y control interno.

Jimmy Bedoya

La coevolución del hombre: biología y cultura

En el primer mes del año, los incendios forestales en Colombia arrasaron con más de 7.400 hectáreas. Antes de finalizar enero, 977 de los 1.102 municipios colombianos estaban en uno de los tres niveles de alerta por conflagraciones. Más de la mitad del país permanecía en alerta roja, y desde el anuncio el pasado noviembre del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) que se presentaría en el país el fenómeno de El Niño, se han registrado 360 incendios forestales, 278 tan solo en enero. 

Aunque el fenómeno de El Niño se caracteriza por el incremento de las temperaturas y escasas precipitaciones, otros fenómenos meteorológicos están provocando lluvias en el corto plazo.  Esta es tan solo una evidencia que la modificación de la temperatura y demás variables del clima están sucediendo a una velocidad sin precedentes en la historia del planeta Tierra. El cambio climático es una consecuencia de la evolución del hombre, y está ocurriendo alrededor del mundo con secuelas devastadoras.

Hoy, el llamado es a recordar nuestra responsabilidad como seres humanos miembros de la actual modernidad y actores fundamentales en la transformación del entorno que habitamos. Como individuos somos la combinación de la coevolución entre la biología y la cultura, la cual ha permitido nuestra adaptación a las adversidades en millones de años de evolución y que hacen un papel determinante en la prolongación de nuestra supervivencia. 

Uno de los aspectos imprescindibles en la evolución de la sociedad, es que vivamos razonablemente felices, con la satisfacción de las necesidades básicas cubiertas y también con la capacidad de desarrollar libremente iniciativas de expansión del conocimiento y de tecnología, pero sin poner en peligro la sostenibilidad de la sociedad y el entorno natural, lo cual es precisamente lo contrario a la forma en que nos relacionamos con el planeta.

Así, es preciso comprender el concepto de coevolución como la interacción que existe entre dos o más especies que se influyen en su transformación mutua. Por ejemplo, un cambio en la morfología de una planta afecta la manera en que un herbívoro se alimenta de esta, el herbívoro sufre una transformación y esto a su vez provoca un nuevo cambio a la planta en un ciclo indefinido de coevolución. 

La pirámide de la complejidad de la evolución del planeta se construyó desde las edades geológicas y cada elemento que conforman este punto del universo son fruto de una larga historia de destrucciones y creaciones, lo que debe entenderse desde el concepto de la coevolución y su carácter histórico. 

Entonces, ante las evidencias de transformación climática es válido que hoy nos detengamos a cuestionarnos ¿cuál es la forma correcta de coexistir con el entorno? ¿Qué acciones pueden considerarse moralmente aceptables? ¿Cuál es el impacto de las actuaciones individuales? ¿Esperamos que sean otros los que se ocupen de mi responsabilidad? Las respuestas están en las reflexiones originadas bajo el reconocimiento de nuestro desenvolvimiento en el ecosistema actual y dentro de los grupos sociales con los cuales compartimos el compromiso de salvaguardar el hábitat que ocupamos.

Una gran parte de la solución está en nuestras manos, desde lo individual, esperar hasta que los gobiernos asuman con altura la emergencia climática es un riesgo para nuestro planeta y su futuro. Una de las primeras acciones a ejecutar es analizar cómo funciona la atmósfera y cuál es nuestro rol en los balances naturales en la geósfera, la hidrósfera, la atmósfera y la biósfera, y cómo las actividades humanas modifican el albedrío de la dinámica planetaria.

Para que coevolucionemos debemos aparejar nuevas visiones, enfoques, teorías, métodos y  percepciones que den lugar a cambios de paradigmas, de modo que comprendamos que nuestra coevolución radica en la forma de enlazar los sistemas humanos, desde lo económico, social, político, tecnológico es decir nuestra cultura, con el sistema ambiental para alcanzar una eficiencia biológica en un estado beneficioso en el que se establezcan las condiciones para el éxito de la subsistencia de todas las especies del planeta.

Lo que afianzará nuestra esperanza en un futuro común ecológicamente armonizado y socialmente equitativo, con unas relaciones hombre-naturaleza renovadas dejando a un lado el concepto que el hombre es la cumbre de la evolución, para enfocarnos en la construcción y puesta en marcha de un contrato social planetario, una “coevolución humana” en la era de la unidad esencial del hombre con la naturaleza.

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