La vicepresidenta Francia Márquez encabeza su cuarto viaje oficial a África, con paradas en Togo, Ghana, Senegal y Benín. El recorrido hace parte de la estrategia “Colombia-África 2022-2026” y se suma a una agenda que ha generado debate interno: mientras el Gobierno la presenta como una apuesta geopolítica y económica de largo plazo, sectores críticos cuestionan su costo y su prioridad frente a las necesidades internas.
La pregunta de fondo es: ¿Qué ha ganado Colombia con estos desplazamientos? y ¿por qué se han vuelto tan frecuentes?
Una política exterior que mira al sur
Según la Vicepresidencia, estos viajes buscan reconectar a Colombia con África en tres frentes: político, económico y afrodescendiente. En este periodo se han abierto embajadas en Senegal y Etiopía, se han reforzado las ya existentes y se consolidó la participación de Colombia como miembro observador de la Unión Africana, tras la presentación de cartas credenciales en Adís Abeba.
La nueva gira está enfocada en fortalecer la presencia en África Occidental y avanzar en la preparación de una cumbre entre jefes de Estado de la CELAC y países africanos, proyectada para 2026 en Colombia. La participación de Márquez en el IX Congreso Panafricano en Togo busca además posicionar al país en debates sobre igualdad racial, memoria y reparación.
Comercio, conectividad y cooperación
El Gobierno ha presentado cifras para respaldar la agenda africana. Entre enero y abril de 2025, las exportaciones de bienes no minero-energéticos de Colombia hacia África sumaron US$ 92,7 millones, un aumento del 131 % frente al mismo periodo de 2024, de acuerdo con datos oficiales. La Casa de Nariño atribuye parte de ese crecimiento a misiones empresariales y a nuevos canales logísticos.
En materia de conectividad, hoy existen 12 acuerdos de servicios aéreos con países africanos y Ethiopian Airlines opera tres vuelos semanales de carga entre Colombia y África, lo que reduce el transporte a cerca de un día. Además, programas como “Ella Exporta a África” han permitido que 24 empresas lideradas por mujeres de diez departamentos ingresen a mercados africanos en sectores como agroalimentos, moda, metalurgia, químicos, ciencias de la vida e industrias 4.0. También se trabaja con la Agencia Africana de Medicamentos para intercambiar experiencias regulatorias y fortalecer capacidades farmacéuticas en el Sur Global.
En el plano de la cooperación Sur-Sur para la paz, el programa “De Colombia al mundo” ha impulsado intercambios con Nigeria, Camerún y la República Democrática del Congo sobre desarme, reintegración, víctimas y justicia transicional, financiados con recursos del FOCAI.
Diplomacia afrodescendiente y agenda simbólica
Los viajes de Márquez también se presentan como parte de una “reconexión con la diáspora africana” y del reconocimiento del aporte afro en Colombia. En la COP16 en Cali, con apoyo de delegaciones africanas, se adoptó una decisión que reconoce a los pueblos afrodescendientes como custodios de la biodiversidad y promueve su participación y financiación en políticas ambientales.
Paralelamente se han impulsado iniciativas de diplomacia cultural y deportiva, como intercambios de jóvenes rugbistas de La Guajira con Sudáfrica, un cortometraje animado coproducido por niños de Tumaco y Dakar, y proyectos con Kenia para prevenir violencias basadas en género y mejorar las rutas de atención.
Críticas internas y lo que está en juego
La agenda africana no ha estado exenta de cuestionamientos. Opositores y algunos analistas critican el costo y la frecuencia de los viajes, en un contexto de tensiones fiscales y debates sobre las prioridades del gasto público. El Gobierno responde que se trata de una apuesta estructural: más comercio, mayor presencia diplomática y una voz más fuerte en escenarios globales, junto con una narrativa que busca ubicar a Colombia como socio de África en condiciones de mayor igualdad.
Este cuarto viaje será observado como una prueba concreta: si la estrategia Colombia-África logra traducirse en más inversión, empleo y cooperación para las regiones colombianas, o si queda percibida solo como una agenda simbólica sin impactos claros en la vida cotidiana del país.
