@Lauquiceno
Miércoles soleado, Bogotá. Gustavo Angarita: camisa negra desabotonada, unos lentes pequeños en su mano y la voz grave. Cumplió 70 años el 2 de septiembre y hace 4 meses su esposa, Margarita, falleció. Lo acompañan ahora sus libros, la música clásica, un “talego” de fotos, algunas portadas de prensa y un premio India Catalina que le sirve de pisapapeles en su biblioteca.
Hace 50 años, el día que cumplió 20, hizo su primera actuación en la cafetería de la Universidad Nacional mientras estudiaba filosofía y letras, una carrera que abandonó para dedicarse de lleno al teatro. Desde ese día hasta hoy interpreta a hombres con barba y un aura de misterio: Efraín Herreros en La casa de las dos palmas, Juan Sáyago en Tiempo de morir y el terco, en la película Sofía y el terco.
- Toda la vida me la he pasado haciendo papeles de viejo, ya me acostumbré, inclusive cuando teníamos 20 años, uno pensaba que interpretar un personaje era hacer de viejo, entonces decían: “qué maravilla de actor, como hace de bien esos papeles”, a mí no me quedaban muy bien, por ejemplo a Luis Fernando Orozco sí le quedaban divinamente.
Gustavo hace parte de una generación de actores que antes de entrar a la pantalla chica tenían como requisito indispensable haber pasado por el teatro:
- Yo consumía radioteatro, había emisoras dedicadas al radioteatro, Radio Sutatenza por ejemplo, no radionovelas, sino radioteatro y teatro clásico, tal vez eso fue lo que me despertó la vocación y me familiaricé mucho con las voces. Pienso por ejemplo en Érika Krum, para mí era súper conocida y cuando me la presentaron, estaba sumamente familiarizado con su voz. Ya no existe ni la voz de ella, ni el radioteatro.
Su casa está llena de recuerdos, de libros que lee de manera “aleatoria y caótica”, de pinturas en acrílico de su autoría que están en los cuartos y en la cocina y que, según él, son una visión distorsionada de la realidad. También conserva una bolsa llena de fotos que cuentan buena parte de la historia de la televisión en Colombia. Una con Gilberto Puentes, Luis Alberto García y Érika Krum; otra, de una de las escenas del taller de Tiempo de Morir, del antiguo presidiario que regresa al pueblo. En esa bolsa su vida actoral se mezcla con los recuerdos personales que incluyen a su esposa Margarita, quien murió de cáncer, a su hijo Gustavo Angarita Junior, su nieto Santiago y una foto de su mamá, María Josefa.
Sus respuestas nunca son contundentes. Pregunta a su interlocutor como si quisiera también descubrir y aprender algo de su propia naturaleza y entender esta nueva etapa en la que ya no lo llaman para hacer papeles en la televisión y se refugia en el cine y en la facilidad de interpretar roles similares a él:
-El que decide quién trabaja en televisión no es uno, hay un lapso, un tiempo para trabajar legítimamente, que uno tiene que aprovechar, pero llega un momento en el que por la edad, por la condición de uno, los escritores no escriben papeles para nosotros, entonces uno dice: Se acabó. No tengo nada más que hacer en televisión.
No le gusta verse a sí mismo así que fabricó unos lentes especiales, que él mismo diseñó para asistir a la premier de Sofía y el terco en el 2012 y hacer creer a todos que veía el estreno. Confiesa que espía lo que se hace hoy en las telenovelas y piensa que los actores hacen “falsos positivos” en sus interpretaciones:
- Yo soy muy mal consumidor de televisión, pero últimamente, en vista de la soledad, me da por canalear y a ratos veo lo que están haciendo, entonces veo que la gente hace “falsos positivos” en la televisión; están interpretando un cliché, no hay una creatividad genuina, los cliché se repiten y se repiten, y pienso: “¡Qué bien! me perdí de hacer lo mismo”.
“A los 70 años no hay posibilidades de disfrazarse, ni de interpretar, sino de ser uno mismo”
A Gustavo Angarita le gusta la emisora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con la programación de música clásica hasta que ponen jazz, “no soporto el jazz”, dice. Le gusta el azul en sus pinturas, no sabe nada de computadores y tres veces por semana va una mujer a ayudarlo con la rutina, “Hago de todo, menos mercar”. Le gusta su barba porque es “maquillaje incorporado” y también su voz que le sirve para su oficio. Recordar que conoció a su esposa Margarita en la Biblioteca de la Universidad Nacional y que ella le presentó las primeras obras de teatro, le agrada. Le gustan también las fotos de París, de los dos años que vivió allá. “Lo que verdaderamente me hizo feliz, fue la familia nuclear, desde que nació mi hijo hasta que se fue de la casa, no solamente a mí, sino a ella”.
Recorre su casa con pasos lentos y en la cocina nos prepara un té mientras hace tiempo para su rutina de ejercicios en la tarde y la visita de un vecino, un antropólogo alemán que quiere preguntarle sobre una entrevista en televisión que vio hace un día. Habla con orgullo de Sofía y el terco, escrita y dirigida por Andrés Burgos y de tres películas que serán estrenadas en los próximos meses:
- Estoy embarcado en la carrera cinematográfica. Ya he trabajado en varias películas que no se han estrenado, una es una coproducción con los norteamericanos que está por estrenarse, otra que ganó un premio internacional, que se llama El espejo silencioso, que la dirigió Augusto Sandino que es otro largometraje. Otra que está por terminar es una película que se llama Brizna de Leonardo Perea. Entonces fíjate tres películas aparte de cortometrajes universitarios y trabajos experimentales que me ha tocado hacer. Es decir, ya mi trabajo es como actor de cine.
Ha recibido propuestas de teatro, la escuela inicial en su juventud pero no le convencen:
- Últimamente no me ha podido convencer hacer teatro, siendo que esa fue mi vida, toda mi juventud estuve en teatro. Y ahora con cada obra de teatro hay una objeción muy seria, pero no quiero y realmente ya no me veo en el teatro, el teatro es un ejercicio artístico para gente que está muy viva y yo ya estoy sin futuro.
Gustavo, ¿hoy es más fácil interpretar a un personaje que tiene la personalidad de uno?
- Yo creo que a los 70 años no hay posibilidades de disfrazarse, ni de enmascarar, ni de interpretar, sino de ser como uno, entonces trabaja uno con mucha comodidad, se vuelve más natural, no tiene uno que fingir ser de otra condición, máximo acortarse o alargar la barba, o vestirse uno más o menos, ¿sabe que eso me ha tranquilizado muchísimo?, y se explota mucho esa posibilidad en cine, y eso ha vuelto a que me guste otra vez eso de interpretar papeles.
Habla sin afán, se ríe, deja correr el tiempo, le gusta sentirse acompañado.
-¿Ahora que su esposa no está, qué es lo que más extraña?
-No sé, me siento como sin auditorio, primero fue mi hijo que se fue y después ella, y se queda uno sin público.
“Yo veo a la gente haciendo falsos positivos en la televisión"
Lun, 30/09/2013 - 16:04
@Lauquiceno
Miércoles soleado, Bogotá. Gustavo Angarita: camisa negra desabotonada, unos lentes pequeños en su mano y la voz grave.
Miércoles soleado, Bogotá. Gustavo Angarita: camisa negra desabotonada, unos lentes pequeños en su mano y la voz grave.