Uno de los episodios nacionales más relevantes de los últimos 25 años ha sido el caso Cepeda vs Uribe que, en primera instancia, le ha propinado un revés al presidente de la seguridad democrática. Quedan por recorrer una segunda instancia ante el Tribunal Superior de Bogotá y, muy seguramente, la casación ante la Corte Suprema de Justicia donde será la batalla final.
El fallo en primera instancia, y lo sucesivo del caso, será acatado con estricto apego al Estado de Derecho por el presidente Uribe. Así como jamás buscó asilo diplomático o esquivar la responsabilidad huyendo del país, Uribe batallará hasta el final. De esto, no cabe la menor duda.
Del frente judicial se encargarán los abogados del presidente, del frente político sus escuderos. Lamentablemente, declaraciones destempladas como la del candidato Abelardo de la Espriella opacan el valor republicano y el estoicismo político con los que Uribe ha enfrentado una brutal persecución en su contra y le hace mucho daño a la causa política del uribismo, en particular, y a la democracia, en general. Entre otros disparates, De la Espriella dijo que destriparía a la izquierda.
Ahora, muchos de los candidatos presidenciales y opositores a esta Administración por Sobresaltos no han entendido el valor estratégico de lo sucedido, de no hacerlo, no podrán plantear la estrategia electoral adecuada para enfrentar la amenaza que se cierne sobre la democracia. El miedo a no reconocerlo también es válido toda vez que el atentado contra Miguel Uribe Turbay dice mucho de la guerra (y sus actores) por la que atraviesa el país.
Reitero: las decisiones judiciales se deben respetar y acatar de manera totalmente opuesta a si fuera Gustavo Petro u otro de la causa revolucionaria el que estuviera en el banquillo de los acusados. El Estado de Derecho no puede ser coyuntural ni un medio para ser usado tal como lo ha hecho la subversión en Colombia.
No obstante, eso no exime que se le haga una autopsia política al proceso en cuestión desde la misma trinchera en la que ha sido planeada y ejecutada la operación contra del líder del uribismo. En Uribe: un objetivo estratégico de altísimo valor (I) vengo haciendo una breve contextualización de lo que ha acompañado al proceso Cepeda vs Uribe. Invito al lector a que consulte la primera entrega, ya publicada, en el diario La Nación.
Hoy me concentraré simplemente en recordar, muy puntualmente, lo que he venido alertando, desde hace 4 años, sobre la táctica y estrategia de la guerra subversiva en Colombia. Recordemos que el objetivo de las guerrillas ha sido la toma del poder político, por todos los medios, e instaurar una revolución que no es otra cosa diferente a una dictadura a nombre del pueblo. La receta es de manual.
La combinación de todas las formas de lucha ha sido el histórico compendio táctico que ha incluido recientemente el acuerdo de La Habana o Timochenko-Santos, como lo llamó el presidente Pastrana. Con este instrumento en la mano, etiquetado maliciosamente de paz, la subversión ha cabalgado políticamente para el logro de su objetivo estratégico.
Pero, para el logro de ese objetivo han encontrado un muro de contención que tiene nombre propio: Álvaro Uribe Vélez. Lo que explica porque han promovido, en su contra, una campaña de propaganda negra esparcida con peligrosísimas dosis de odio. Basta ver en muchos colombianos que la repulsión y el aborrecimiento por Uribe han sido proporcionales a la celebración del fallo.
Es que el liderazgo político de Uribe y su fluidez para la gestión publica hizo de su presidencia una de las más exitosas en la historia política. 80% de favorabilidad al terminar su segundo mandato fue razón más que suficiente para que en el establecimiento político produjera escozor. A esto se sumaron los espectaculares golpes a las guerrillas y al paramilitarismo. Ambas agrupaciones narcoterroristas jamás le perdonaron que los haya combatido con pulso y vigor.
Sin poder asesinarlo (antes y durante su presidencia) y al no poder sacarlo del juego electoral después de abandonar la Casa de Nariño, no quedaba otra opción que judicializarlo. Mientras unos atacaban su reputación política en muchos escenarios, otros lo llevaban a los tribunales, y la maquinaria propagandística machacaba las mentes de millones de colombianos, siempre dóciles a este tipo de tácticas.
Igualmente, sería falso decir que si no es por Uribe la subversión jamás hubiera logrado su objetivo estratégico. De hecho, fue gracias a Juan Manuel Santos Calderón que dieron un paso decisivo y a pesar de la presidencia de Duque, lograron llevar a Petro (indultado años atrás) a la Casa de Nariño. Poner a Uribe tras las rejas ha sido una batalla adicional en el marco de la guerra subversiva. La determinación del bolchevismo, a la colombiana, no puede ser subestimada.
A día de hoy, lo que reviste de importancia a este fallo, de primera instancia, es el fracaso político de Gustavo Petro. Su Administración por Sobresaltos se ha convertido en un bodrio y el mismo Petro en un fardo muy pesado para la izquierda en general. Es más, Petro es hoy el principal obstáculo para avanzar en el objetivo estratégico que no es otro que, a nombre del pueblo, consolidar la dictadura del proletariado. Sobre la decisión judicial ocultarán todos los pecados de la Administración por Sobresaltos y buscarán su reelección, en cuerpo ajeno o por vía del golpe de Estado.
Comprender bien que estamos en el campo político de la guerra subversiva es el primer paso para encontrar en una coalición, tipo Unión Republicana, un excelente candidato que logre enfrentar al bolchevismo criollo con serenidad, firmeza, sin extremismos, con una combinación de liderazgo técnico y político será un buen inicio. Muchos de los precandidatos serían unos súper ministros. Y el hombre que podría congregar a ese canapé (como diría el presidente Carlos E. Restrepo) es Enrique Peñalosa Londoño, gerente público probado y con cintura política. Un político que no tiene los vicios antidemocráticos del extremismo, que habla poco y hace mucho.
La historia ya dice que Uribe ha sido el líder político más importante de los últimos 23 años. Sin Uribe, ni Santos ni Duque jamás hubieran sido presidentes. Y sin Uribe, Petro no hubiera encontrado a ese enemigo interno a liquidar. La Unión Republicana deberá evitar que la historia colombiana diga que después del bolchevismo del Pacto Histórico llegó el estalinismo con el Frente Amplio.