En algún momento, todas las personas piensan en la muerte. Hay quienes esperan el curso natural de las cosas. Otros, en cambio, prefieren evitar esa espera y se saltan la barrera. Por alguna razón, los artistas parecen ser especialmente proclives a dar ese salto desesperado.
Con una triste regularidad, la música, la literatura, la pintura, la actuación, se estremecen con la noticia de que uno de sus representantes más visibles –y siempre muy talentoso–, no ha resistido el a veces desmesurado peso de la vida, y se ha suicidado. Sin embargo, para suicidarse no hay que ser artista únicamente. En realidad, para morirse apenas se necesita estar vivo.
¿Hay algo en el arte que impulse a la persona a matarse? Es muy difícil determinar la relación hay entre la condición de artista y el suicidio. Si partimos de que para hacer arte se necesita una sensibilidad, digamos, única, especial, selecta, también se debería tener presente que esa sensibilidad pesa; y es un bulto que un ser humano común y corriente no podría llevar. Y por eso, ser artista no es fácil. Y por eso artista no es cualquiera.
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Uno de los últimos en dar ese salto definitivo fue Chester Bennington, vocalista de Linkin Park. Se colgó en su habitación el pasado 20 de julio. “No importa cómo me sienta, siempre me encuentro a mí mismo batallando con ciertos patrones de comportamiento. Me siento estacando en la misma situación que se sigue repitiendo una y otra vez. ¿Cómo termino con todo esto?”, dijo en una de las últimas entrevistas que dio.
Para Chester, su cabeza no era un buen lugar para permanecer mucho tiempo. “Este lugar, este cráneo entre mis oídos es un mal vecindario. No debería estar allí solo; no puedo estar allí por mí mismo. Es demente. Es una locura aquí –y puso un dedo sobre su cabeza–. Hay otro Chester aquí que quiere derribarme”.
“Si estoy fuera de mí mismo estoy bien. Si estoy adentro soy horrible; soy un desastre”, dijo. Chester pasó a formar parte de la lista triste en la que están Kurt Cobain, Chris Cornell, Robin Willians, Christopher Wood, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Andrés Caicedo, Alejandra Pizarnik. Y otros tantos. Muchos.
Lo que no tiene nombre
Daniel Segura Bonnett también hace parte de esa lista terrible de artistas que han quitado la vida. Se arrojó del sexto piso de un edificio en Nueva York, el 14 de mayo de 2011. Daniel pintaba. Por sus venas, además de sangre, corría la vena impetuosa del arte, herencia que, quizás, le dejó su mamá, la poeta y escritora Piedad Bonnett. En un libro precioso, como pocos se han escrito en Colombia, ella relata la ‘aventura’ que vivió cuando se enfrentó, como madre, como escritora, como ser humano, a la muerte de su hijo. ‘Aventura’ en el sentido de que la experiencia de tratar de entender la muerte no podría llamarse de otra forma. El libro se llama
Lo que no tiene nombre.
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Apenas un par de horas después de enterarse de lo sucedido, Piedad, su esposo y sus hijas llegan al edificio donde vivía Daniel. El panorama no podía ser más desolador: el cuarto del muchacho, con sus cosas perfectamente ordenadas, sus libros, su ropa, su chaqueta en el espaldar de la silla; incluso sus recuerdos, la angustia que lo acompañó hasta sus últimos días. Todo estaba ahí. Era como si Daniel estuviera sin estar, porque en las cosas de los muertos permanecerá algo de ellos siempre.
“…Renata, mi hija mayor, me dio la noticia por teléfono dos horas después, con cuatro palabras, de las cuales la primera, con una voz vacilante, consiente del horror que desataría del otro lado, fue, claro está, mamá. Las más restantes daban cuenta, sin ambages ni mentiras piadosas, del hecho, del dato simple y llano de que alguien infinitamente amado se ha ido para siempre, no volverá a mirarnos ni a sonreírnos”, dice el libro.
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Daniel Segura Bonnett. Serie 'Embozalados' 2008[/caption]
“En estos casos, trágicos y sorpresivos, el leguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender. Antes de preguntar a ni hija los detalles, de rendirme a la indignación, mis palabras niegan una y otra vez, en una pequeña rabieta sin sentido. Pero la fuerza de los hechos es incontestable: «Daniel se mató» sólo eso, sólo señala un suceso irreversible en el tiempo y el espacio, que nadie puede cambiar con una metáfora o con un relato diferente”.
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En ocasiones, las palabras no son suficientes. Se puede decir, por ejemplo “me siento mal”; “estoy triste”; “me duele”. Pero más allá, en el fondo real de las cosas, habrá algo de lo que nunca se podrá hablar. Algo sin explicación ni sentido. Pero, por fortuna, hay quienes intentan nombrar lo innombrable. Los escritores son expertos en ello. La literatura, muchas veces, porque así es de maravillosa, permite nombrar esas cosas; las
cosas que no tienen nombre. Como hizo Piedad Bonnet con el suicidio de su hijo.
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Daniel Segura Bonnett: 'Muñeca' 2002-2003[/caption]
“Siento, por un instante, que profanamos con nuestra presencia un espacio íntimo, ajeno; pero también, atrozmente, que estamos en un escenario. Me pregunto qué sucedió aquí en los últimos veinte minutos de vida de Daniel. ¿Acaso sostuvo consigo mismo un último diálogo ansioso, desesperado, dolorido? ¿O tal vez su lucidez fue oscurecida por un ejército de sombras?”, escrbió Piedad Bonnett.
Después sigue el proceso de aceptación, si es que algo así podría “aceptarse”. Lo llaman Duelo. Piedad Bonnett lo va a intentar y para ello usará la literatura; “porque la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”, dijo Javier Marias.
Por supuesto que el libro también nos habla de Daniel. Nos lo muestra como un muchacho con un talento, quizás innato para la pintura, que tuvo una infancia normal, pero que por distintas circunstancias habría de enfrentarse, ya de adulto, a una enfermedad terrible que habría de atormentarlo mucho. Una “enfermedad mental”.
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“Enfermedad mental”. Las comillas, en este caso no están de más. Si hablamos de enfermos mentales, podríamos remitirnos, por culpa de un erróneo imaginario colectivo, a seres con las miradas perdidas, ahogados en la inexpugnable profundidad de su cabeza, internados en hospitales lúgubres y horrendos, atados con camisetas de fuerza. La verdad es que no: lo que se llama “enfermedad mental” es más complejo de entender. No es sólo la locura. Es algo que podría pasarle a cualquiera; una posibilidad nada remota que podría caer sobre la persona “más normal” del mundo. Un amigo suyo, un conocido, un familiar. Sobre mí. Sobre usted.
De todas maneras, la locura, como la muerte, coquetea igual con todo mundo.
Un paréntesis: las enfermedades mentales son, de acuerdo a la Organización mundial de la salud, una de las principales causas de suicidio. Parece muy obvio.
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Piedad se pregunta cómo pasó eso, de dónde resultó su hijo con algo así. Buscando respuestas trata de rastrear en ala genética de los suyos, o quizás en los efectos de una medicación que tomó Daniel para el acné. Las posibilidades parecen ser muchas. De todas maneras, el chico ya se ha ido hundiendo en el dolor de sentir que no controla realmente su cabeza, sus pensamientos. Pero las dudas, los fantasmas, la angustia, el miedo, la tristeza, estarán con él todo el tiempo. Aun así intentará ser normal. Y quizás lo logra. Lo ayudan las terapias, las medicinas y el incondicional apoyo de su familia. Pero el tiempo y las circunstancias algo fueron haciendo en él, en su cabeza, en su corazón, hasta que se asomó a la ventada de ese edificio en Nueva York y se lanzó.
La ‘parte técnica’
La conducta suicida, generalmente, no es diferenciada. Si bien, como ya se explicó, puede que por algunas condiciones, los artistas sean especialmente proclives a tomar esas decisiones, en realidad, la profesión no es un punto de referencia para clarificar quiénes y por qué se suicidan más.
Un informe de Medicina Legal explicó que “durante 2015 se registraron en Colombia 2.068 suicidios, 10% más que en al año inmediatamente anterior. El decenio 2006-2015 acumuló 18.618 casos, con una media de 1.862 eventos por año, 155 mensual y aproximadamente cinco por día. La tasa de lesiones fatales autoinflingidas en 2015, fue de 5,22 eventos por cada 100 mil habitantes mayores de cinco años, aproximadamente 28% más que el promedio de la tasa de los últimos nueve años (4,08)”.
“El 80,03% de las víctimas eran hombres; por cada mujer que se suicidó, optaron por la misma manera de muerte cuatro hombres. En el grupo de edad 70 a 74 años la diferencia se amplía ostensiblemente, la razón es de 33 suicidios de hombres por una mujer”.
Las edades en las que más se suicidan los colombianos son entre 15 y 34 años, siendo el rango de 20 a 24 los más proclives. Generalmente el método elegido por más de la mitad es el ahorcamiento. “El uso de tóxicos ocupó el segundo lugar, porcentualmente con mayor ingesta entre el grupo de mujeres; en tanto que las armas de fuego, en tercera línea, fue más utilizado por los hombres. El lanzamiento al vacío, calfiicado como mecanismo contundente, fue la opción de aproximadamente 5,57% de los suicidas, esta causa de muerte fue porcentualmente más elevada en el grupo de mujeres, ocupó el tercer lugar en los mecanismos utilizados por éstas con una participación del 8,74%, mientras que en el grupo de hombres fue la cuarta elección con una participación de 4,78%”, explicó Medicina legal.
La principal causa es por conflictos sentimentales, “los cuales pueden estar asociados a la ruptura del matrimonio o relación sentimental, a problemas en la convivencia cotidiana relacionados con factores como la comunicación, el manejo del poder, infidelidad, control o celos, susceptibles de estar acompañados de maltrato físico, sexual o psicológico, lo cual imprime mayor dimensión a esta categoría”.
La opinión de una psiquiatra
Medicamente, resulta muy complicado explicar la conducta suicida. En ese sentido, la psiquiatría diferencia dos conceptos: la idea suicida, y el intento de suicido. “Las dos son completamente diferentes –explicó la doctora Marcela Alzate, presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría–. Una idea suicida es cuando la persona está pensando en su propia muerte. Todos hemos pensado en la propia muerte como una posible solución. También es pensar en cómo se haría”.
En ese caso, cuando la idea de morir trasciende, y ya, además se empieza a planear el cómo, es cuando la persona podría entrar en la categoría de suicida potencial. El avance de ese plan, es decir, hasta qué nivel se ha desarrollado, está ligado con el deseo de éxito que se quiera tener. Sin embargo, si el intento no se lleva a cabo, aún se está en la categoría de idea de suicidio.
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El intento ya es cuando la persona ha hecho algo, independiente de la forma o la severidad, y que pone en peligro su vida. Quien lo intenta está sometido a “una altísima carga de sufrimiento –explica la doctora Alzate–. En ese momento no hay tranquilidad. Nadie piensa en su propia muerte relajado”.
Hay un factor común, entonces, que no diferencia profesión, sexo u edad (descartando a los niños): en la mente de un suicida hay un dolor intenso, que no ha encontrado solución de ninguna forma, y que, en perspectiva, tenderá complicarse con el tiempo. En realidad, el suicidio está cargado de desesperanza: “no hay solución”; “las cosas van a empeorar”; “ya no se puede hacer nada más”.
La idea suicida está determinada por muchos elementos. Episodios de abuso o una infancia difícil hacen que las personas contemplen más o llegue a intentar suicidarse. También influye la soledad, las enfermedades crónicas, los desencantos amorosos, los problemas económicos y algunas enfermedades mentales como la depresión o el trastorno bipolar.
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Por otro lado “no existe un patrón bien definido y universal que pueda decir si una persona, hombre o mujer, tiene mayor posibilidad de cometer suicidio, con una forma o con otra”. En ese sentido, hay muchos factores que explican el método elegido para morir. Generalmente, y de acuerdo a la gravedad del estado de ánimo, suele elegirse el más rápido y qué esté más al alcance. Los hombres son particularmente dados a esa clase de decisiones: saltar de un lugar alto, ahorcarse, arma de fuego. Las mujeres, por ejemplo acuden a la intoxicación con medicamentos. Ellos son más violentos y contundentes. Ellas son más reflexivas. Así, no hay evidencia científica de que exista alguna relación entre el arte y el suicidio.
“No hay profesiones más proclives al suicidio. Lo que hay profesiones que se expongan más a medios, lo que hace que sobre su muerte haya más atención: los músicos, los escritores, las modelos. No termina siendo mediático la persona del barrio que sea abogado o que esté sin empleo”.
Y al final…
No escribe Piedad Bonnett:
“¿Cuántas maneras hay de suicidarse? ¿Hay unas más dulces, más estéticas, más románticas que otras? Las hay repulsivas como la del que se ahorca –que no tiene en cuanta al pobre miserable que descubrirá el cadáver–, o torturantes, como la del que se toma un veneno: Lugones, que ingirió whisky y arsénico para morir, tuvo tales convulsiones que el catre en el que yacía se desplazó de un lado a otro de la escueta habitación del hotel donde se alojaba. Las hay también absurdas y dolorosas a la vez, como la del que se auto degüella, o como la del que muere dándose cabezazos contra las paredes de la celda. Y orgullosas y rodeadas de rituales, como la Mishima, que se hizo el haraquiri delante de la tropa japonesa. Y hay muertes dulces, según dicen, como la del que se hunde en la nieve y muere por congelación, o la del que enciende el motor del automóvil en un recinto cerrado y muere por asfixia. El más aséptico de los suicidios es tal vez el del que ingiere una cantidad tal de somníferos que se hunde silenciosamente en una oscuridad sin orillas. Y el más estético, aunque no menos atroz, el de aquel que entra en el agua con sus bolsillos llenos de piedras”.
Desde su experiencia, Piedad Bonnett entendió, o intentó, mejor, entender el suicidio. Lo intentó como lo intentan, todos los días, los familiares de las otras tantas miles de personas que se mataron por su propia mano. Lo intentó como los médicos que cada día cientos de intentos de suicidio.
"Mientras haya vida, habrá esperanza". La frase la dijo Stephen Hawking. Quizás, amigos y suicidas siempre esperaran una última oportunidad para decir eso mismo. Para repetirlo hasta el cansancio: mientras haya vida, habrá esperanza.
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