Cuando suena la sirena de incendios en la estación central de bomberos, Carlos Ramírez oye los gritos de una bruja. Se acercan las fiestas de diciembre, la época en la que –junto al Día de la Madre, Amor y Amistad- más gente se suicida, y como lo muestran estudios de hace unos cinco años, quienes más se están quitando la vida son jóvenes y niños jóvenes, asegura Ramírez.
Carlos Ramírez es el bombero rescatista al que se vio por todos los canales de noticias colombianos colgando del Salto del Tequendama en un rescate del cadáver de un suicida que duró alrededor de ocho horas.
–No todas las historias son felices. ¿Y si hubiera llegado a tiempo? –Se pregunta Ramírez. –¿Y si lo hubiera podido escuchar?
Escuchar es el mejor método para persuadir a un suicida. El bombero asegura que no se especializan sino que escuchan.
–Tocar el corazón de la persona junto al hecho de escuchar y ayudar, marca la diferencia. Pero no es fácil hablar o caerles bien a las personas para poder identificar cuál es el problema. Entrar a la psiquis del ser humano es difícil.
La mayoría de las veces la persona que se quiere quitar la vida se encuentra embriagada o drogada, a veces incluso alucinando. Esto, a los ojos de Ramírez, los vuelve más intrigantes, más violentos y agresivos, lo que hace mucho más difícil su labor. Luego de tres años trabajando con suicidas ha aprendido a diferenciar entre una persona que trata de matarse en un intento por llamar la atención, de esa persona que lo hace efectivamente, sin avisar o dar tiempo para ser salvado.
–A veces no sabes si se van a lanzar o a atacarte. Yo arriesgo mi vida por gente que no me conoce. Tiene que tener uno mucho corazón por la gente…
Carlos estaba en quinto de primaria y vivía en el barrio San Cipriano, de Bogotá. Jugaba fútbol con un grupo de niños junto a un caño cuando uno de ellos se cayó y se raspó las rodillas. Carlos salió corriendo a buscar ayuda pero nadie le prestó atención, entonces, inspirado por lo que había visto en las películas, entró a su casa por una curita y una toalla y volvió a correr 23 cuadras hacia el caño a socorrer a su amigo. Desde entonces dice que le quedó “una espinita”.
En el colegio se metió a los scouts, y a diferentes grupos de auxilio. Se convirtió en socorrista bachiller, entró a la Defensa Civil y a la Cruz Roja, todo a espaldas de su mamá. Nunca le pidió permiso para nada. Ramírez hizo una carrera de socorrista, pero a pesar de practicar todos los deportes extremos que se le ocurrieron, en un intento por sentir la adrenalina, seguía aburrido. En su casa le enseñaron que en la vida uno tiene que pagar por adelantado. Que hay que ayudar para que en algún momento te ayuden, pues la mejor forma de cambiar el mundo es poderle dar una mano a los demás.
Entonces en el año 2000 hizo el curso de bombero y hace 13 años trabaja enamorado de su profesión. Entre el 2001 y el 2002 socorrió a su primer suicida, una joven muy bonita que se cortó las venas de las muñecas y se sentó en el borde de una ventana en un séptimo piso, muy borracha. Los vecinos pusieron colchones en el patio del primer piso y Ramírez se elevó hasta ella en la canasta de un camión, que es llamado máquina Snorkel, y le preguntó qué le pasaba y qué era lo que iba a hacer. La joven le contó que había encontrado a su novio teniendo relaciones sexuales con su mejor amiga en su propia casa.
–La vida no vale nada, –le dijo ella.
Para una persona angustiada que lleva un duelo, alguien que siente que no tiene salida, la mejor catarsis es tener con quién hablar. A Ramírez le preocupaba mucho que la joven no dejara de sangrar, estaba perdiendo mucha sangre y su estado de embriaguez hacía que se balanceara sobre el borde de la ventana. Existía el riesgo de que cayera aún sin haber decidido lanzarse. Entonces le dijo:
–Vamos a respetar tu decisión. Pero tienes que saber que existe otra solución. Tú vales mucho. Dios nunca te quita nada.
Entonces le pidió que le diera la mano y cuando ella lo hizo él la jaló y la metió con él en la canasta. La joven forcejeó un poco, tanto que la canasta comenzó a temblar, pero luego se calmó y lo abrazó, como lo abrazan todas las personas a las que ha salvado.
–Un abrazo es a veces una forma de expresar tristeza o desánimo y a veces agradecimiento. Lo mejor que puedo hacer es responder a ese abrazo. Cuando uno intercede con sus intenciones a veces se vuelven agresivos, pero a veces lo abrazan a uno y es un “gracias” silencioso, –asegura el bombero. –Luego se acaba el abrazo y ahí mismo se desprende uno emocionalmente. Uno se sacude y toca seguir con el turno. No sabemos qué vamos a encontrar, hay que seguir.
Su primera mujer, y la madre de su hija de 9 años, no aguantó su estilo de vida. Los turnos de 24 horas, todas las horas que dormía cuando descansaba, el riesgo permanente, los horarios… y comenzó a tener una vida paralela que Ramírez descubrió, lo que concluyó en un divorcio. Describe el dolor que sintió como algo insoportable que lo llevó a tener pensamientos suicidas.
Por su trabajo ha conocido todas las formas en que la gente se quita la vida y las contempló todas a pesar de repetirse a sí mismo que él es quien salva vidas. Quería evitar tales pensamientos pero no dejaba de preguntarse, “¿cómo me quito el dolor?”. Fue su hija la que lo sacó del hueco diciéndole, “Papi, cálmate, hay que salvar al mundo”. Que es algo que Ramírez le ha dicho desde que ella era un bebé. Hace cuatro años volvió a casarse con una mujer que asegura, “definitivamente, para ser bombero le falta un tornillo”.
Ha socorrido ya tres veces al mismo soldado colombiano que no ha tenido éxito intentando quitarse la vida, el mismo que se trepó a un árbol en la calle 72 con avenida séptima. Ramírez cuenta que el desespero del soldado se debe a que se siente robado por el Estado, que no le dio pensión por invalidez y se conformó con dejarlo botado en una clínica.
–A los soldados hay que hablarles fuerte, casi que darles órdenes. –Dice el bombero refiriéndose a los soldados que intentan suicidarse.
La experiencia más traumática de sus 13 años de carrera como bombero fue durante la primera posesión de Álvaro Uribe Vélez, cuando mandaron unos rockets que cayeron en Santa Isabel y a su equipo le tocó ir a hacer el rescate de las víctimas. Llevaba solamente dos años ejerciendo como bombero en Bogotá y se encontró con la peor escena que ha visto hasta el momento: llegó a una casa de familia donde la gente daba monstruosos alaridos pidiendo que ayudaran a las niñas. Cuando entraron a la casa se encontraron con los dos cuerpos de las niñas absolutamente destrozados. Pero lo que lo impresiona no es el estado en el que quedaron los cuerpos sino la infame injusticia.
En otra ocasión unos vecinos llamaron a los bomberos porque sentían un olor fétido que venía del apartamento de una pareja a la que no veían hacía muchos días, y sin embargo se oía música en el interior. Los bomberos debieron derribar la puerta y cuando entraron al apartamento les sorprendió encontrarlo limpio y organizado, sin señales de una pelea o cualquier evento violento. El olor era insoportable, olía a muerto. Inspeccionaron todo el apartamento y se detuvieron frente a una nevera muy grande en la cocina de donde salían enormes moscas verdes y negras y que tenía un charco de sangre negra en el piso. Cuando la abrieron se encontraron con un pedazo de carne muy grande que estaba completamente podrido y habitado por gusanos. La pareja estaba de luna de miel y habían dejado la música prendida para despistar a los ladrones.
El promedio de edad en que un bombero colombiano se jubila es entre 55 y 60 años. El tipo de trabajo que realizan hace que terminen sus días laborales con problemas de salud como complejos dolores en la espalda, por ejemplo. Pero en el caso de los bomberos que trabajan auxiliando suicidas es aún más difícil porque muchos se jubilan con serios problemas psiquiátricos debido al estrés postraumático. Sin haberse retirado, Ramírez ha visitado a un psiquiatra en varias ocasiones.
–Lo más sano como bombero es poder identificar cuando estás a punto o en la línea. Yo soy líder, y si el líder está mal toda la operación puede fallar.
También socorre accidentes, y estuvo presente cuando el joven Fabio Andrés Salamanca, borracho, mató a dos jóvenes que viajaban en un taxi el pasado 12 de julio. También socorre animales, y ante la pregunta, ¿por qué se justifica hacer un despliegue técnico que cuesta mucho dinero para socorrer a un gato en un tejado, al igual que para socorrer a un ser humano? Ramírez responde: “Porque el dueño del gato también paga impuestos”. Simple.
–Carlos, ¿ha habido algo que le haya quedado grande en su carrera como bombero?
–No, y espero que en lo que me queda de carrera nada me quede grande.